El camerunés Bertrand, estrella en los mítines de Vox.
El africano no deja de hacerse fotos con los simpatizantes, admira a Putin y cree que el partido debe acercarse más a los mayores.
A las 18.30, Bertrand Ndongo espera la llegada de Javier Ortega Smith a la plaza de la Villa. El candidato a la alcaldía va a presentar su programa electoral para Madrid bajo las ventanas de donde su abuelo fue letrado municipal. El tronco de abogados en la familia le pesa a kilo de generaciones, pero Ortega Smith se retrasa y los asistentes aligeran la espera pidiendo selfies con otra estrella del partido: el camerunés.
“¿Un negro de Vox?”. Con esa pregunta se acerca a Ndongo un simpatizante. “¿Es que hay dos?”, le responde Bertrand, antes de acceder encantado a hacerse una foto con él. No es el único inmigrante entre los cerca de 200 asistentes al encuentro. La mujer que acompaña a quien ha pedido el retrato nació en Rusia: “¿Rusa? Yo admiro mucho a Putin”, suelta Bertrand. “En España faltan políticos como él”. ¿Y Ortega Smith?, le pregunto de incógnito, pegado a su vera: “Todavía le falta…”.
Aun así, Ndongo ha escuchado el mitin aplaudiendo donde toca: “Tolerancia cero contra las bandas de traficantes de personas. Y el letrero que colgó Carmena de ‘Welcome Refugees’ lo vamos a cambiar por otro que ponga: Bienvenida la policía y la Guardia Civil, la ley y el orden”. Bertrand atiende y bate palmas. No le gustan las mafias que mercadean con seres humanos, detesta el efecto llamada, cree en una inmigración ordenada, defiende que Vox no es racista y se ha hecho un hueco en España como limpiador de máquinas industriales.
Ortega Smith continúa lanzando al aire su programa de tolerancia cero: “Contra los okupas, los manteros, gente que ha sido engañada para arrojarse al mar y que son explotados al llegar aquí como vendedores ilegales por las redes chinas. Tolerancia cero contra cualquier local de adoctrinamiento en el fundamentalismo yihadista…”.
El candidato es un maestro del doble sentido. Sus habituales tirantes con la antigua bandera de Fuerza Nueva sí que constituyen un callado símbolo de efecto llamada. Este lunes no los luce en la plaza de la Villa, pero sí su calculada ambigüedad dialéctica, en la que utiliza con la misma destreza conceptos como Estado de derecho junto a una obsesión por la limpieza y el saneamiento o afirmaciones así: “Sí, somos de extrema… De extrema necesidad para Madrid”. Luego sonríe al comprobar cómo su gesto provoca cierta oleada discreta de sobrentendidos. Una necesidad que sus votantes entienden para guardar las formas, cara a lograr sus objetivos.
Lo pillan sobre todo los más mayores. Bertrand le sigue sin parecer muy consciente de ese lenguaje subterráneo, que apela a pasados que él no conoció. Aun así, se acerca a los mítines de Vox en varios lugares de España, como si fuera Manolo el del Bombo, en primera fila, para que se le vea bien, y prueba a escrutar una sociología curiosa. Quiere que el partido crezca y se ha enrolado como voluntario: “Vienen muchos jóvenes, pero necesitamos captar a los viejos. Nos cuesta más. Ellos se sienten cómodos donde siempre, no quieren mover su voto, tienen miedo a lo nuevo”, explica sentando cátedra en politología y muy consciente de que su esfinge de ébano llama la atención, paradójicamente, como un más que eficaz blanqueo de la marca.
A su lado, Ortega Smith recibe a los simpatizantes en riguroso orden de cola. Se hace una foto y les da una buena palmada en la espalda con sus manos categóricas de militar veterano. La fila aumenta y Bertrand utiliza sus prebendas: “Colarme, que tengo que hacer un vídeo para las redes con él en apoyo a los compañeros de Calpe”. Los voluntarios le hacen pasillo. Ortega Smith lo recibe sonriente y graba su mensaje: “¡Aquí con Bertrand…!”. Cuando el amigo Ndongo ha logrado su objetivo, pasa de más selfies y sale pitando: “¡Me voy de cañas!”.
CONTRADICCIONES, TODOS SON IGUALES PAYASADAS Y TITULARES ABSURDOS.
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