Este siglo XXI parece que va a ser rico en distopías. La maldita pandemia de 2020, algo que solo pensábamos ver en películas, nos atacó cruelmente llevándose por el camino incontables vidas, víctimas muchas de ellas de una muerte horrorosa, aisladas, sin la familia cerca, sin esperanza.
Se decía que habíamos salido más fuertes, que habíamos aprendido mucho, que no sé qué... Lo cierto es que aprendimos muy poco, y lo poco que aprendimos lo olvidamos muy rápido.
Quizás una de las pocas cosas que sí asimilamos es que estamos en unos momentos en los que cualquier cosa, por muy tremenda que nos parezca, puede pasar.
Luego vino la criminal invasión rusa a Ucrania. Ya se habla de millones de muertos acumulados en ambos bandos. Una guerra que, a pesar de contar con sofisticadas maquinarias de guerra, se desarrolla bajo parámetros de la SGM. Una guerra en la que, junto a nuestros aliados, nos hemos involucrado, en mayor o menor medida, en aras de contener el expansionismo de un país gobernado por un autócrata que sueña con un pasado glorioso que jamás volverá.
En fechas recientes, una nueva distopía ha venido a hacer saltar nuestro tablero geopolítico: la elección de Donald Trump como presidente de los EE UU, en una edición corregida y aumentada de su anterior mandato, nos rompe todos los esquemas, puesto que quienes desde que tenemos uso de razón habíamos considerado a los EE UU nuestros grandes aliados y nuestros protectores, digámoslo claro, los vemos ahora como unos enemigos de Europa, dirigidos por un régimen grosero y matón de políticos cerriles y oligarcas, ambos con muy poco respeto por la democracia.
Por si todo esto fuera poco, una nueva distopía nos golpeó un lunes de abril: un largo apagón eléctrico que paralizó nuestras vidas, llenándonos de inquietud al ni siquiera poder informarnos, pues todas las comunicaciones se vieron también afectadas. Con el paso de las horas, veíamos acercarse la noche, y todos los fantasmas distópicos se nos echaron encima.
Afortunadamente, antes del anochecer comenzó la restauración paulatina de los servicios, pero la inseguridad y la incertidumbre ya habían sido sembradas en nuestra sociedad.
¿Qué vendrá después? ¿Cuál será el nuevo desafío al que debamos enfrentarnos? Si algo hemos aprendido, es que cualquier cosa es posible.
Lo que sí parece claro es que, para afrontar las consecuencias de los desafíos presentes y futuros, nuestro país necesita un gobierno con capacidad de gobernar, algo de lo que, desgraciadamente, carecemos.
El actual Gobierno ha obtenido solamente la legitimidad para su conformación. A partir de ahí, la legitimidad le viene siendo arrebatada por muchos de aquellos que contribuyeron a otorgársela para conformarlo, pero no para gobernar, muchos de ellos insaciables, que solo buscan prebendas personales o territoriales, pero con un común denominador a varios de ellos: su profundo desapego, cuando no odio, por España.
La catarata de votaciones perdidas en el Congreso de los Diputados, las continuas emboscadas que se producen entre los distintos "socios de investidura", la llamada a la polarización en la que el Gobierno se empeña en cimentar su a todas luces inexistente mayoría legislativa pretende ser combatida por un gobierno en descomposición, con la colonización de instituciones ajenas al Poder Ejecutivo, de organismos y empresas, amenazando a medios de comunicación con el viejo "palo o zanahoria"...
En definitiva, ha llegado la hora de que a los españoles se nos dé voz para que, a la vista de todas estas circunstancias, optemos por una mejor solución que nos saque de esta legislatura estéril y agónica. Es mucho lo que nos estamos jugando, máxime con el complicado panorama geopolítico en el que estamos inmersos.
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