La sublevación republicana en la que Franco quiso bombardear a toda la familia de Alfonso XIII
Durante la Sublevación de Cuatro Vientos, el gran héroe de la aviación española Ramón Franco despegó con la intención de atacar el Palacio Real
Ramón Franco se hizo mundialmente famoso, a principios de 1926, tras cruzar por primera vez en avión, junto a una tripulación de otros tres miembros, el Atlántico desde Palos de la Frontera hasta Buenos Aires. La hazaña del Plus Ultra, nombre de aquel avión, mostró las grandes habilidades de Franco como piloto, pero también sus tendencias extravagantes y su rebeldía natural. En Buenos Aires trató de regresar en el mismo avión en el que había ido, lo cual prohibió terminantemente el dictador Miguel Primo de Rivera, quien exigió al grupo que volviera en un buque para no correr riesgos y poder celebrar a lo grande la hazaña en España.
Como cuenta el historiador Gabriel Cardona en su obra «Alfonso XIII, el rey de espadas» (Planeta), los desaires entre el Ramón Franco y la Corona comenzaron a acumularse cuando, en medio del desfile dedicado a los héroes del Plus Ultra, el piloto decidió apearse de la caravana honorífica para irse a tomar unas copas con unos amigos que vio entre el público. No obstante, su afán de protagonismo y una carta subida de tintas contra el embajador español en Buenos Aires llevaron a Primo de Rivera a arrestar al piloto una temporada en el castillo de Badajoz, del que salió tras azuzar a la prensa internacional denunciando el escándalo.
La siguiente aventura aérea puso al grupo de pioneros del Plus Ultra rumbo a Nueva York, en julio de 1929, pero esta vez el mal tiempo les dejó sin gasolina y tuvieron que ser rescatados en pleno Atlántico. A su regreso, él y sus compañeros serían investigados por emplear un avión distinto al que la Corona había aprobado para tal aventura y que había presentado a nivel mundial como cien por cien fabricado en España. Ramón Franco arremetió entonces contra el director general de Aeronáutica, el general Kindelán, otro pionero de la aviación española, lance que terminó con la baja y arresto del más joven de los hermanos del que sería dictador de España durante cuarenta años. Franco se elevó en los siguientes años como un activo republicano y uno de los enemigos más peligrosos de la Corona.
Los republicanos brotan en el Ejército
A Primo de Rivera, que se marchó del país en 1930, y a la Corona que representaba Alfonso XIII no dejaron de crecerle los enanos en la fase final de la Monarquía. Además de la aviación, elementos insubordinados afloraron tanto entre oficiales de Artillería como de otros estamentos. Cada vez con menos capacidad de maniobra, el Rey fió su continuidad en el poder casi en exclusiva a ciertos militares y, de forma inevitable, también vinculó su caída al apoyo de estos.
En enero de 1930, ocupaban puestos directamente políticos 29 generales, 536 jefes y oficiales y 358 clases de tropa, según datos recogidos por Gabriel Cardona. El propio presidente del Gobierno que tomó el mando tras la salida de Primo de Rivera fue un militar, el general Dámaso Berenguer, jefe de la casa militar de Alfonso XIII desde 1924 y un hombre manchado por su implicación en el desastre de Annual.
Durante la conocida como Dictablanda, la oposición republicana, con fuertes lazos militares, logró organizar un primer plan para desalojar a la monarquía del país. El 17 de agosto de 1930, una amplia representación de familias republicanas se reunió en el Casino Republicano de San Sebastián y pactó una hoja de ruta para derribar a Alfonso XIII y marcar los primeros pasos de la futura república. El Pacto de San Sebastián dio a luz un comité revolucionario, asistido a su vez por un comité militar encabezado por el general Queipo de Llano y otros militares abiertamente republicanos.
