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viernes, 2 de marzo de 2018

EL FRIO BESO DEL ROBOT CUIDA-ANCIANOS


Robots que nos ayudarán a cuidar de nuestros mayores.
Cada vez somos más viejos. No individualmente (que también, pero eso es una obviedad que todos ratificamos día a día), sino como sociedad global. Según datos de las Naciones Unidas, actualmente en el planeta hay alrededor de un 13 por ciento de personas mayores de 60 años, es decir, unos 962 millones de seres humanos han alcanzado esa edad en la que, en el mejor de los casos, se empieza a pensar en el retiro. Ese grupo crece además a un ritmo del tres por ciento y en Europa ya representa un cuarto del total de población, un porcentaje que será similar en el resto del mundo, a excepción de África, para el 2050. Si las previsiones de la ONU se cumplen, al final de este siglo 3.100 millones de personas habrán superado los 80 años. Con estos datos no es extraño que el envejecimiento de la población sea uno de los temas que gobiernos, instituciones y empresas están afrontando con mayor interés. Porque sus implicaciones económicas y sociales serán muy relevantes en las próximas décadas. Joseph Coughlin, director del AgeLab del MIT, en su libro The Longevity Economy arroja algunas preguntas que seguramente todos deberíamos hacernos cuando estemos cerca de nuestra jubilación. Cuestiones aparentemente triviales como “¿Quién cambiará mis bombillas?” o “¿Cómo conseguiré un helado?” o “¿Con quién comeré?”. En esas preguntas simples se condensa la clave del bienestar, porque acercan al ámbito de lo cotidiano algunos de los temas que más preocupan a los ancianos: la soledad, la movilidad, la salud o si las nuevas tecnologías son suficiente para mantener la cercanía emotiva con la familia. Y es aquí precisamente, en la tecnología, donde se pueden encontrar las soluciones a muchos de los retos que, indefectiblemente, habrá que afrontar frente al envejecimiento de la sociedad.
Las investigaciones de Coughlin se centran en cómo influyen en los gobiernos y las empresas los cambios demográficos, las tendencias sociales y el comportamiento de los consumidores. En especial las interacciones entre las distintas generaciones y el aporte que pueden hacer las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial o la robótica para resolver lo que él llama la paradoja de la longevidad: “Nos hemos inventado una nueva fase de la vida. Y tenemos la tecnología necesaria para vivir más tiempo y mejor”. La robótica está llamada a jugar un papel capital en esta etapa con proyectos como GrowMeUp, financiado por la Unión Europea, que busca desarrollar un tipo de robot asistencial que sirva como ayuda y compañía a los ancianos. El portugués Luis Santos, jefe de proyecto, hace referencia a una de las grandes necesidades de los mayores: “el problema principal seguramente es la soledad. El hecho de ser capaces de conectar con un robot e incluso mantener una conversación con él, los hace mucho más atractivos y útiles”.
Los robots solucionarán problemas de movilidad, de cuidado médico o de comunicación. Pero, sobre todo, nos darán compañía y apoyo en una etapa de la vida en la que resulta fundamental sentirse conectado con la sociedad para que las limitaciones físicas no nos aíslen del mundo. Pero, ¿cómo se habla con un robot? ¿Cómo se consigue que nos entienda y haga exactamente lo que necesitamos? En eso trabaja actualmente el equipo de Santos: “el problema principal que observamos desde el punto de vista tecnológico es que todo lo que funciona en un laboratorio puede no hacerlo en un entorno real. Porque los ancianos tienen formas diferentes de hablarle al robot, formas diferentes de interactuar con ellos, diferentes capacidades para relacionarse con la tecnología”. Lo que Santos expresa es que necesitamos robots de un aspecto amigable, que nos entiendan y ayuden, que nos hagan la compra pero también con los que conversar y reírnos. O, como sintetizaba en un artículo reciente Coughlin para explicar el objetivo del MIT AgeLab: “queremos construir un robot con el que tomarnos una cerveza”.
NO QUIERO QUE TU BESO Y FRIA MANO ME DE CARIÑO METÁLICO.

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