La Iglesia ortodoxa rusa se apaga en Ucrania al ponerse de perfil en la guerra
La alianza entre el patriarca Kirill y Putin da el espaldarazo a la decisión de Kiev de tener una iglesia aparte
Las iglesias cristianas ortodoxas rusa y ucraniana celebraron el pasado domingo 24 -una semana después que los católicos- la mayor fiesta litúrgica del año, la Pascua de Resurrección, con un decorado muy dispar. Los ucranianos bajo las bombas. Los rusos, al calor de las velas. En la solemne ceremonia pascual celebrada en la catedral de Cristo Salvador de Moscú, presidida por el patriarca Kirill y a la que asistió el presidente Putin, no hubo referencias a la guerra. Sí se mencionó en la bendición del pan pascual tradicional en esas fechas. Kirill pidió que la ofrenda que se enviaría luego a la región ucraniana del Donbass «sirva para calmar los corazones, mentes y almas y traiga pronto la paz a la región».
Ninguna crítica por parte de quien es cabeza de la iglesia ortodoxa rusa a la invasión del país vecino, hermano también en la fe.
El mutismo del Patriarcado de Moscú es ominoso y constituye un escándalo para las otras catorce iglesias del mundo ortodoxo, autónomas en materia de gobierno pero unidas por la misma doctrina y una liturgia similar. El patriarca Kirill no solo se abstiene de pedir al Kremlin un alto el fuego en Ucrania, sino que en diversas ocasiones ha ofrecido de modo indirecto su respaldo a las operaciones militares en ese país. Para el líder ortodoxo, el régimen de Kiev se ha aliado con «las fuerzas del mal», que Kirill identifica con las potencias occidentales y que, según dice, traerán a Ucrania la destrucción de la fe y de la familia.
Esta asentada visión apocalíptica de los acontecimientos que vive Ucrania desde su alejamiento de la órbita de Moscú tiene, además, una componente política. Kirill –al igual que su amigo y aliado Vladimir Putin– acaricia el objetivo de reunificar los destinos tanto políticos como religiosos de Rusia y Ucrania, de buen grado o por la fuerza. El nacionalismo exacerbado tizna de política y cultura la religión, en un concepto trasnochado de alianza entre el trono y el altar en el que sigue atrapada la iglesia ortodoxa rusa. A diferencia de la católica, que hace siglos terminó de entender la diferencia evangélica entre lo que es del César y lo que es de Dios. Para Kirill, ser ruso es ser ortodoxo y apoyar a ciegas los dictados del zar o de quien rija los destinos desde el Kremlin.
Lógicamente, este concepto fundamentalista encaja como de molde en los planes de Putin, que no deja de multiplicar sus manifestaciones de afecto y apoyo a la iglesia ortodoxa rusa. El nacionalismo ruso de los dos líderes se retroalimenta. En 2012, el patriarca Kirill dijo que el gobierno ruso era «un milagro de Dios». En el verano del año pasado, cuando ya estaban avanzados los planes para invadir Ucrania, y a raíz de la independencia del Patriarcado de Kiev respecto al de Moscú, Putin escribió que : « Nuestra unidad espiritual también ha sido atacada».
Madre patria
Ucrania es, para los nacionalistas rusos, la madre patria de su religión y su cultura desde el siglo X. La Iglesia ortodoxa ucraniana, a la que pertenece la mayoría del pueblo ucraniano, ha dependido desde hace siglos del Patriarcado de Moscú, hasta que en 2014 decidió erigirse en iglesia nacional, y en 2019 recibió el espaldarazo del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla para constituir una autocefalía en Kiev. A pesar de la creación de un nuevo Patriarcado –el decimoquinto– la mayor parte de las 12.000 parroquias ortodoxas ucranianas seguían, en vísperas de la invasión, siendo fieles al Patriarcado de Moscú.
La situación ha cambiado de modo radical tras dos meses de guerra. Si Ucrania gana el conflicto, se espera un corrimiento general de las parroquias –que primero habrá que reconstruir– hacia el nuevo Patriarcado de Kiev. Si Moscú logra sus objetivos militares, tendrá que imponer una jerarquía ortodoxa nueva a sus territorios conquistados que tampoco servirá para parar la hemorragia.
En este fenómeno influye también el nivel de práctica religiosa, mayor en Ucrania –donde influyó menos el siglo de ateísmo comunista impuesto por Moscú– que en Rusia. Otro elemento que explica el mayor nivel de tolerancia religiosa en Ucrania, y su percepción de la autonomía relativa de la política respecto a la religión, lo constituye el importante porcentaje de católicos ucranianos, hasta un 10 por ciento de la población. Ortodoxos y católicos tienen mucho en común, tanto en materia de fe como de liturgia y sacramentos. Los mayores obstáculos que aún se levantan, después de más de diez siglos de división, son la primacía del Papa y el celibato sacerdotal.
La resistencia de la iglesia ortodoxa rusa a condenar la invasión de Ucrania, o al menos solicitar un alto el fuego, explican la prudencia que muestra el Vaticano, que acaba de cancelar, por segunda vez, un encuentro previsto entre el Papa Francisco y el patriarca Kirill, «para evitar confusiones». Estaba previsto que la reunión, para tantear una mediación del Papa en la guerra, se celebrase en junio en Jerusalén.
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