El director general de Seguridad, Emilio Mola, que años después sabría el momento exacto de cambiarse de bando, ayudó a reforzar los apoyos republicanos en el ejército a través de una torpe estrategia de detenciones. Personajes republicanos de gran popularidad, como Ramón Franco, recuperaron gracias a su paso por prisión el altavoz público y pudieron presentarse como mártires de la oposición a los monárquicos. Desde la prisión militar de Madrid, Franco encendió los ánimos contra el Rey con sendos artículos publicados en «El Heraldo de Madrid». Luego, para honrar su fama de escapista, se evadió de la prisión y firmó una carta incendiaria contra Berenguer, al que acusaba directamente del desastre de Annual. El incendio en la opinión pública no fue pequeño.
A pesar del peligro, no parece que Alfonso XIII fuera consciente en ese momento de lo frágiles que empezaban a ser los pilares sobre los que se sujetaba ahora que hasta parte del Ejército le negaba la mano. Para finales de ese mismo año, el comité revolucionario preparó una huelga general seguida de una serie de pronunciamientos militares. La fecha, en torno al 12 de diciembre, fue pospuesta a última hora, en parte porque era un secreto a voces. Nadie avisó a tiempo a la guarnición de Jaca.
El capitán Fermín Galán, amnistiado poco antes por Berenguer tras un pasado anarquista, detuvo a las autoridades militares y decretó en la ciudad el comunismo libertario. Sin embargo, el golpe fracasó por la falta de preparativos y el silencio que recibió por parte de otras guarniciones. Tras el éxito inicial, Galán perdió mucho tiempo organizando una columna de soldados republicanos y terminó cayendo en la trampa del capitán general de Zaragoza. El capitán anarquista y otros oficiales fueron fusilados tras un juicio sumarísimo, que se desarrolló en cuestión de días.
Objetivo: Cuatro Vientos
El comité revolucionario intentó ayudar a los sublevados de Jaca precipitando sus planes de agitación social, pero apenas logró resultados. Su único éxito en Madrid llegó con la efímera toma del aeródromo de Cuatro Vientos el día 15 de diciembre por parte de un grupo de ocho oficiales, encabezados por Queipo de Llano y Ramón Franco. La idea original de este grupo era usar los aviones disponibles para bombardear el Palacio Real con la familia de Alfonso XIII dentro.
Ramón Franco despegó con un avión cargado de bombas precisamente con esa intención, pero, al comprobar que la huelga general no había conseguido prender, se limitó a arrojar proclamas revolucionarias por las calles de Madrid. Según el historiador Francisco Alía Miranda, autor de «Historia del Ejército español y de su intervención política», Franco cambió de parecer al ver que la Plaza de Oriente estaba rodeada de mujeres y niños, lo cual fue señalado por las fuerzas anarquistas como la prueba de que esa revolución estaba «dirigida por ciertos militares que no les inspiraban confianza». Les faltaba, en su opinión, la determinación necesaria para tumbar la Monarquía a toda costa.
Los anarquistas no se sumaron a la sublevación y los socialistas incumplieron su promesa de ir a la huelga ante el temor de que los militares no movieran más piezas en el tablero. La insurrección se quedó, finalmente, en tierra de nadie. La mayoría de los miembros del comité revolucionario fueron detenidos en esos días.
La historia de brocha gorda presupone que los inquilinos del Palacio Real, entonces residencia de la Familia Real, ignoraron completamente el peligro que habían corrido sus vidas cuando los aviones sobrevolaron la zona. Nada más lejos de la realidad. Investigando para escribir su novela «Baby y Crista. Las hijas de Alfonso XIII» (La Esfera de los Libros), el periodista y escritor Martín Bianchi Tasso se topó en un entrevista a «Hola», el 8 de julio de 1999, con el testimonio de la Infanta Beatriz, la hija mayor de Victoria Eugenia y Alfonso XIII, confesando haber pasado más miedo ese día que cuando se proclamó finalmente la Segunda República.
