Veinticinco años de la liberación de Ortega Lara: el milagro de la luz tras 532 días de tortura
Hoy hace 25 años que comenzó en Mondragón la operación para liberar al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, rescatado finalmente la madrugada del 2 de julio de 1997. Fue el secuestro más largo de la banda: 532 días
«Durante mi cautiverio pensé muchas veces en que la Guardia Civil estaría investigando, pero perdí la esperanza con el paso de los días. Llegó un momento en que perdí también las ganas de vivir y decidí dejar de hacerlo. Hice un primer intento cortándome las venas con el metal, previamente lijado, de los auriculares, y quedé desmayado momentáneamente con sangre a mi alrededor; pero acabé despertando, y limpié la sangre diciendo a mis carceleros que había sangrado de la nariz. Un escenario lleno de sangre no me pareció la mejor manera de morir y opté por ahorcarme con una cuerda de plástico que había conseguido tejer. Tenía ya fecha, pero la liberación por parte de los guardias civiles me devolvió a la vida».
Quien escribe estas líneas –el testimonio completo se puede leer en el libro 'Historia de un desafío', escrito por el coronel Manuel Sánchez Corbí y la cabo primero Manuela Simón– es José Antonio Ortega Lara, la víctima del secuestro más largo y cruel de la historia de la banda terrorista ETA y que fue liberado por agentes del Instituto Armado tras 532 días de cautiverio, hace 25 años.
Pero si cruel fue el secuestro, no lo fue menos el titular con el que el diario proetarra 'Egin' daba cuenta de la noticia. «Ortega vuelve a la cárcel», escribieron en portada. Los presuntos periodistas nunca pidieron perdón a la víctima por aquella infamia, lo mismo que tampoco lo hicieron los autores materiales de la salvajada: José Luis Erostegui Bidaguren, excarcelado en marzo de 2020; José Miguel Gaztelu Ochandorena, que quedó en libertad en octubre de 2017; Javier Ugarte Villar, libre desde julio de 2019 y el aún más siniestro Josu Uribetxeberria Bolinaga, fallecido en 2015 y en la calle desde dos años antes por razones humanitarias; justo las que nunca concedieron al funcionario de prisiones.
Un agujero de tres metros
El secuestro había comenzado el 17 de enero de 1996, cuando un comando de ETA lo abordó en el garaje de su vivienda de Burgos, lo metieron a la fuerza en el maletero de un coche y lo llevaron hasta una nave industrial a las afueras de Mondragón, en Guipúzcoa. En el sótano de aquel lugar, muy húmedo al estar junto al río Deva, los terroristas habían construido una «cárcel del pueblo» –así llamaban a un agujero tres metros de largo, 2,5 de ancho y 1,8 de altura– que ya antes había acogido a otra víctima: Julio Iglesias Zamora.
En aquel terrible lugar permaneció Ortega Lara durante año y medio, aislado del mundo, con la única conversación que le daban sus verdugos y un periódico como exclusivo contacto con el exterior... El interior del zulo –una réplica exacta se puede visitar en el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, en Vitoria– estaba revestido de madera. Los secuestradores le daban cada día dos cubos, uno para lavarse y otro para hacer sus necesidades.
«Me pidieron que firmara varios documentos; al principio lo hice en dos ocasiones, arremetían contra el gobierno del PP y contra mis compañeros de instituciones penitenciarias, pero luego ya me negué, aunque me presentaron varios más», escribe Ortega Lara en el citado libro de Corbí y Simón. «También me hicieron dos grabaciones en vídeo. Como yo no me dejaba entraban dos, me ponían los grilletes y me obligaban a posar después de preparar todo el escenario. Me decían que cuando saliera no contara nada a la Policía; yo les decía que sí lo haría, me replicaban aludiendo a que no les debía nada, pero yo les respondía que a ellos no, que me lo debía a mí», añade, para remachar: «De los captores siempre había uno que hacía de bueno. Cuando me veían fastidiado no se ensañaban conmigo, ahora bien, cuando discutíamos eran crueles, malos, muy malos. Solo los reconozco por la voz, siempre estuvieron encapuchados delante de mí».
Desde el primer momento del secuestro el Gobierno y las Fuerzas de Seguridad sabían que la única posibilidad que tenía Ortega Lara de recuperar la libertad era con una operación policial. ETA había exigido concesiones en materia penitenciaria y José María Aznar no estaba dispuesto a ceder al chantaje de los terroristas. Por ello, la presión para los investigadores era brutal; eran muy conscientes de que de su trabajo dependía la vida de la víctima.
