Un afán de dominio total
¿Quiénes son los que
ostentan el poder en la sombra – o, más bien, en la penumbra? Grosso
modo, son personas e instituciones multimillonarias para quienes el dinero
tiene ya una utilidad marginal decreciente (no así el poder) y a los que une su
mesianismo, su complejo de dios, su megalomanía y un objetivo común: privar al
hombre del don de la libertad, que desprecian al considerar que sólo ellos, los
elegidos, seres superiores, saben lo que debe hacerse.
Políticamente el
modelo con el que sueñan es mucho más cercano a China que a la democracia, a la
que le reservan el papel de decidir sólo sobre bagatelas mientras las grandes
líneas de pensamiento y acción son decididas por “la élite”. Así, en este
movimiento globalista los políticos electos no pertenecen a la oficialidad sino
a la tropa. No mandan; son mandados, pues quien aspira al dominio global no
puede exponerse a público escrutinio ni rotar cada cuatro años. Como con razón
resume Elon Musk (de los pocos que declinan la invitación a asistir a Davos),
“el Foro Económico Mundial se está convirtiendo en un gobierno mundial no
electo que el pueblo nunca pidió y que el pueblo no quiere”.
Al igual que Sauron,
los forjadores de este Anillo Único globalista adolecen de la libido
dominandi descrita por San Agustín en el s. V, es decir, de un
lujurioso afán de dominación universal. Su voluntad de poder no conoce límites,
pues su proyecto, como veremos, es ni más ni menos que una Nueva Creación en la
que rivalizan con el mismo Dios. Sin embargo, a diferencia de Dios, no quieren
un ser humano libre y capaz de amar, sino un siervo asustado que se limite a
obedecer. Así, no ha sido casualidad la paulatina instauración de la Cultura
del Miedo en las sociedades occidentales, como atestigua la histeria covid y el
apocalipsis climático.
Debemos comprender que
consideran hostil toda estructura de poder ajena a ellos. Por un lado, su
vocación global hace que las organizaciones supranacionales no electas (como la
ONU o la UE) sean su sistema de gobierno preferido y que el Estado-nación sea
declarado enemigo, motivo por el que siempre caricaturizan el patriotismo como
nacionalismo radical.
Por otro lado,
declaran también la guerra a la familia, que para ellos es simplemente otra
estructura de poder rival que protege a sus miembros y que entorpece su
objetivo de aislar al individuo para controlarlo con mayor facilidad. Así se
comprende el diabólico asedio de que está siendo objeto esta institución
secular, una fortaleza cimentada en una fuerza que no controlan (el amor) y
antaño considerada inexpugnable, pero que ahora se ve sometida al bombardeo
constante de la incitación a la lucha entre sexos y la perversa ideología de
género mientras sus murallas son minadas por la falta de compromiso
(concubinato, divorcio exprés, aborto, etc.).
Finalmente, consideran
la creencia en Dios y la religión (especialmente el cristianismo) otra
estructura de poder hostil, algo natural dado su ateísmo militante, residual en
la población en general en EEUU y muy minoritario en Europa[5] pero claramente mayoritario en este grupo de
poder, punto relevante que suele pasarse por alto.
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