A la pregunta de si pasó miedo el 15 de abril de 1931, la Infanta contestó recordando la Sublevación de Cuatro Vientos:
«Bueno, creo que menos que cuando la sublevación de Cuatro Vientos, en diciembre de mil novecientos treinta, cuando Ramón Franco, el aviador, amenazó con bombardear palacio y vimos pasar el avión por encima una vez y otra sin poder hacer nada. El catorce de abril también fue tremendo. Toda la noche estuvimos en el cuarto de mamá, que daba a la calle de Bailén, por el lado donde hay menos altura, oyendo pasar camiones, taxis y gentes andando que gritaban: "¡Dos caerán, dos caerán!". Porque en diciembre habían fusilado a Galán y García Hernández, que se habían sublevado en Jaca… ¡Tengo aquel estribillo metido en la cabeza! También era terrible ver la plaza de la Armería, que solo se utilizaba para el cambio de guardia y las paradas militares, con camiones dando vueltas, cargados de hombres y mujeres gritando. A Crista y a mi nos impresiono mucho ver un taxi con un retrato enorme de papá con un cuchillo, este de verdad, clavado en el cuello…¡Gracias a Dios mamá no lo vio!».
La Familia Real, camino del exilio
Martín Bianchi reconstruye en su novela aquellas horas de tensión y miedo basándose en los relatos de las Infantas, las investigaciones históricas y tirando de hemeroteca. La sublevación de Jaca justamente coincidió con el cumpleaños de María Cristina, la otra hija de Victoria Eugenia, que pasó un día despreocupado entre ceremonias, cenas familiares, sesión de cine y ópera rusa...
No ocurrió igual el día 15 de diciembre, cuando los residentes del palacio amanecieron bajo el ruido ensordecedor de un avión que amenazaba con bombardear el lugar. Beatriz y Cristina, que tenían previsto ir a la escuela del cuartel de Alabarderos para repartir regalos y ropa entre los hijos de los guardias reales, cancelaron el acto benéfico y tuvieron que encerrarse con sus hermanos en la habitación de su madre, en la segunda planta.
Miembros del Regimiento de Infantería de Wad-Rás se desplegaron por la Plaza de Oriente, mientras la Plaza de la Armería era ocupada por una sección de ametralladoras. El autor de «Baby y Crista. Las hijas de Alfonso XIII» describe al Rey mirando por la ventana en actitud sosegada durante toda esa agitación: «Al Monarca le presento, siguiendo los testimonios y lo que he podido documentar, como desafiante, con la sangre fría que siempre le caracterizó en las situaciones de vida o muerte que padeció a lo largo de su vida. Siempre tenía una pizca de sentido del humor negro o irónico en estas escenas, tal vez porque hizo de sobrevivir a los atentados algo cotidiano. Era una forma de trasmitir calma a las Infantes, que estaban encerradas en la habitación de su madre».
A su vuelta al aeródromo, los conjurados decidieron dar por finalizada la sublevación y huir en avión a Portugal. «Siempre quedará la duda de si Ramón tenía la intención real de cometer el atentado o si todo era un acto propagandístico, que al final es en lo que se quedó. Lo único que está claro es que el enfrentamiento de ese día fue muy cierto. Las propias Infantas cuentan que oyeron desde palacio el combate posterior en Cuatro Vientos», relata Bianchi.
El general Queipo de Llano y el comandante Ramón Franco se instalaron en París, donde se encontraban exiliados algunos políticos republicanos y donde pudieron seguir con sus planes políticos.
Todos los sueños republicanos de Ramón Franco se completaron solo cinco meses después, tras unas simples elecciones municipales que los representantes republicanos presentaron como plebiscitarias. En la noche del 14 al 15 de abril de 1931, el Rey Alfonso XIII partió de Madrid hacia Cartagena al volante de su automóvil Duesenberg y desde allí zarpó para Marsella en el crucero Príncipe Alfonso de la Armada Española para trasladarse después a París. Al día siguiente le siguió la Familia Real.
