sábado, 8 de febrero de 2014

LA DROGA DE LA CRISIS QUE MATA MÁS RÁPIDAMENTE

Heroína, dulce inyección de muerte
Heroína, dulce inyección de muerte
La primera vez sentirás mareos y náuseas. La segunda, sólo un inmenso placer. La heroína te matará poco a poco, destrozará tu familia y no te dejará escapar.

Llega a tus manos disfrazada como una medicina para el alma, te promete llenar el vacío, poner una venda sobre tus traumas y curar tu dolor. Después se transforma en un monstruo que te arrebata todo lo que más quisiste: tu familia, tu trabajo, tu vida. Lo perderás todo, pero te agarrará con tal fuerza que sólo la necesitarás a ella.
María probó la heroína a los 15 años. Corrían los años 80. Era una joven atractiva, quizás un poco nerviosa, y tenía una familia que la quería. Todo un futuro por delante. Y un día conoció a quien nunca debió conocer y quedó atrapada para siempre entre las “invisibles rejas” de la droga. Como en tantas otras tragedias, María empezó ausentándose de casa. Después comenzaron las mentiras, las escapadas clandestinas y los robos de dinero, incluso a su propia familia. Abandonó su vida sólo por una nueva dosis que pinchar en sus venas y, cuando quiso dar marcha atrás, sólo le quedaban unos meses de vida. Falleció con 34 años tras contraer SIDA y hepatitis C, fruto de una época en la que compartió jeringuillas llenas de heroína como otros tantos jóvenes de la generación perdida.
Quedan atrás aquellos tiempos en los que esta droga era un símbolo de la cultura ‘underground’, aquellos momentos en los que los niños tenían que atravesar un cementerio de jeringuillas usadas para jugar en el parque. Los años 90 iniciaron la caída del consumo de heroína y ahora, en 2014, pocos entran en su juego. Según los últimos datos del Observatorio Español Sobre la Droga, la incidencia de la heroína se encontró en alrededor de un 0,6% en 2009 y ha dejado paso al cannabis y la cocaína en polvo como ‘reinas’ de las drogas ilegales consumidas en España. Y, sin embargo, que haya dejado atrás su apogeo no significa que sea menos letal.
“Soy un adicto a la heroína”, admitió el actor Philip Seymour Hoffman pocas horas antes de morir con una jeringuilla clavada en su brazo y rodeado de más de 50 papelinas. Pareció un claro caso de sobredosis por este opiáceo y, sin embargo, la autopsia no arrojó resultados concluyentes. Y es que la heroína actúa así; relaja a su víctima de forma tan profunda que al cuerpo se le olvida respirar. La causa de la muerte queda registrada como parada cardiorrespiratoria.
¿Qué se siente al consumirla? Si es la primera vez, mareos y náuseas. Después, una relajación total. La segunda vez, sólo se siente placer. Se nubla el dolor físico y mental y uno se cree capaz de cualquier cosa. Y se desespera por intentarlo una tercera vez. A la siguiente, sólo piensa en la quinta. Sube la dosis porque la inicial ha dejado de tener efecto. Y mientras se ha aislado del mundo, comienza a perder todo aquello que alguna vez le importó. Porque una vez que se prueba, la heroína reduce su vida a pedazos.
El grupo español La Fuga describió el proceso a través de la música: “No más jóvenes llorando noche y día, solamente oír tu nombre causa ruina”, dice la canción, con el explícito nombre de ‘Heroína’. “Yo quiero escapar de ti, pero me arrastras, no me dejas”, continúa.
Dejar esta sustancia provoca tal dolor físico que el adicto, tan sólo 24 horas después de su último consumo, está desesperado por su nueva dosis. Fue el caso de Philip Seymour Hoffman, el caso de María, y el caso de cualquier consumidor de heroína. La mayoría de ellos ingresan en centros de rehabilitación, pero muchos acaban cayendo en sus redes de nuevo. “Un sólo evento negativo en su vida puede desencadenar una nueva adicción y, esta vez, más peligrosa”, explica Antonio Jesús Molina Fernández, colaborador de Proyecto Hombre y profesor asociado en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense.