Cualquier error significaba la muerte para Ortega Lara, porque si los etarras sentían cerca la presión de la Guardia Civil huirían, por supuesto sin revelar dónde estaba su rehén. La zona en la que se centró la búsqueda, en la Guipúzcoa más afín a la banda y donde cualquier desconocido era mirado con recelo, tampoco era fácil de trabajar para los investigadores.
Hasta llegar a Mondragón había sido necesario hacer un trabajo inmenso, con análisis de miles de documentos, seguimientos, vigilancias, pistas que no llevaban a ningún lado... Los medios técnicos de entonces, además, eran mucho más limitados, por lo que la investigación era casi artesanal.
Detención en Francia
El primer avance significativo se produjo con la detención en Francia de Juan Luis Aguirre Lete, 'Inzuntza', jefe del aparato logístico de ETA. En una libreta había escrito '5k BOL. Ortega'. En julio, tras el arresto de otro terrorista, Daniel Derguy, se encontró otra anotación en la que se hablaba de una cita con el tal BOL. Los agentes del servicio de Información de Intxaurrondo estaban convencidos de que aquello estaba relacionado con el secuestro, pero no tenían más datos que apoyaran esa teoría.
Aquellas tres letras, BOL, podía ser una abreviatura del nombre de un etarra, un pueblo o un lugar concreto, así que hubo que volver a analizar miles de documentos para tratar de encontrar un sentido a aquello. Tras semanas de búsqueda se dio con un nombre, Josu Uribetxeberria Bolinaga, simpatizante de la izquierda abertzale de Mondragón. Era una buena posibilidad, porque además el sujeto respondía al perfil de los secuestradores que había elaborado la Guardia Civil: veterano, con actividad legal, que llevara una vida discreta...
Por supuesto, a partir de ese momento se controló cada uno de sus movimientos. Llamaba la atención que visitara una nave industrial, pero por lo demás los primeros días de seguimiento no dieron resultado alguno. Todo cambió un día cuando le vieron comprar unas cantidades anormales de pan y leche, más de lo que podía consumir una familia. Y las sospechas se confirmaron al comprobar que algunas noches dormía en la nave industrial, que además estaba junto a un río, como otros zulos descubiertos antes. Paralamente se detectó a los que parecían sus compañeros de comando.
Doscientos guardias civiles
El 1 de julio, hace hoy 25 años, fue el día elegido para hacer la operación. Doscientos guardias civiles permanecían ocultos en una zona boscosa próxima a Mondragón. Cuando ya estaban preparados para actuar se conoció que ETA había liberado a un secuestrado... Hasta que se aclaró que se trataba de Cosme Delclaux, cautivo durante 232 días, se dudó de que la investigación hubiese sido correcta. A las cuatro de la madrugada del 2 de julio comenzaron las detenciones y a Bolinaga se le trasladó hasta la nave industrial.
Aquel individuo no colaboró; es más, el entonces juez Baltasar Garzón, pasadas unas horas, dio por cerrado el operativo ante la falta de resultados. La insistencia en seguir buscando de la Guardia Civil, muy particularmente del entonces capitán Manuel Sánchez Corbí, dio finalmente sus frutos. Fue al mover una maquinaria cuando se detectó el agujero que daba acceso al zulo. Bolinaga, que hubiese dejado que Ortega Lara muriera allí sin tener remordimiento alguno, quedó demudado. ETA había perdido y su camino hasta la derrota era ya inexorable.
«Me influyó mucho el ser creyente –relata la víctima en la obra mencionada–; no era fácil quitarse la vida siéndolo, pero cuando ya estaba muy mal, con un gran sentimiento de culpa, tenía claro que aquello se acababa. Todo fue muy rápido cuando me sacaron. Recuerdo perfectamente que me introdujeron en una ambulancia, con una ventana lateral con cristal traslúcido al que no quitaba la vista de encima, miraba allí de manera fija. En el vehículo me acompañaban dos personas con bata blanca y un guardia civil (el comandante Julio), que me dijo: «¿Por qué miras tanto para allá?». Le contesté: «Estoy mirando la luz, esto para mí es un milagro, la luz»...
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