domingo, 20 de septiembre de 2020

ASI FUNCIONA EL SISTEMA INMUNITARIO

 


Así funciona el sistema inmunitario, el «ejército» que derrotará al coronavirus

El Catedrático de Inmunología Alfreco Corell divide en tres niveles las defensas del organismo: entre otras cosas, cuentan con murallas, policías que actúan rápidamente, unidades más especializadas y hasta «misiles», los anticuerpo.

En medio de toda esta confusión de vacunas, tratamientos y medidas políticas, un ejército implacable y altamente profesional está luchando contra el SARS-CoV-2 lejos de la atención de los focos: se trata del sistema inmunitario. Mientras que el virus tiene genes de virulencia para replicarse y esquivar a las defensas, el sistema inmunitario tiene en su arsenal anticuerpos, células asesinas, barreras y hasta «armas químicas». Esta guerra es un duelo de titanes: tanto el virus como las defensas del organismo tienen a sus espaldas cientos de millones de años de evolución en los que han ido transformándose y perfeccionándose, con el paso de generaciones y más generaciones.

Sabemos que el sistema inmunitario ganará y que, con la ayuda de tratamientos o vacunas, o sin ella, se impondrá y la población seguirá adelante ( en este artículo hablamos sobre las grandes dudas que hay en relación con la inmunidad frente al coronavirus). Pero, ¿qué es, en pocas palabras, el sistema inmunitario? Alfredo Corell, Catedrático de Inmunología de la Universidad de Valladolid, lo define como «una red muy compleja de células y moléculas diferentes que están interconectadas entre sí».

Alfredo Corell, catedratico de la Universidad de Valladolid
Alfredo Corell, catedratico de la Universidad de Valladolid

De hecho, al igual que el sistema nervioso inerva todos los tejidos del organismo, el sistema inmunitario también extiende sus «redes» por doquier. Gracias a eso, puede hacer frente a todo tipo de amenazas: «Microorganismos patógenos, granos de polen o componentes de alimentos, cánceres o trasplantes», ha enumerado el Catedrático.

La primera línea de defensa: la piel y las mucosas

Como todo ejército profesional, el sistema inmunitario tiene entre sus tropas armas de diferentes niveles de especialización. Según Corell, sus herramientas básicas se pueden estratificar, artificialmente, en tres niveles. En primer lugar se encuentra el nivel cero, una muralla física «que separa el interior del exterior». Aquí entran la piel, el órgano más extenso del cuerpo humano, y metros y metros de mucosas, que tapizan el sistema respiratorio, el sistema digestivo, los ojos o el tracto genitourinario: «Éste es el nivel más básico de defensa, pero no por eso deja de ser muy importante», ha explicado.

Esta barrera es una auténtica empalizada: «Está formada por células que funcionan como ladrillos y que están unidas por conexiones muy fuertes, que constituyen una barrera física inexpugnable», en su opinión. A no ser, claro está, que se produzcan daños en los epitelios, como ocurre por ejemplo cuando nos cepillamos los dientes con fuerza y rompemos la barrera de la mucosa oral.

Aparte de eso, esta muralla también es una barrera química, «porque las células mucosas secretan sustancias que lo convierten en un ambiente hostil», según Corell. Así en la piel tenemos un pH ligeramente ácido, de 5,5, que dificulta la aparición de infecciones. Tampoco hay que olvidarse de la «ayuda» que brinda la microbiota, una batería de más de 500 tipos de hongos y bacterias que dificultan la proliferación de los microorganismos patógenos.

Forman parte de él los macrófagos, que fagocitan —engloban y digieren— células infectadas o patógenos; las células asesinas naturales, que «disparan» unas sustancias a células infectadas para matarlas; la supuración, un proceso por el que se produce un líquido que contiene células muertas y linfocitos alrededor de las células infectadas; o el complemento, un arsenal de moléculas que funciona como una red de mensajería y aviso para alertar a las defensas y que es esencial para acabar con las bacterias patógenas.

Muchas de estas células y sustancias ponen en marcha el proceso denominado «inflamación», que es uno de los efectos característicos de la activación de la inmunidad innata, de forma que en aquellos lugares donde se produce esta reacción inmunitaria notaremos hinchazón, enrojecimiento, calor y dolor. Además, acabarán también participando células de mayor nivel y se reparará el tejido infectado.

La tercera línea: la inmunidad adaptativa

Si esta inmunidad innata es suficiente para contener la infección, la respuesta de defensa finaliza. Pero normalmente no basta con estas defensas y tienen que entrar en juego las «unidades» más especializadas, que constituyen la inmunidad adaptativa o específica: «Esta respuesta tiene un nivel de complejidad muy alto y solo está presente en vertebrados, alcanzando en los mamíferos el máximo nivel de desarrollo», ha explicado Alfredo Corell. En general, esta respuesta tarda más en adaptarse que la innata, pero es eficaz allá donde la primera falla.

Los representantes más importantes de este nivel son los linfocitos B y T: los T se llaman así porque se diferencian en el timo y los B porque se descubrieron en la bursa de los pájaros. En el ser humano, sin embargo, estas células se diferencian dentro de los huesos, en la médula ósea. Tanto los linfocitos B como los T se caracterizan por una peculiaridad: «En su superficie hay moléculas que reconocen a agentes infecciosos de forma muy específica, comparable al acoplamiento de una llave en una cerradura: su conexión es muy, muy exacta», ha comentado el Catedrático.

Un ejército de clones de linfocitos B y T

¿Cómo tienen esa capacidad de reconocer con tanta precisión al patógeno? En este punto se puede comprobar lo sofisticada y despiadada que ha sido durante millones de años la guerra entre los patógenos y el sistema inmunitario: si los virus son maestros en replicarse y mutar, introduciendo pequeños cambios o errores en su material genético, el sistema inmunitario no se queda atrás en su capacidad de cambiar: tiene un ejército de billones de clones especializados cada uno contra un pedazo de cada posible microbio patógeno.

Pero si algo demuestra la historia es que ninguna muralla es inexpugnable. Por ello, justo «detrás» de este primer parapeto se encuentra la inmunidad innata o natural: «Ésta no cambia a lo largo de la vida y responde siempre igual sin importar de qué patógeno se trate o si es la primera o la segunda infección», ha comentado Alfredo Corell. Sería algo así como una policía de servicio 24 horas y dispuesta a responder ante cualquier amenaza rápidamente.

La inmunidad innata suele comenzar cuando las células infectadas producen unas moléculas, conocidas como interferones, que avisan a células vecinas para que paralicen la producción de proteínas, de forma que serán menos proclives a fabricar nuevos virus. Pero, aparte de eso, este nivel de defensa tiene un amplio arsenal a su alcance.

LA INMUNID DEL REBAÑO ESO VA A SER-

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