Todos somos conocedores de que cuando una persona gobierna a otra hay autoritarismo, hay tiranía, hay un dictador y su súbdito, hay un esclavista y su esclavo. La verdadera democracia exige que el pueblo participe permanentemente en el proceso democrático.
Nos encontramos con que el Gobierno se está apoderando de lo que no le pertenece: nuestra voz, nuestros derechos, nuestro poder de elegir y resistir. Nos está robando las herramientas mismas del autogobierno (rendición de cuentas, transparencia, representación, libertad de expresión, autonomía corporal) y las está reemplazando con coerción, propaganda y fuerza. Nos están robando a plena luz del día los mismos individuos encargados de salvaguardar nuestros derechos y nuestra nación.
Aunque "estos" socialistas del champán, a los que la estafa sacó a la superficie, son pura espuma, burbujas y efervescencia, no vayamos a equivocarnos: esta debacle no empezó con Sánchez.
Las bases de este robo se sentaron mucho antes, a través de sucesivos gobiernos, tanto progresistas como conservadores, que ampliaron el poder ejecutivo, vaciaron la Constitución y normalizaron el imperio de la fuerza sobre el Estado de derecho.
Vivimos a la sombra del Ministerio de la Verdad, de George Orwell, donde los hechos son negociables, la historia se puede reescribir y la realidad es lo que el Estado Profundo dice que es.
Los servicios gubernamentales, antes creados para servir al bien público, son ahora armas políticas: se utilizan para recompensar la lealtad, castigar el disenso y controlar a las masas mediante la ayuda selectiva y la imposición ideológica.
La transparencia queda sepultada bajo el espectáculo. La rendición de cuentas queda eclipsada por la distracción. Y para cuando levantamos la vista del último escándalo o pelea política, otra parte del Estado ha sido desmantelada.
Lo que aún no sabemos es que puede hacernos daño. Y nos hará daño.
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