Los tres ridículos de un ministro
Marlaska cree que puede apagar el escándalo comprando a la Guardia Civil. ¡Qué poco la conoce!
Hay, en política, algo peor que equivocarse: hacer el ridículo. Es lo que ha hecho el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlasca al cesar como jefe de la Comandancia de Madrid al coronel Diego Pérez de los Cobos, dando la manida explicación de «falta de confianza», cuando todo el mundo sabe que se debe al informe que la juez Carmen Rodríguez Medel pidió al coronel sobre la manifestación del 8 de marzo, autorizada por el delegado de Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, pese al riesgo de contagio, que se materializó en dispararse los casos a partir de entonces. El primer ridículo de Grande-Marlasca fue no caer, él, todo un magistrado de la Audiencia Nacional, en que la Guardia Civil actúa
también como Policía judicial, atendiendo requerimientos para investigar causas. En este caso, la juez Medel, no Grande-Marlasca, un ministro, un político. Y volvía a hacer el ridículo con su segunda explicación tras dimitir irrevocablemente el director adjunto de la Guardia Civil, el teniente general Pablo Salas: que el cese se debió a una «reconstrucción de nuevos equipos», una barbaridad lingüística -si era reconstrucción no podían ser nuevos-, aparte de una verdad de Perogrullo: todo cese lleva consigo un nombramiento, en este caso, dos, pues ha tenido que nombrar a toda prisa un sustituto del dimitido general Peña, que será el general Laurentino Ceña. Podría añadirse un tercer ridículo del ministro al anunciar precisamente ahora que, ¡al fin!, va a equipararse salarialmente la Guardia Civil y la Policía Nacional a los cuerpos de seguridad autonómicos. Pues, aunque les parezca tan injusto como mezquino, los guardias civiles vienen cobrando menos, pese a habérseles prometido no una vez sino varias, la equiparación. Y habla de la calidad humana de Grande-Marlaska creer que puede apagar el escándalo comprando a la Guardia Civil. ¡Qué poco la conoce! Lo sospechábamos tras su paso por la Audiencia Nacional, donde obtuvo éxitos, como enviar a la cárcel a Otegui, pero también actuaciones poco claras, concretamente, la del bar Faisán, de Irún, donde un chivatazo apuntó que se pagaba el «impuesto» de ETA. Se montó un dispositivo para desmontar la trama pero algo pasó para que no ocurriese. Ahora ha tenido palabras elogiosas para quien acaba de cesar, «destacó en la guerra para el final de ETA». Ya conocen mi idea al respecto: Eta no ha sido derrotada. Es verdad que ya no mata. Pero tampoco lo necesita, pues está en las instituciones a través de su heredera política, Bildu. Aparte de haber puesto pie en su sueño: Navarra. Sin renunciar a la violencia ni a la amenaza, que se lo pregunten a Idoia Mendía, secretaria general de los socialistas vascos, en cuya puerta pintaron «Asesina». Incluso el PNV les tiene miedo, ahora que el Gobierno Sánchez ha pactado con ellos. Pudiendo decirse que Fernando Grande-Marlaska encaja perfectamente en él: un equipo que se enfrenta a una crisis sanitaria sin cerrar y a otra económica a punto de estallar, bajo el lema «Que el jefe siga durmiendo en La Moncloa».
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