Hoffman es el ejemplo del peligro mortal de la recaída. “Una de las fantasías de cualquier adicto es que, después de un tiempo, va a hacer sólo una papelina y va a poder parar”, continúa Molina, “pero después de un tiempo de abstinencia, consumirá lo mismo que hace unos años y su cuerpo ya no estará preparado”.
La sobredosis es la forma más conocida de morir por la drogadicción, pero está lejos de ser la única. Además de una peligrosa adicción, los heroinómanos pueden desarrollar artritis, problemas reumatológicos y cardiacos, bronquitis, tuberculosis, venas colapsadas o contraer enfermedades infecciosas, como el V.I.H o la hepatitis B y C.
Y, sin embargo, la verdadera tragedia es que, en un alto porcentaje de los casos, se utiliza para intentar llenar un vacío emocional. Según explica Molina, sus consumidores son personas vulnerables con duros antecedentes en sus vidas: sufrieron abusos, maltratos, traumas o carencias afectivas que no supieron solucionar más que con un “parche”, la heroína. “Les da tranquilidad porque sienten que les inhibe el dolor”, asegura. Y por ello, aunque durante su rehabilitación se les suministren sustancias que contrarresten los efectos de la heroína –como la metadona- superar la drogadicción no es garantía de que se haya superado el problema real.
El fantasma de la década de los 80
El caso del actor Philip Seymour Hoffman ha resucitado un fantasma y se ha vuelto la cara visible de un problema que afecta, según el Centro Europeo de Monitorización de la Droga y la Drogadicción (EMCDDA), a alrededor de 13,5 millones de personas en todo el mundo. Todas son adictas a los opiáceos y, entre ellas, 9,2 millones usa la heroína, que se calcula que se encuentra presente en cuatro de cada cinco muertes por drogadicción. En Estados Unidos, los medios de comunicación alertan de un rápido crecimiento de su consumo, ligado a la crisis económica, y en especial en las zonas rurales. El Wall Street Journal publicó el año pasado una preocupante estadística: murieron 3.084 estadounidenses en 2010 tras una inyección mortal de heroína. Y ahora, en 2014, sólo en la Costa Este se han producido cientos de fallecimientos tras la mezcla de la heroína con otro componente más potente, el fentanilo.
A pesar del alarmante resurgimiento de la heroína en EEUU, Proyecto Hombre y la Agencia Antidrogas de Madrid niegan que se haya producido un repunte en España. “Está estigmatizada”, dice Molina, que atribuye esta conducta a la imagen típica del heroinómano de la década de 1980. “No nos damos cuenta, pero cuando hablamos de droga en España nos estamos refiriendo a la heroína, y no a cualquier otra que se consuma más en la actualidad”, asegura.
La droga que mató a miles de jóvenes en los años 80 era una sustancia blanca fácil de inyectar. Ahora aparece en forma de polvos de color marrón que se fuman o se esnifan. Sigue siendo heroína, pero su acción no es tan rápida y, además, no se consume sola. Sus adictos hacen una contradictoria mezcla, la cocaína con la heroína, para dar al cuerpo una combinación de la euforia inicial de la cocaína con la relajación posterior de la heroína.
“En toda mi vida no he visto a nadie que sólo sea adicto a la heroína”, concluye Molina. Los datos lo avalan: el 49,3% de los drogadictos admiten consumir dos o más sustancias, según el Observatorio Español Sobre la Droga. El policonsumo es un problema muy real que constituye un patrón cada vez más común.
Este año, Hoffman hubiera cumplido 46 años. María, los 48. Pero, como miles de jóvenes, ambos se quedaron en el camino después de una larga lucha contra su mayor enemigo, ellos mismos. Para muchos otros, la heroína aún fluye en su sangre entre períodos de abstinencia. Todos, tanto los que ganaron un Oscar de Hollywood como las caras anónimas del drama, olvidaron cómo era la vida antes de probar su primera dosis. Como dice la canción de La Fuga: “Heroína, diablo vestido de ángel, tú me ayudas a morir con tus venenos en mis venas y, si llego algún día a viejo, podrido por dentro y por fuera”.

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