viernes, 18 de septiembre de 2020

CARTA DE UNA ENFERMERA CONTAGIADA Y CON SÍNTOMAS PERSISTENTES..

 

Carta de una enfermera contagiada y con síntomas persistentes: «Mi cuerpo y mi mente han envejecido 20 años»

«Después de seis meses continúo con mareos, cefaleas, dolor y escozor de ojos, visión borrosa, hematomas espontáneos, alteraciones menstruales, parestesias, falta de concentración, olvidos, caída de pelo, disnea, dolor torácico y afonía»

Soy enfermera de UCI en un hospital de Madrid. El domingo 22 de marzo, a las tres de la madrugada, me desperté sudando y con mucho dolor de cabeza, fui a por el termómetro y marcaba 37,7 grados, no es mucho pero me encontraba fatal. Me tomé un paracetamol, volví a la cama y le dije a mi marido: "Creo que he cogido el bicho".

Decidí esperar a que amaneciera para ir al hospital, no podía ni moverme. Mis últimas semanas trabajando fueron horribles. Aquello era más propio de una guerra que de un hospital de una capital en el siglo XXI. Modificando estructuras, trasladando pacientes, sin saber muy bien lo que tenía que hacer, solo me dejaba llevar por las instrucciones, mi trabajo era atender a esos pacientes que llegaban tan malitos. No podía pensar, solo actuaba.

Fui a Urgencias de mi hospital de referencia por la mañana con mi mascarilla quirúgica. Una vez en la sala de triaje le comenté a la enfermera que era personal sanitario y por tanto de riesgo, que llevaba una semana con presión en el pecho y sensación de disnea y cefaleas. Pensaba que era ansiedad y estrés por lo que estaba viviendo.

Descartaron neumonía bilateral y no precisé ingreso. Me fui a casa de cuarentena y con paracetamol. En ese momento esas eran las instrucciones. Me aislé en mi habitación. Pensaba en mi marido y mis hijos, ¿los habré contagiado?. Llevaba semanas sin abrazarlos ni besarlos, ni comer con ellos. No era probable pero no podía asegurarlo.

Al día siguiente me dieron el resultado, PCR positiva. No podía ser, ¡me había contagiado! Pero si yo estaba al otro lado. Ese día no era consciente de lo que me iba a cambiar la vida, la percepción de mi salud.

La primera semana no estaba asustada, pensaba que en dos semanas volvería a trabajar, a estar al pie del cañón. Creía que nada podría conmigo (lo decían las estadísticas, yo era joven, sana y no tenía neumonía). Me iban llamando para el seguimiento y me preguntaban por la disnea, nunca tuve fiebre ni tos. No siempre me sentía escuchada al comentar los síntomas que iban apareciendo, pero tengo que dar las gracias a Ana, enfermera, y Belén, médico de mi centro de salud.

Toda mi sintomatología aparecía y desaparecía en un mismo día, en una misma semana. Podía levantarme sin cefalea, pero en unas horas tenía un dolor de cabeza espantoso. Pasé por escozor y dolor de ojos, visión borrosa, mareos, diarrea, dolor torácico y costal, secreción nasal, calambres en las piernas, insomnio, caída del pelo.

Me costaba mucho concentrame y la vista no ayudaba. Ya llevaba muchos días y aquello no parecía mejorar. Continuaba aislada en mi habitación, el factor psicológico empezaba a hacer su aparición. Soledad, miedo, impaciencia, inseguridad. Necesita un abrazo de mi familia, pero no podía.

Me llamaron de mi centro de trabajo para gestionar mi incorporación, les dije que seguía fatal, pero como ya habían pasado los catorce días de cuarentena, exactamente 19, decidieron realizarme una nueva PCR. Un nuevo positivo. Ahí se hundió mi mundo. Esto no tenía fin, me salía de las estadísticas, ¿qué me estaba pasando?Si no estaba grave, no alcanzaba a comprenderlo.

A los 22 días me encontraba peor y acudí a Urgencias. Mi electrocardiograma reflejaba una bradicardia sinusal, pero sin importancia, era normal en mí y hago deporte. En la radiografía de tórax no aparecían cambios respecto a la previa. En los resultado de la analítica tenía un mínima e insignicante elevación de los valores de dímero-d. Tenían que descartar un tromoembolismo pulmonar, así que me realizaron una angiotac. Todo bien, volvía a casa. No tenía nada grave, que liberación. Pero me seguía encontrando mal.

Pasaron los días, mi valoración de la evolución era por semanas, muy lenta, desesperante. Ya no sabía si aquello se pasaría algún día. Mi PCR negativizó a los 26 días, ¡avances por fin! Pensaba que ya estaba curada, podía salir, abrazar a mis hijos, pasear por la calle.

Decidí sacar a mi perro pero volví agotada. Ahí empecé a darme cuenta de que me cansaba yendo a la compra, paseando; me costaba mucho conducir, leer; mi capacidad de concentración no era la misma, ni mis ojos, mi cuerpo no me respondía. Tenía que invertir mucha más energía en todas mis actividades, y eso me pasaba factura.

Aún así, a los 40 días del inicio de mi sintomatología decidí incorporarme a mi vida laboral. Necesitaba volver a la realidad, ponerme a prueba.

No ha sido y no es fácil, pero esto no me va a parar. Después de seis meses continúo con sintomatología leve como mareos, cefaleas, dolor y escozor de ojos, visión borrosa, hematomas espontáneos, alteraciones menstruales, parestesias, falta de concentración, olvido de palabras, caída de pelo, disnea, dolor torácico y afonía, entre otros.

La percepción que tengo es que mi cuerpo y mi mente han envejecido 20 años. Para poner la guinda al pastel resulta que tampoco he generado anticuerpos, ¿me puedo infectar de nuevo? ¿cómo lo sabré si sigo con síntomas? ¿podré contagiar?. Necesito saber, conocer, entender y cada vez hay más preguntas sin respuesta.

Lo mejor ha sido descubrir que no estoy sola, pues somos muchas personas en la misma situación. Vivimos en una montaña rusa de síntomas que varían en intensidad y frecuencia sin sentido, y eso hace que no podamos tener nuestra vida de antes.

Nos estamos acostumbrando a nuestra nueva realidad porque nadie nos sabe decir si esto se pasará. Somos una familia, pertenezco al Colectivo de Covid Persistente de Madrid, que en colaboración con la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) intenta crear protocolos sanitarios adecuados a nuestros casos. Recientemente se han unificado colectivos de otras comunidades autónomas, llamado Long Covid ACTS (@longcovidspain).

Actualmente mi médico de familia, a la que le tengo que dar un agradecimiento especial, ya que en todo momento me ha escuchado, valorado y creído, me ha derivado a consulta de Medicina Interna, a su vez estoy pendiente de valorar por oftalmología, neurología y psicología. Pero no siempre es tan fácil. Necesitamos ayuda. Nunca estuve grave, ni ingresada, pero no puedo recuperar mi vida anterior a aquel 22 de marzo de 2020, aquel maldito punto de inflexión.

* María Eugenia Díez Moreno tiene 43 años, es enfermera y vive en Guadalajara.

ESTA ES LA CARA OSCURA DEL CORONA-VIRUS Y QUE POCOS HABLAN DE ELLA ¿DÓNDE ESTÁN LOS  CULPABLES HACIENDO VACUNAS?

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