El español que se enfrentó a un sargento ucraniano para salvar a su hijo: «Dame el fusil a mí»
Los dos llegan a Madrid después de que les interceptasen en la frontera porque el joven tiene edad para combatir
«Salir de Ucrania fue una odisea. Somos unos superprivilegiados». Lo dice José Antonio, de Murcia. Hace dos días consiguió cruzar la frontera entre Ucrania y Polonia en uno de los convoyes que la embajada de España en Kiev organizó para sacar del país a 140 españoles, de los cuales 106 llegaban esta mañana a Madrid en un avión fletado por el Gobierno.
«En la frontera se han quedado muchísimos niños. Más de 400 niños a las tres de la madrugada, cuando estábamos pasando, se encontraban ahí como un pequeño rebaño. Pero no son niños como los que estamos acostumbrados a ver sufrir en televisión, eran crios rubios con los ojos azules. Están todavía ahí, bloqueados, y no sé qué va a ser de ellos mientras intentan llegar a Polonia», comenta José Antonio en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas.
Gracias al convoy, José Antonio —junto a su mujer y su hijo— y los demás españoles consiguieron cruzar la frontera en unas cuatro horas «pero hay coches que se tiraron cinco o seis días para poder pasar». Él ha pasado muchísima incertidumbre: «Uno de los problemas mayores que he tenido en comparación con mucha gente que venía en el autobús es que yo llevaba conmigo a mi hijo, que justamente unos días antes había cumplido 18 años. Si él o mi mujer se quedaban, yo me iba a quedar con ellos en la frontera y no sé qué hubiera pasado».
Cuando desde la carretera José Antonio divisó a lo lejos las luces de Polonia, los nervios y la tensión en él y su familia aumentaron. «Cuando introdujeron el pasaporte y saltó la alarma de que mi hijo tiene que hacer la mili, nos encontramos a un sargento armado hasta los dientes que lo hizo bajar del camión. Le dijo que tenía edad para luchar y que tenía que coger una kaláshnikov», recuerda casi entre lágrimas.
Su hijo acaba de cumplir 18 años y «no sabe nada de estas cosas»: «Yo le dije que si lo que necesitaba era alguien para luchar, que me diera el fusil a mi y que a mi hijo le dejase marchar. Gracias a la mediación de la embajada y a que ese hombre tendría algo de corazoncillo nos dijo que subiéramos al autobús y que salieramos ya». José Antonio hace una pausa en su relato para respirar profundamente y así evitar romper a llorar. «Ese hombre se portó maravillosamente bien».
Sortear puntos calientes
Al existir en Ucrania la ley marcial —por la que se impone el estado militar y, por tanto, cualquier civil se convierte en soldado— lo más importante, tanto para la embajada como para los GEO que escoltaban al convoy en el que iba José Antonio, era sortear los controles de los grupos paramilitares: «Cada tres o cuatro kilómetros intevernían los vehículos privados para sacar a la fuerza a los niños que hubieran cumplido los 18 años para incorporarlos a filas y luchar en la resistencia. La misión también ha sido esquivar esos puntos calientes».
José Antonio cree que «los rusos lo van a tener muy difícil»: «Esto se va a parecer mucho a la guerrilla española cuando estaba Napoleón. Estamos hablando de gente de 14 y 12 años preparando cocteles molotov con paños de sábanas e instrucciones para derribar a los tanques. «Hasta que uno no lo vive, no sabe lo que es eso», relata.
«Las bombas se ven en el último segundo»
Califica toda esta situación de «dantesca»: «Ningún tipo de guerra es justificable. De ninguna forma, ni ideológica ni económica. Tenemos que cambiar el chip todos para querernos los unos a los otros. En cuanto llegue a casa voy a destruir videojuegos, armas de plástico... si no cambiamos este chip, las guerras se repetirán una tras otras durante muchísimos años». «Lo que se puede vivir con el ruido de las sirenas, con los bombardeos, con no saber si te va a caer encima... es impresionante. En España podríamos verlos llegar pero allí no. Allí hay una masa de nubes y cuando escuchas las sirenas ya no sabes si te van a caer a ti o no porque las bombas se ven en el último segundo», reconoce. Y concluye: «El sonido de las sirenas produce un terror que no se explica, que es inconmensurable».
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