Los olores fantasma del Covid
El coronavirus es capaz de causar alucinaciones olfativas, como que a los pacientes todo les sepa a queso podrido o «se» huelan a azufre y cañería.
¿A qué huelen los virus? Un conocido anuncio televisivo comenzaría con este «gancho» la explicación, pero para muchos pacientes que han sufrido coronavirus y lo siguen padeciendo en la actualidad, la pérdida del olfato y sus derivadas no ha sido ninguna broma. Los virus no huelen, pero son capaces de dañar (destrozar, incluso) la conexión que provoca que el cerebro identifique los olores. En general, «los seres humanos somos predominantemente visuales y auditivos y damos poca importancia al sentido del olfato, que, además, se deteriora con la edad en un proceso fisiológico que se llama presbiosmia –explica el doctor Franklin Mariño, del servicio de Otorrinolaringología del Hospital Ramón y Cajal–, cuando bien, al contrario, es uno de los más importantes para los organismos vivos». Hasta tal punto lo es, continúa su colega Christian Calvo, del Hospital Clínico Universitario de Santiago, que siempre que existe una alteración del sentido del olfato también se modifica la capacidad de percibir sabores, a pesar de que no se pierda el gusto. El resultado son, como afirman, pacientes a los que durante esta enfermedad «todo lo que comen les sabe a huevo podrido» o dicen que hay un olor a cañería y azufre que aparece y desaparece repentinamente. Incluso, se huelen así a si mismos y los demás, a su alrededor, no detectan nada. El virus ha alterado la estructura del bulbo olfativo y la capacidad de «identificar» olores correctamente.
Con la ayuda de los citados expertos, así como de los doctores David Bonilla y Jhonder Salazar Guilarte, otorrinolaringólogos del Hospital Vall d’Hebrón de Barcelona, y el codirector de este departamento en la Clínica Universitaria de Navarra (CUN), el doctor Nicolás Pérez, ponemos nombre a esas adulteraciones del olfato. Hay alteraciones en la detección de los olores y en la identificación. Las alucionaciones olfativas formarían parte del segundo grupo. Se llaman parosmia y fantosmia y suelen deberse a una regeneración anómala de las vías nerviosas del olfato. Se presentan en la recuperación del olfato, tras su pérdida, pero no siempre. Tampoco registran una tasa alta de incidencia, se dan en alrededor del 10% de los pacientes, afirma el doctor Pérez, que además, añade otro «suceso extraño», la cacosmia: cuando el olor inadecuado que evoca un ambiente o un alimento es siempre desagradable o fétido.
2020: el año de la anosmia
En el estallido inicial del coronavirus se comprobó que alrededor de un 43% de los pacientes de coronavirus sufrían la pérdida total del sentido del olfato (anosmia). La misma conclusión arrojó el estudio de seroprevalencia llevado a cabo la pasada primavera en España. La anosmia supone que la capacidad de oler se evapora y, en consecuencia, muchos pacientes ven alterada su aptitud para percibir sabores. «Hay algunos que solo se quedan con el sabor del umami durante un tiempo. No están ni el salado, ni el dulce, amargo ni ácido», detalla el otorrinolaringólogo de la CUN.
La gran mayoría de esos pacientes, en torno a un 80-90% de las personas, no obstante, corrobora también el doctor Jesús Porta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología (SEN) y neurólogo del Hospital Clínico de Madrid, recuperan totalmente el sentido del olfato de manera espontánea durante el primer mes tras el inicio de la enfermedad. En cuanto a las alucinaciones, a algunos les duran dos o tres meses.
El proceso de recuperación del olfato puede durar hasta dos y tres años en otras infecciones. Y es que la anosmia no es terreno exclusivo del SARS-CoV-2. «La buena noticia es que con el Covid, la anosmia ha tenido una importante tasa de incidencia, pero la capacidad de recuperación de los enfermos es también mucho más elevada que la que provocan otros procesos virales más conocidos, como los catarros», añaden al teléfono Bonilla y Salazar. A su vez, el doctor Porta desgrana que la pérdida total de olfato ya estaba descrita en el diagnóstico como síntoma precoz de algunas enfermedades como el alzhéimer y el párkinson, también en algunos tipos de epilepsia, pero sobre todo aparece en infecciones por otros virus respiratorios como los del resfriado común.
El doctor Calvo consensúa con el resto de sus colegas en que ya se ha podido ver que la pérdida total del olfato ha sido, en numerosísimos pacientes, un síntoma aislado, el único del Covid-19; incluso se podría decir aunque es arriesgado que ha sido hasta «un buen diagnóstico» porque ha significado que la enfermedad no era grave. La prevalencia ha sido similar entre hombres y mujeres en todos los estudios impulsados. En el actual contexto epidemiológico, el doctor Mariño apremia: «Cualquier persona que presente una pérdida del olfato de inicio súbito y sin causa aparente debe hacerse una PCR y aislarse de manera preventiva hasta tener el resultado». Desde Barcelona, repiten el consejo casi como eslogan: «Autoaíslate si no hueles».
Recuperación del sentido al 100%
Los otorrinolaringólogos no han dejado de estudiar al nuevo bicho en este tiempo. Cómo se comporta el patógeno en la estimulación del epitelio y cómo «circula» en su conexión hasta el cerebro, donde realmente se identifican los olores y no por la nariz, ofrece todavía muchas incógnitas. En el Clínico de Santiago, el doctor Calvo lidera varias y muy interesantes investigaciones. Todas ellas llegan a un punto en común: el único tratamiento que se ha demostrado efectivo contra las alteraciones olfatorias de origen viral y anosmias posvirales es el entrenamiento olfativo.
En el Ramón y Cajal, Mariño comparte la terapia: se expone al paciente a diversos olores varias veces al día durante un periodo de tiempo de al menos 6 meses, con el objetivo de estimular la memoria y otras regiones cerebrales relacionadas con el olfato para acelerar la regeneración de las vías neuronales olfativas.
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