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miércoles, 9 de julio de 2025

EL POLITICO ES UN PRODUCTO DEL PUEBLO

 Pedro Sánchez ha decidido expulsar a los puteros del PSOE. Así, sin matices. Una frase que lo tiene todo: impacto mediático, barniz moral, feminismo de manual. A primera vista parece una victoria simbólica. A segunda, una reacción tardía. A tercera, una operación de encubrimiento. Y a cuarta -cuando uno ya ha escuchado demasiadas asambleas, demasiados testimonios y demasiadas campañas-, una traición más a las trabajadoras sexuales y a quienes llevan años denunciando la corrupción institucional que se esconde detrás del puterío de Estado.

Porque conviene decirlo desde el principio: el problema no es que haya puteros en el PSOE. El problema es que se proteja a los corruptos mientras se utiliza a las putas como carne de relato. El problema no es que alguien pague por sexo -eso, con sus complejidades y sus claroscuros, pertenece a la esfera del deseo, del cuerpo, del contrato entre adultos libres-, sino que lo haga desde una posición de poder, de impunidad, de chantaje político. Y que luego, con la otra mano, firme leyes que criminalizan a las trabajadoras sexuales, las infantilizan, las silencian o las usan como munición electoral.

Expulsar al putero es fácil. Lo difícil es desmontar el puterío institucional: ese entramado de complicidades, favores, pactos de silencio, aparatos mediáticos y gestos vacíos que sostienen la maquinaria del partido. Sánchez no echa a los puteros porque crea en los derechos de las mujeres. Lo hace porque alguien filtró los audios. Porque alguien desobedeció la regla sagrada del poder: que todo se puede hacer, mientras no se sepa.

No es una decisión feminista. Es una estrategia de control de daños. Una limpieza superficial para que no huela demasiado. Y en ese gesto, como tantas veces, las putas quedan otra vez fuera del marco: sin voz, sin matices, sin derecho a contar su versión. Se las vuelve a utilizar, esta vez no como servicio confidencial en un reservado, sino como escudo moral para que el Presidente pueda vender regeneración ética mientras deja intacta la estructura que permite el abuso.

Pero hay quienes no se callan. Hay colectivos de trabajadoras sexuales que llevan años organizándose, exigiendo derechos laborales, denunciando el estigma y la violencia policial, pidiendo poder decidir sobre sus cuerpos sin ser criminalizadas. Mujeres que no aceptan ser tratadas como víctimas ni como mercancía política. Mujeres que conocen de cerca a los puteros -los reales, no los de tertulia- y que saben distinguir entre un cliente que respeta y un funcionario que chantajea. Su lucha no va de moral. Va de derechos.

Y por eso duele más el cinismo institucional. Porque mientras Sánchez anuncia expulsiones con rostro compungido, su partido sigue defendiendo una ley abolicionista que empuja a las trabajadoras al margen, las expone a más precariedad y las convierte en objetivo policial. Porque mientras se rasgan las vestiduras por los audios de un asesor, nadie asume responsabilidad política por haber sostenido durante años una red de encubrimiento, proxenetismo y favores mutuos. Porque mientras se señala al putero, se deja en paz al corrupto. Y porque -no nos olvidemos- muchos de los que ahora aplauden la decisión presidencial han compartido mesa, chistes y sobres con los expulsados.

No hay feminismo sin verdad. No hay justicia sin memoria. Y no hay política transformadora sin escuchar a quienes están siempre en el margen del relato. Las putas no necesitan ser salvadas. Necesitan ser escuchadas. Necesitan que se derogue la ley Mordaza que las persigue. Necesitan poder sindicarse. Necesitan dejar de ser objeto de discursos ajenos. Y necesitan, sobre todo, que se deje de usar su existencia para tapar la mierda del poder.

Que se marchen los corruptos, no los puteros. Que no nos vendan esa salida como una conquista moral. No nos pidan aplaudir mientras las putas siguen sin derechos y los corruptos siguen en sus escaños. No nos hablen de dignidad mientras legislan desde la vergüenza. No llamen feminismo a la escenografía del encubrimiento.

Porque el verdadero puterío no está en el club. Está en el Consejo de Ministros.

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