En estos días de jubileo y efeméride, como no podía ser de otra manera, el señor Sánchez vuelve a recurrir a la movida antifranquista convencido de que los españoles no han salido de las trincheras de Belchite y que de lo único que viven es del odio que se tienen unos a otros. Y es que el Presidente, desde que hizo desalojar los restos del dictador de aquella soledad de soto y pedregal allá por el 2019, ha hecho de las batallas del abuelo uno de los ejes centrales de su gobernanza, sin tener en cuenta los años que nos hemos pasado tendiendo puentes, suturando heridas y cantando las letrillas de la lejía y el famoso detergente. Que digo yo que una cosa es asear las guedejas de este país y otra muy distinta ir avivando pequeñas guerras civiles, derribando estatuas y mitos que no dan de comer a nadie y sobajando fiambres del pasado con el fin de irritar a esa población que asocia sus fortunas y calamidades al mandato del gallego nefasto, y ese otro fin, muy rastrero, de ocultar los desafueros propios y aquí paz y después gloria. Debería este Sánchez farolero, este Pérez-Castejón refalsado, celebrar a voz en grito la Transición, que le dio la oportunidad de estar donde está, y no emperrarse en pasar por el Doctor Fu Manchú, de quien, sospecho, ha sacado la ambición desmedida, la fidelidad de sus secuaces, la querencia por los artificios, la potra para escapar al final del capítulo y el magnetismo de los villanos de folletín.
Ahora hay gran expectación por ver qué nueva artimaña se sacará de la manga después de que el informe de la UCO sobre Santos Cerdán y la sentencia condenatoria contra el fiscal general del Estado dieran al traste con el "revival" setentero que nos tenía preparado. Habrá que esperar a la próxima entrega de esta historia, más fastidiosa que un día sin pan y tan amarga como el ajenjo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario