Hoy escribo sobre el apagón que nos ha recordado que un poco de humildad nos viene de perlas.
Y sucedió lo que nadie esperaba, nos quedamos sin luz, y llegó el caos.
Estamos tan acostumbrados a las comodidades y el confort que cuando el apagón andábamos como pollo sin cabeza.
Y entonces nos dimos cuenta de que nada importa el poder adquisitivo que tengas, ni el móvil último modelo, ni tantas chorradas más.
Porque de nada sirve cuando te quedas a oscuras por un apagón que te rompe los esquemas y te da una cura de humildad en toda regla.
Montamos un caos de órdago por quedar incomunicados. Por unas horas hubo quien aprovecho para volver a los años de su infancia, a jugar con sus hijos a tres en raya, al escondite, las canicas, el cascayu, la peonza, a leer en formato papel, a socializar con los vecinos, a pasear y disfrutar de la naturaleza, a darnos cuenta de que las nuevas tecnologías nos comen la cabeza y nos hacen perder un valioso tiempo con la familia, amigos, y con uno mismo.
En los tiempos de mi infancia disfrutábamos con ir a picar a una puerta y echar a correr, o, como fue mi caso, recoger excrementos de vaca, envolverlos en papel de periódico y dárselo a una señora mayor que tenía muy mal genio y decirle que era una docena de huevos que me había dado una señora para ella. Me acompañaban niños y niñas de la escuela, ellos tenían temor a esa señora porque era conocida por su mal carácter y para encima tenía un perro enorme al que azuzaba cuando alguien no le caía bien; y claro, la señora en cuestión cuando le di el paquete primero me dio las gracias pero cuando lo desenvolvió se acordó de todos mis antepasados y nos soltó el perro.
Ahora con el paso del tiempo comprendo a María -así se llamaba-, no digo el mote que tenía porque entonces muchas personas de aquellos años sabrían a quién me refiero. La comprendo porque con la edad aguantamos muy pocas tonterías y no le bailamos el agua a nadie.
La trastada que le hicimos teniéndome a mí como capitana nos hizo reír y correr al mismo tiempo, para nosotros fue motivo de risa, para ella, obviamente, no.
Retomando el hilo, pienso que muchísimas personas en las horas apagón se trataron de poner en la piel de los niños y adultos que están metidos en guerras que no son asunto suyo (proceden de los intereses de mandatarios sin escrúpulos que matan salvaje e indiscriminadamente tanto a niños como adultos).
Esas personas ni tienen agua, ni alimentos, ni medicinas, tampoco una casa donde cobijarse del frío, conviviendo con el terror permanente en sus ojos.
¿Qué haríamos nosotros en su lugar, un día sí y al otro también, viviendo en esa situación bajo bombas asesinas?
Esto es para hacernos reflexionar, nos ahogamos en un vaso de agua mientras el prójimo vive en un incesante tsunami.
A ver si aprendemos del dolor ajeno y aceptamos a todos los seres humanos por igual, sea cual sea su condición.
Cuando huyen de su país no lo hacen por gusto, lo hacen buscando un lugar mejor para ellos y sus hijos, igual que haríamos nosotros.
Lo que más me ofende es que los que más inconvenientes ponen son los que se dicen católicos, de misa diaria y golpes de pecho.
Menos escupir para arriba porque suele caer todo en la boca, torres bien altas se han visto caer, nos pensamos que somos los elegidos pero simplemente somos una gota de agua en un océano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario