La deriva autoritaria, impulsada por el arribismo personal y la obsesión por el poder, no se impone de golpe. Se infiltra lentamente, corrompiendo las imperfecciones de nuestra democracia. Una democracia que, aunque imperfecta, se basa en un principio claro: quien logra la mayoría de escaños forma gobierno. Pero ¿Qué ocurre cuando esa mayoría se alcanza mintiendo, pactando con quienes se prometió no hacerlo y traicionando los compromisos asumidos ante los ciudadanos?
Quien prometió no indultar, no amnistiar, no pactar con Bildu ni con quienes dieron un golpe de Estado en Cataluña ha hecho exactamente lo contrario. Ha otorgado privilegios, competencias, condonado deudas y pervertido el principio de igualdad ante la ley. Todo ello, a cambio de permanecer en el poder. No es solo una traición: es una forma de corrupción. Porque cuando se comercia con la justicia, se subvencionan medios afines, se reparten cargos por amiguismo y se manipulan las instituciones, la democracia se convierte en una caricatura de sí misma.
Se crea una red clientelar de "chiringuitos" y medios subvencionados, con publicidad sin control y sueldos astronómicos, mientras se colocan en puestos clave a personas sin preparación, elegidas no por mérito, sino por lealtad. Se justifica con discursos de igualdad y diversidad, cuando, en realidad, es puro reparto de poder y compra de voluntades.
Mientras tanto, los ciudadanos sufren: salarios que no alcanzan, vivienda inalcanzable, la cesta de la compra por las nubes, una sanidad colapsada, ancianos muriendo en soledad, pensionistas engañados con subidas que no cubren ni la inflación...
Y todo esto mientras se presume de una economía que "va como una moto", cuando la realidad está llena de huelgas, precariedad y desconfianza.
Ahora aparece el señor Feijóo prometiendo compromisos solemnes. Pero ya no valen palabras. Ya no basta con prometer. Como ocurrió con Sánchez, que afirmó traer a Puigdemont, no pactar con Bildu y no conceder indultos... promesas que fueron traicionadas una a una. Señor Feijóo: si de verdad quiere recuperar la confianza, firme sus compromisos ante notario. Y que incluyan reformas reales: eliminación de aforamientos, de gastos superfluos, de amnistías e indultos políticos por interés partidista. Solo entonces muchos podrán volver a confiar.
Porque esto no va de ideologías. Va de decencia. De no entregar el país a quienes lo desprecian. De no pervertir la democracia para mantenerse en el poder a toda costa.
Cuando se llega al poder despreciando las formas, ya está en marcha la maquinaria del autoritarismo: manipulación de leyes, medios, tribunales y Constitución. La corrupción, por acción u omisión, no es un hecho aislado. Es el síntoma de una democracia enferma.
Y si miramos hacia otro lado "porque es de los nuestros", entonces somos cómplices.
Señor Sánchez: la soberanía no está en su despacho. Está en el pueblo. Si la confianza se ha perdido, si la justicia se tuerce, convoque elecciones. La democracia no se impone, se gana. Si no tiene el valor de afrontarlo, tenga al menos la decencia de apartarse.
Lo repetiré tantas veces como pueda y me permita este medio: la decencia debe volver a la política. Porque, sin ella, no hay democracia que resista.
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