martes, 27 de agosto de 2024

EL CUENTO DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL.

 La llamada IA ni es inteligente ni es artificial. No es inteligente porque tan solo copia y pega; no es artificial porque es tan natural como sus programadores.

A los humanos, con nuestra estupidez natural, nos ocurre igual. Sabemos que nuestros procesos mentales se estructuran en un estímulo (interno o externo) que lleva a una reflexión (mayor o menor) antes de dar respuesta con una acción (interna o externa). Los procesos de una IA siguen una triada similar: programa de entrada, programa de aplicación y programa de salida (el creador influye en lo creado). Cada uno de esos programas tiene a su vez su triada de subprogramas antes de ejecutarse: subprograma de adquisición de datos, subprograma de adecuación de datos y subprograma de entrega de datos al programa. Nosotros hacemos igual con los estímulos que llegan a nuestros sentidos, adecuándolos como sensaciones (inconscientes) para convertirlas en percepciones (conscientes) que se introducen como motivaciones en el proceso de reflexión, el cual generaría las decisiones que serían supervisadas mientras les damos respuesta. No solo las personas tenemos esa estructura en triada, sino que también la tienen los propios algoritmos.

Analicemos como ejemplo el algoritmo "Xpróx=K(1-x)x": donde "x" sería el valor de entrada ejecutado en "K(1-x)x", para convertirse en el valor de salida "Xpróx". Este algoritmo puede tener resultados aceptables o inaceptables. Sus resultados se consideran aceptables si se mantiene el valor de "x" entre 0 y 1 y el valor de "k" entre 2,1 y 4,2. Para garantizar estos límites usaremos subprogramas: el subprograma de entrada hará que solo se acepte como valor de entrada de "x" la parte decimal del valor que se proponga. Posteriormente, si la diferencia entre lo calculado como "Xpróx" y "x" fuese menor de 0,001, entonces "Xpróx" y "K" se incrementarían en 0,21; y si "K" llega a ser mayor o igual a 4,2 entonces "K" sería igual a 2,1.

Arthur C. Clarke fantaseó con "Hal 9000", pues ninguna IA enloquece por mentir: no tiene conciencia de mentir ni de nada, solo ejecuta lo que le han programado. Eso no quita para que una IA pueda tomar decisiones asesinas y hasta genocidas, cuando al darse una circunstancia inusual se llegue a activar un subprograma olvidado. No somos inteligentes al procurar el bien propio obviando el general; por eso no soy optimista en cómo usaríamos la IA. Aunque sí tengo esperanza en que todo tenga un sentido. Y ya que el código genético no acaba de darnos un temperamento bondadoso, quizá lo haga el código fuente de una IA mientras corremos junto a "La Máquina".

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