La Administración debería exigir un currículum sexual a cada administrado, apremiándole a llevar un diario escrito que pueda ser requerido como certificado de buena conducta, llegado el caso.
La sexualidad habita el inframundo y es de rostro desconocido, no por carencia sino por ocultación, pero a más secretismo mayor sospecha, y ese diario carnal posibilitaría el acceso a las sagradas criptas de cada ciudadano y averiguar miserias y comportamientos que tengan que ver con algún tipo de conducta sórdida o inadecuada y cuyas andanzas no se publicitan ni están oficialmente inventariadas, lo que podría amparar su impunidad. Y de esa manera se evitaría que la razón la patrimonialice la parte que más grita en detrimento de quien la pueda tener, porque cualquier poder es capaz de arruinar vidas ajenas, y el sexual es uno de ellos.
No vaya a ser que quienes disponen de esa supremacía no la apliquen a los fines para los que la naturaleza les dotó: la satisfacción del cuerpo, de la mente y la procreación (siempre que no sea a padre cambiado), y se estén sirviendo de ese don a través de ingeniería financiera, con beneficio en especie y en diferido, claro, vamos, sin "cash" inmediato, porque cuando el montante es importante el bien generado no suele caber en una cartera, y a veces ni en una habitación como esta, y es algo a lo que no solo los monarcas están expuestos.
Al final igual resulta que el putero, que se limita a pagar lo que le piden, y al contado, no pasa de ser un mindundi en la parte más baja de la escala de un señorío acotado y en manos de quien ostenta el dominio casi absoluto de la cosa.
Como en cualquier cacería (también de elefantes, pero sobre todo de pajaritos) la finalidad del reclamo es acercar la pieza y echarla abajo, y, cobrada la pieza, solo queda trasladarle la culpa, por acudir al señuelo.
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