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domingo, 21 de diciembre de 2025

EL PERRO HUMANO Y SACRIFICADO.

 La convivencia social se sostiene gracias a las personas comprometidas y cívicas, que son la mayoría, no por quienes actúan guiados únicamente por su propio interés.

La presencia de mascotas en centros comerciales y espacios cerrados ha superado con creces cualquier límite razonable. No porque tres o diez dueños sin respeto ni educación paseen a sus perros entre prendas de ropa, por pasillos abarrotados o dentro de ascensores se convierte eso en un derecho universal. Imaginemos por un momento que todos entráramos con el perro de cordel: ¿por qué usted sí y los demás no? ¿En qué se transformaría el espacio común? En una perrera sin orden ni sentido: tirones, olisqueos, ladridos, enredos entre piernas. No lo visualizan porque el centro del mundo son ustedes y sus perros. Algunos incluso los visten y los llaman "hijo". El disparate ya no se disimula.

Lo de los perros ha derivado en una auténtica distorsión social, casi una pandemia mental. Y conviene decirlo sin rodeos: hay dueños que quieren más a su mascota que a sus propios abuelos. Al perro se le pasea, se le lleva de compras, de vacaciones, al restaurante. A la abuela, no. Incluso se da la paradoja de que muchas personas mayores acaban cuidando del perro durante el horario laboral de hijos y nietos. Resulta grotesco. Se protege y se atiende más a una mascota -también desde las instituciones- que a quienes han sostenido esta sociedad durante décadas.

Se nos dice que todo esto responde a la necesidad de compañía y bienestar emocional. A mí me genera tristeza ver a personas adultas exhibiendo con orgullo un perro de cordelito como sustituto afectivo. Es cierto que hay seres humanos egoístas, tóxicos e incapaces de convivir sanamente, pero el remedio no puede ser reemplazar la relación humana por un animal. El ser humano necesita diálogo, comprensión, intercambio emocional y pensamiento compartido. No puede suplirse eso con alguien que ladra, babea y depende por completo de ti.

El perro es un animal que necesita espacio, movimiento y contacto con otros de su especie. Mantenerlo encerrado en un piso no es amor: es dominación. Algunos afirman que si se le suelta, vuelve. Claro que vuelve: tiene hambre. Si el alimento está garantizado, la dependencia es absoluta. Eso no es vínculo libre, es dependencia creada.

Durante siglos, los perros convivieron con las personas de otra manera. En los pueblos eran parte del entorno, vigilaban, pastoreaban o ahuyentaban alimañas. En un piso es maltrato animal.EL 

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