En los últimos años, desde que finalizó la pandemia del covid-19, asistimos a la expansión de una nueva peste que azota nuestras calles y parques: los patinetes eléctricos. Como si de un virus se tratase, sigilosos, transitan por nuestras vías, aceras, calles peatonales, parques y plazas ajenos a las normas de circulación y de convivencia más esenciales.
Cada día cientos de estos nuevos vehículos motorizados campan a lo largo y ancho de la ciudad de Gijón sin una regulación aparente, convirtiendo el día a día del peatón en una verdadera odisea. Pasear por una calle, o incluso por un parque, cruzar una bocacalle peatonal sin mirar a los lados y un largo etcétera de acciones cotidianas para cualquier viandante se han convertido en los últimos tiempos en una auténtica prueba de obstáculos -que resulta especialmente peligrosa para niños y ancianos-.
Es cierto que este nuevo medio de transporte viene vestido de progreso, y que para mucha gente ha supuesto una auténtica revolución en términos de movilidad urbana: personal de oficina, hostelería, comercios y todos aquellos que se ganan el pan en el centro de las ciudades -donde aparcar un coche a diario constituye un esfuerzo económico muchas veces inasumible- encuentran en estos nuevos vehículos una alternativa privada al transporte público.
Además, hay otro tipo de trabajadores que merecen una especial atención en este sentido: los repartidores. Pues en el sector de las entregas a domicilio, cada vez más en boga, los patines autopropulsados también están desplazando a las típicas motocicletas que hace años zigzagueaban entre coches y autobuses tratando de acercar en tiempo récord una pizza encartonada al vecino más urbanita del bloque.
Por tanto, es cierto que hacen la vida más fácil y asequible a cientos de personas que salen cada día a ganarse el pan. Sin embargo, como comentaba al principio, este medio de transporte es un vehículo autopropulsado (como una moto o un coche) que en muchos casos pilota un adolescente inexperto, sin formación vial y con la imprudencia propia de su edad. Estos vehículos con diseño monoplaza se convierten a menudo en vehículos compartidos, circunstancia que está lejos de ser una chiquillada, pues al ir más de una persona les resta maniobrabilidad y rango de frenada, lo que termina siendo un peligro añadido, tanto para los propios usuarios como para quienes se cruzan en su camino.
En definitiva, creo que estos automóviles que traen consigo cierta comodidad y progreso deben ser regulados de inmediato. Y la regulación, que si existe no se está aplicando, no debe quedarse en agua de borrajas, sino que debe ser clara, aplicable y aplicada de inmediato. No es viable que un vehículo a motor circule a 30 kilómetros por hora por aceras y parques, ni por carriles bici o carreteras si quien lo conduce no ha demostrado un mínimo conocimiento de la normativa vial o no tiene la madurez necesaria para llevar entre sus manos un vehículo que, disfrazado de juguete, puede hacer mucho daño.
Parafraseando a S. Pío X: "Lo que está mal está mal, aunque lo haga todo el mundo. Lo que está bien, está bien, aunque no lo haga nadie".
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