Una vez más, el ministro Óscar Puente ha demostrado que su verbo suelto solo compite con su desinformación. En un intento de rematar una polémica sobre el desalojo de unos menores judíos franceses por parte de Vueling, Puente no encontró mejor forma de calmar las aguas que llamarlos, con tono despectivo, "niñatos israelíes".
El problema no es solo semántico. Es ideológico. Confundir la nacionalidad con la confesión religiosa evidencia una ignorancia preocupante para alguien que ostenta un cargo ministerial, y además hacerlo para alimentar una trifulca en redes sociales. No solo se equivoca de país, se equivoca de siglo. Sus palabras rezuman una ligereza verbal impropia en un responsable público y, peor aún, una falta de sensibilidad que raya en el prejuicio.
No es la primera vez que el ministro Óscar Puente se ve envuelto en una bronca pública, pero esta vez ha cruzado una línea más grave, la de faltar al respeto a una comunidad históricamente discriminada. Que un ministro de un país democrático utilice "israelí" como sinónimo de "judío" para atacar a unos adolescentes franceses es algo más que un desliz, es un síntoma. Un síntoma de que la boca de Óscar Puente se mueve mucho más rápido que su conocimiento. Y de que su incultura es tan amplia como esa boca: siempre abierta, siempre sonora, pero casi nunca informada.
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