jueves, 26 de marzo de 2020

SI LOS QUE MANDAN PIERDEN LA VERGÜENZA NO SON RESPETADOS

EL PENSADOR
 
NO LES RESPETAMOS PORQUE NO LOS CREEMOS.
Continuamente leemos la legítima opinión de personas que creen e inciden en que no son momentos estos para la crítica política. Es más, algunas incluso tachan hacer lo contrario de falta de sensatez, de humildad, de inteligencia, de ética... Pues bien, no acabo yo de entender este postulado por varios motivos, además.
Por definición, la política es un proceso de toma de decisiones aplicables a una comunidad compuesta de personas libres con la finalidad de resolver los problemas generados en la convivencia colectiva. Asumimos y entendemos que el objetivo es el bien común. Ya en la Grecia clásica Platón, por ejemplo, creía en el gobierno de los “mejores” (él les llamaba aristocracia, concepto que nada tiene que ver con el actual). Para él, los mejores eran los ciudadanos más virtuosos; quienes destacaban no solo por su sabiduría, sino también por su prudencia, por su valor, y por anteponer los intereses comunes a los propios. Actualmente, y de manera indiscutible, los políticos se dedican más a satisfacer los intereses particulares que los colectivos, y así nos va, por cierto. Entretanto, nos nutrimos de toda la información que nos llega en relación con las diferentes actuaciones, y ausencia de las mismas, de nuestros actuales representantes políticos. Como personas decentes y juiciosas, mejor no opinar y de esta manera, no se nos cuestionará éticamente por ello. ¡Vamos, hombre, ya está bien!
Como ciudadanos responsables, debemos atender todas y cada una de las recomendaciones que se nos han advertido desde diferentes instituciones, que ya todos conocemos sobradamente. Habida cuenta de la gravedad de la actual situación, las personas de bien cumplimos escrupulosamente con ello, además de contribuir y aportar a la sociedad, en la medida de las posibilidades de cada cual (donaciones, servicios, ayudas...). Fuera de toda duda quedan el sufrimiento e impotencia que la mayoría padecemos, al empatizar con los enfermos y sus familiares. Estamos viviendo una circunstancia terrible, y no es un mal sueño, desgraciadamente.
Siempre he sostenido que uno puede considerarse libre, cuando puede expresar lo que siente, y no hay que confundir esto con hacer lo que uno quiere. Cierto es que hay que tener cuidado con el tan manido derecho de expresión, y no confundirlo con el derecho de libre pensamiento, dado que bajo el amparo de la libertad de expresión también se pueden defender auténticas atrocidades.
La crítica constructiva debería ser siempre bienvenida. El problema es que muchas veces no somos capaces de articularla bien, otras, en cambio, de encajarla. Personalmente creo que no hay que ser tan tolerante como para tolerar lo intolerable, como ya decía Thomas Mann: “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”. El silencio también nos convierte en cómplices de alguna manera, y todos somos responsables de lo que hacemos, de lo que decimos, de lo que defendemos, de lo que no hacemos, de lo que no defendemos y de lo que no decimos, por igual.
Nadie convencido de algo se deja convencer de lo contrario; no obstante, aún confío en el anhelo de superación, en la capacidad de mejora, y en el deseo universal de ser mejores, de todos y cada uno de nosotros. Opinar libremente (yo lo practico continuamente) no te exime del riesgo de generar antipatías, incluso de perder simpatías previas. Aun así, seamos positivos, y sigamos opinando, escuchando y aprendiendo. “Tenía miedo de que te fueras, y te fuiste. Un miedo menos”

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