lunes, 4 de mayo de 2020

EL POLÍTICO ANORMAL.

Pedro Sánchez, ayer, durante su comparecencia en La Moncloa

El político anormal

La naturaleza de un iluminado es creer que está en posesión de la verdad, por mucho que el resto del mundo le diga que se equivoca.

El Gobierno pretende que llamemos nueva normalidad a lo que vaya a ser de nuestras vidas cuando se acabe la excepcionalidad del confinamiento. También propone que a ese proceso de transición le llamemos desescalada. Si lo miramos bien son dos soberanas estupideces. Lo más característico de la naturaleza del hombre es la libertad y cualquier norma o pauta de conducta que pretenda habituarnos a restringirla es un contradiós, una acción absurda y vituperable que no merece ser llamada normalidad de ninguna clase. Ni nueva ni gaitas. Llamémosla anormalidad a secas y salgamos cuanto antes de este buenismo conceptual que solo pretende dorar la píldora de la realidad que nos circunda. Es normal que Sánchez se vea a sí mismo como un líder capaz de sacarnos del hoyo, que se crea con derecho a utilizar las instituciones en beneficio propio, que adopte decisiones sin consultar con los afectados —incluso que mienta al decir que lo hace—, que vuelva loco a los ciudadanos con rectificaciones constantes o que desoiga el criterio mayoritario de quienes le dicen que si sigue por ese camino nos llevará al abismo. Es normal porque está en su naturaleza. La naturaleza de un iluminado es creer que está en posesión de la verdad, por mucho que el resto del mundo le diga que se equivoca. Lo que no sería normal es que los ciudadanos aceptáramos como normal tener al frente del país a un político tan anormal.
No sé qué significa desescalada. La mejor fórmula es hablar de proceso de atenuación. Nos dirigimos a un aislamiento atenuado
No vamos camino de una nueva normalidad, vamos camino de una vida peor, cuyo grado de empeoramiento dependerá en gran parte del acierto o el desacierto del Gobierno. A ese trayecto no se le puede llamar desescalada. No sé muy bien qué significa ese término, porque no existe en castellano, pero me imagino que es un galicismo que responde al concepto de bajar de una pendiente a la que hemos subido previamente. Desescalar es retroceder. Desde ese punto de vista, el neologismo valdría para describir la voluntad de hacer descender del número de muertos o de contagiados por el Covid 19, pero no para hacer referencia al proceso de progresiva recuperación de las libertades que nos han sido restringidas. Eso supone un avance, no un retroceso. Si quisiéramos significar que vamos a un mundo peor de aquel de aforos completos, conversaciones sin mascarillas y abrazos impetuosos en el que estábamos, podríamos hablar de proceso de regresión. No es una puñalada trapera al idioma e incluye el matiz peyorativo que conlleva la acción de ir para atrás. Pero tampoco sería la mejor opción. Después de todo, la nueva realidad será mejor que el confinamiento, y en ese sentido supondrá un avance. La mejor fórmula, a mi juicio, es hablar de proceso de atenuación. Nos dirigimos a un aislamiento atenuado. Y eso, se mire por donde se mire, no tiene nada de normal.
Zapatero utilizó terminología buenista en su día con profusión paradigmática. Bajo el criterio de que el pesimismo no creaba empleo negó la crisis de 2008
La terminología buenista pretende enmascarar la gravedad de los conflictos. Zapatero la utilizó en su día con profusión paradigmática. Bajo el criterio de que el pesimismo no creaba empleo negó la crisis de 2008 utilizando eufemismos que no sembraran alarma social, como si la alarma social, ante tragedias evidentes, fuera un concepto discutido y discutible que él pudiera manejar a su antojo. La crisis, claro está, no se atuvo a la descripción edulcorada que él preconizaba y lo redujo a cenizas. El PSOE estuvo a punto de desaparecer. Al calor de aquella recesión Podemos emergió como el escudo de los desprotegidos. Doce años después, Sánchez no puede negar la crisis, pero la minimiza con previsiones económicas que no merecen el aval de los expertos y, desde luego, se abraza a Iglesias como a un madero en medio de la tormenta para no dejarle en exclusiva el discurso de la demagogia social. Si cambia de aliados y la resaca política de la pandemia se lo lleva por delante, Iglesias se convertirá en gran capitoste de la izquierda. Pincho de tortilla y caña a que eso es a Sánchez lo que más le preocupa. Por eso desoye la voz de la ortodoxia. Como diría Lambán, el interés general le importa menos que su supervivencia política. Mientras él siga al frente, la desescalada a la nueva normalidad está garantizada.
SI ES UN CLARO EJEMPLO DE EGÓLATRA

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