Alfonso XIII no abdicó ni renunció a la Corona, únicamente suspendido sus prerrogativas. «Soy y seré mientras viva el Rey de España», afirmó en el extranjero. Sus dos hijas, entonces en la veintena de edad, acompañaron a sus padres en su triste destino. En la entrevista con «Hola» antes mencionada, la Infanta Beatriz contaba lo que recordaba de aquellas jornadas que cambiaron España:
«¡Todo fue muy triste! Pero hay algo que todavía, casi setenta años después, recuerdo como si lo tuviera viendo. El catorce de abril ya sentíamos que las cosas estaban muy mal. Papá estuvo reunido con el Gobierno y con los ex presidentes y no almorzó con nosotros. A mí, como me pasaba siempre que tenia una preocupación grande, me dio un sueño tremendo y me quede dormida. Pero como a las ocho, mamá nos hizo llamar por la condesa del Puerto a Crista y a mí y nos reunimos todos en la salita donde se tomaba el té. Papá estaba abajo, despidiéndose de mi pobre hermano Alfonso, que tenía una de sus crisis y no estaba nada bien. Cuando subió, nos dijo: "Mirad, yo soy el Rey de todos los españoles y no quiero poner al Ejercito unos contra otros. No puedo admitir que por mi causa hay sangra. Las elecciones han ido mal y me dicen que como solo están contra mí, si me marcho en seguida me garantizan que a vosotros no os pasara nada y os marcharéis mañana. Y yo les creo. Quiero todavía deciros una cosa: ahora, cuñado salga, ¡no quiero lagrimas!".
Intento sonreír, nos beso y salio a la galería. Estaban los alabarderos formados y al presentar armas, todos a una, echaron el brazo izquierdo hacia la cara para taparse los ojos… ¡Y eran todos hombres hechos y derechos, de treinta o treinta y cinco años, porque los que hacían la guardia eran sargentos! Y mi padre, impertérrito, sin pararse, avanzando con los ojos llenos de lágrimas, sin mirar a derecha o izquierda… Lo estoy contando y me emociono, porque es como si tuviese la imagen delante…».
El Rey permaneció en esa primera etapa de exilio largas temporadas en Irlanda y viajó a Austria, Egipto y la India. Con su mujer llevaba dieciséis años sin hacer vida marital, por lo que su separación definitiva no resultó traumática. Habitaron en ciudades separadas. La Reina Victoria Eugenia se instaló primero en Inglaterra, visitó Estados Unidos y solo regresaría una vez más a España, justo en el bautizo del actual Rey Don Felipe.
«Las Infantas hablaban con mucha naturalidad de ese tema, reconociendo que la relación de sus padres no era la más cercana. Sentían, a pesar de todo, que tuvieron una infancia relativamente feliz y protegida en la que no percibieron esa frialdad entre sus padres», asegura Biancho, quien señala que cuando realmente se hizo evidente el distanciamiento fue en el exilio, cuando todos se despojaron de una agenda oficial compartida y de sus compromisos institucionales que marcaba cada día de su vida.
Fueron las hijas –como recuerda Bianchi– las que mejor se adaptaron al exilio, «mucho mejor que los Reyes, sin duda, y mejor que varios de sus hermanos». Aquella nueva vida fue una oportunidad de abrazar cierta normalidad y evitar «la asfixiante vida de palacio». «Hasta agradecieron un poco que hubiera ocurrido aquello, pues pudieron casarse con las personas que querían», considera.
La Segunda República y los Franco
Con el advenimiento de la Segunda República, Franco no sólo fue rehabilitado y repuesto en su empleo, sino que el gobierno provisional republicano le nombró director general de la Aeronáutica Militar. El compromiso del piloto con la Segunda República y su intensa actividad política en esos años no fue obstáculo para que Ramón Franco cambiara una vez más de bando en 1936.
El estallido de la Guerra Civil, donde su hermano Francisco Franco se elevó pronto como la cabeza de los militares sublevados, sorprendió al piloto republicano en Washington (Estados Unidos) como agregado aéreo en la embajada española. Ramón Franco maniobró para regresar a territorio republicano en un primer momento, pero finalmente, ya fuera por lazos familiares o por desafección hacia la Segunda República, terminó uniéndose a la causa de su hermano mediano.
Ya convertido en «generalísimo», Franco destinó a las Baleares a su hermano menor, al que ascendió al rango de teniente coronel y nombró comandante de la base de hidroaviones de Pollensa, en Mallorca. En octubre de 1938, el más rebelde y republicano de los hermanos del dictador falleció durante una operación aérea al estrellarse el hidroavión de fabricación italiana que pilotaba.
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