viernes, 27 de septiembre de 2024

UN GENOCIDIO DISIMULADO.

 Solo un holocausto nuclear podría compararse a la peligrosidad de los virus, pues son estos los que han causado mayores estragos a la Humanidad a lo largo de la Historia e incluso en la Prehistoria. Mucha gente todavía cree que fue el desgaste de la guerra en las trincheras y los muertos por el fuego de las ametralladores, la artillería y el gas de cloro lo que decidió el desenlace de la Primera Guerra Mundial, pero fue un pequeño virus al que llamaron “La gripe española” (no porque apareciera en España, sino porque en nuestro país, que era neutral, se podían publicar sin censura esas cosas) el factor decisivo. Aquella gripe mató a más de 100 millones de personas en todo el mundo, pero se cebó especialmente con los desgraciados que estaban en las trincheras de Europa con el barro hasta la cintura. Sin embargo, no ha sido la gripe, ni ninguna de sus cepas, ni el covid-19, el virus que más ha matado, ha sido la viruela. Esta enfermedad apareció entre las personas hace más de diez mil años y durante siglos mató y desfiguró masivamente. Tampoco fue Hernán Cortés y sus aliados, los indios tlaxcaltecas, los que acabaron con el Imperio azteca, sino la viruela que llevaron a América los españoles, que hizo estragos entre la población indígena que no tenía anticuerpos para defenderse. Millones de amerindios murieron y padecieron la viruela, que se extendió por América con su guadaña. Pero, al contrario de lo que ocurrió en las colonias británicas de Norteamérica, donde los indios fueron exterminados y hoy viven en reservas como rarezas humanas del pasado, los españoles trasmitieron su lengua, su religión y su cultura a las poblaciones indígenas y se mezclaron con ellas dando lugar al mestizaje, tan común en Iberoamérica. España no exterminó a los indios americanos y hoy hay países en aquel continente donde la población indígena es mayoría.

Por iniciativa del rey Carlos IV, cuya hija, la infanta María Luisa, también había sido presa de la enfermedad, partió del puerto de La Coruña, el 30 de noviembre de 1803, la primera expedición sanitaria internacional de la Historia. Dirigía la expedición Javier Balmis, un prestigioso cirujano, y también viajaban dos médicos asistentes, dos prácticos y tres enfermeras. Pero, el navío, “María Pita”, llevaba en sus camarotes otra carga más preciada, 22 niños huérfanos, de entre 8 y 10 años, a los que acompañaba la rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña. A esos niños se les había inoculado la viruela de las vacas (de ahí viene el nombre de vacuna) que la británica Lady Montagu había observado cómo se administraba en Turquía. Fueron los chinos los que en el siglo X ya habían descubierto que pinchando a la gente con una aguja impregnada en pus de la viruela de las vacas quedaban inmunizados y ese conocimiento se había extendido por toda Asia.

Brazo a brazo, sangre a sangre, aquellos pequeños trasmitieron la vacuna de la viruela por las Islas Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México (a propósito de México), Filipinas y las colonias portuguesas de China y la expedición se dividió para que la vacuna llegara también a Cuba y los actuales Ecuador, Chile y Bolivia, que entonces formaban parte del Virreinato del Perú. Nunca tan pocos salvaron a tantos. Edward Jenner, el científico inglés que figura como el descubridor de la vacuna manifestó entonces: “No puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este”.

En el año 1958, Viktor Zhdánov, viceministro de Salud de la Unión Soviética, propuso a la Asamblea Mundial de la Salud una iniciativa global contra la viruela, que fue aprobada un año después transformándose en el principal objetivo de la OMS. En el año 1980 la XXXIII Asamblea de la OMS dio por erradicada la viruela en el mundo y hoy solo se guardan dos muestras del virus, en estado criogénico, en los EE UU y en Rusia, por si la Humanidad las necesitara (espero que ningún loco piense en ellas como arma) en el futuro.

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