Nuestro país, de 48 millones de habitantes, se apagó durante unas cuantas horas aquel 28 de abril, provocando momentos de caos, algunos críticos, en la vida de sus 48 millones de habitantes. El apagón afectó a lo largo y ancho de este país europeo, del primer mundo, como si de una comunidad de vecinos se tratase al grito de "¡se ha ido la luz!". Y así fue, pero en toda España.
Los ciudadanos de este Estado del bienestar sin energía eléctrica y sin recibir una explicación convincente de lo ocurrido. Tampoco nadie ha nombrado responsables. Parece mentira, con la facilidad con la que en este país se tira de nombramientos en el ámbito público.
Una vez que se recuperó el suministro parece ya todo olvidado, aplauso mediante. En caso de que el apagón afectara durante horas a un único edificio, no quiero ni imaginar la que les hubiera caído en la siguiente reunión de vecinos a Paco y Alberto, presidente de la comunidad y administrador de fincas, respectivamente.
Volviendo al ámbito doméstico, de nivel nacional, este es un ejemplo más del apagón entre la clase política y la ciudadanía. Una especie de matrimonio que no se rompe, pero que de puertas para adentro no se miran, ni se hablan, ni se dan explicaciones. Quizás sí que una parte necesita a la otra. Especialmente cada cuatro años.
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