Fallas 2021: Valencia reta al coronavirus con la primera gran fiesta de la pandemia en España
Los monumentos vuelven a las calles más de 500 días después para cerrar el ciclo de 2020 en cinco jornadas de septiembre
Fueron las primeras fiestas populares en suspenderse y ahora son las primeras del país en volver a celebrarse, fuera de su calendario habitual. Valencia cuenta las horas para vivir unas Fallas singulares que buscan cerrar el ciclo que el estallido de la pandemia impidió clausurar en 2020. La ciudad empieza a llenarse de monumentos por primera vez en la historia fuera del mes de marzo – del 1 al 5 de septiembre– esperando que la situación meteorológica no empañe el trabajo de las miles de personas implicadas.
Hasta que el coronavirus cambió las reglas del juego, las fiestas josefinas solo se habían suspendido durante la Guerra de Cuba y la Civil, y en 1886, cuando los falleros se revelaron contra una tasa municipal que las autoridades querían que se pagara por plantar los cadafales en la vía pública.
Ahora, tras meses de desencuentros entre el colectivo, el Ayuntamiento y la Generalitat Valenciana, ante un deseo que se antojaba imposible sin una vacunación masiva como la actual, Valencia y una veintena de localidades de la Comunidad Valenciana han programado actos reducidos y marcados por una normativa específica, en la que destaca la obligación de llevar mascarilla aunque las actividades se realicen al aire libre.
«Una prueba de fuego», en palabras de la consellera de Sanidad, Ana Barceló, que ha llamado a la ciudadanía a actuar con «prudencia y sentido común» porque «la vacunación no es una garantía al 100%». «Tenemos que pensar que todo el mundo va a mirarnos», señalaba Barceló. No son pocos los que piensan, como la propia consellera, que «no estamos para fiestas», en una ciudad todavía en riesgo alto de propagación y a pocos días de empezar el curso escolar.
Imagen del montaje de los monumentos en las calles de Valencia
Imagen del montaje de los monumentos en las calles de Valencia - MIKEL PONCE
Pero hay una razón que va más allá de cualquier sentimiento o tradición: el golpe económico de la ausencia de Fallas es para algunos sectores, como la indumentaria o la pirotecnia, una sentencia de muerte. El impacto de los cuatro días –del 16 al 19 de marzo– en los que la capital del Turia y otros muchos municipios de la región se convierten en un hervidero de gente al ritmo de la música y el olor de la pólvora está cifrado en torno a los 700 millones de euros. Eso, claro está, en condiciones normales. De hecho, la previsión para las próximas jornada no es nada halagüeña, al menos en la hoteleria y la restauración.
La patronal Hosbec asegura que estas Fallas no están generando reservas por ser en unas fechas anómalas y sin festivos y estiman una previsión «por debajo de cualquier semana del verano». Creen que las fiestas pueden estar perjudicando al mercado hotelero de negocios por problemas de tráfico y cortes de calles, al tiempo que temen que puedan provocar un repunte de contagios y llevar a prorrogar las restricciones en vigor hasta el 6 de septiembre.
Valoración que comparte la Coordinadora de Hostelería de los barrios de Valencia, que ha calificado como un «desastre» el fin de semana previo a los días grandes. Las visitas turísticas, apuntan, son «totalmente inexistentes», algo que casa con el carácter privado que se le ha querido imprimir a todas las actividades programadas para evitar una movilidad excesiva.
No obstante, si hay un motivo que ha primado sobre todos los demás a la hora de autorizar estas Fallas es la problemática que surgió tras cortar de raíz el ciclo natural de la fiesta: qué hacer con todos los ninots. Los artistas falleros, el pilar básico de una celebración Patrimonio de la Humanidad, han visto finalmente la luz al final del túnel. Trabajan contra reloj para retocar los monumentos que han permanecido almacenados un año y medio, cuando están concebidos para ser construidos y quemados en pocos meses.
Mientras, en las 390 comisiones de Valencia todavía queda una incógnita por resolver: la movilización entre sus falleros. Se estima que solo participará en la Ofrenda de flores a la Virgen de los Desamparados el 30 o el 40% de las personas que lo hacen habitualmente. Desfilarán con bandas de música, pero sin público y en tres turnos durante dos días. Esta época del año obligará también a cambiar los claveles por otro tipo de flores para cubrir un manto que no lucirá ningún tipo de dibujo.
Imagen de los primeros pasacalles con bandas de música este martes en Valencia
Imagen de los primeros pasacalles con bandas de música este martes en Valencia - EP
Tampoco el rito del fuego será igual. La Cremà se va a adelantar dos horas –a partir de las ocho de la tarde– para poder cumplir con el toque de queda a la una de la madrugada que la Generalitat mantiene en 68 municipios, entre los que se encuentra la capital del Turia.
La Plaza del Ayuntamiento, que ya ha tenido que renunciar a la mascletà diaria para evitar aglomeraciones – los espectáculos pirotécnicos se han diseminado en distintos puntos y horarios– , estará cerrada para que nadie tenga la tentación de acercarse a ver quemar ninguna de las seis fallas que se van a plantar allí debido a las obras en el centro histórico.
Además, cada comisión cuenta un responsable Covid formado para garantizar el cumplimiento de las medidas, aunque a las autoridades les preocupa más lo que ocurra fuera de los casales y las carpas –sin laterales para garantizar la ventilación– que lo que pase dentro.
La consigna es clara: disfrutar de una forma responsable y a las 00.30 horas, todo el mundo a casa. Al refuerzo de 1.185 agentes en la Policía Local, se sumarán otros 2.500 de la Nacional, así como seguridad privada. Entre sus objetivos está controlar los aforos, las distancias y el cumplimiento de las restricciones, evitar los botellones y prevenir posibles agresiones sexuales.
El 10 de marzo de 2020, Valencia pasó, en pocas de horas de sentir el atronador disparo de una mascletà a la conmoción del anuncio de la suspensión de sus fiestas grandes. En la calle había ya monumentos a medio plantar que tuvieron que quemarse ante la imposibilidad de desmontarlos, algunos de los cuales han sido reconstruidos. Entre ellos estaba la meditadora, figura central de la falla municipal, cuyo cuerpo ardió de forma controlada, pero sin previo aviso para evitar aglomeraciones en pleno confinamiento domiciliario.
Los artistas José Ramón Espuig y Manolo Martín, junto al diseñador Escif, decidieron ponerle una mascarilla ante el avance del coronavirus, una imagen que dio la vuelta al mundo e incluso protagonizó la portada de este periódico. Ahora, ese busto aguarda su cita con las llamas plantado de nuevo en el centro de la ciudad y convertido en todo un símbolo. Esta vez, ya sin mascarilla.
CONTRADICIONES DE LOS DICTADORES
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