El Gobierno, las administraciones, el Poder Judicial, el legislativo, la Hacienda Pública, una maquinaria compleja e inaccesible ante la que los ciudadanos indefensos agachamos la cabeza. Un Estado que vulnera sistemáticamente Derechos Fundamentales recogidos en la Constitución y que se permite el lujo de callarnos la boca con argumentos que siempre son legales aunque injustos, quien hace la ley hace la trampa. Los tentáculos del Estado ahondan en las desigualdades, y los problemas de la gente de arriba no tienen nada que ver con los problemas de la gente de abajo.
Quizás por eso, ante las tristes inundaciones, hemos visto a un pueblo roto pero digno ante las miradas institucionales. No voy a aceptar la violencia venga de donde venga, como diría cualquier medio de comunicación, ni voy a hacer apología de ella. Solo recordar la Revolución Francesa, un periodo de agitación social y política, de problemas financieros y desigualdades sociales, donde la violencia se desató como válvula de escape en una población muy castigada.
A ver cuánto tardamos en olvidar a nuestros hermanos y hermanas de Valencia; aunque la solidaridad está trayendo la certeza del nuevo mundo.
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