El frenazo de la población lastra la economía española.
La baja natalidad y las nuevas pautas migratorias plantean dudas entre organismos y expertos sobre la capacidad de crecimiento de España.
Imaginen dos tribus que deben 40 sacos de grano cada una. Las dos tienen 40 miembros. Pero en la primera pasa el tiempo y duplican el grupo hasta los 80 integrantes. En cambio, en la segunda su población se estanca. Aunque ambos clanes siguen debiendo lo mismo, ahora el esfuerzo del primer colectivo para pagar su deuda se ha reducido a la mitad. Toca a medio saco por cabeza. Su capacidad de generar riqueza es mayor simplemente a fuerza de sumar efectivos. En el segundo tendrán que sufrir más para devolverla. Y ese es uno de los grandes retos a los que se enfrenta la economía española con una población cuyo crecimiento se frena.
Una economía solo puede crecer de dos formas: o pone más gente e inversiones a trabajar, o hace más con lo que ya tiene, esto es, mejora la productividad. En la anterior bonanza de principios de siglo, la actividad crecía a tasas superiores al 3%. Sin embargo, el PIB per cápita solo avanzaba a la mitad, en el entorno del 1,5%. Es decir, la mitad del crecimiento se debía a la incorporación de individuos. Por aquel entonces la población crecía con fuerza. A ritmos de casi el 2%.
Pero al estallar la crisis la población dejó de subir. Así que el PIB total y el per cápita cayeron casi al unísono. Una vez llegó la recuperación, los dos indicadores siguieron yendo de la mano. Aunque el número de habitantes no crecía, el crecimiento total y el per cápita eran fuertes porque se recuperaba a muchos parados de la crisis para el mercado laboral. La población no aumentaba; sí aumentaban los trabajadores.
Sin embargo, este proceso empieza a agotarse. Desde mediados de año, la mejora de la ocupación se ha ralentizado en la misma medida que lo ha hecho la actividad. Y, como destaca el catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona Josep Oliver, la mitad de los empleos creados en 2018 fueron de inmigrantes, según la EPA. En lo que va de año la cifra es incluso superior. Este hecho parece indicar que hay colectivos de españoles que tienen dificultades para colocarse. Según datos del INE, el salario medio de un español asciende a unos 24.000 euros. Al ocuparse por norma general en actividades de menor valor añadido, el de un trabajador latinoamericano está en unos 15.000. Y el de un extracomunitario, en unos 16.000.
En plena ralentización cíclica parece que pierde fuerza el proceso de recuperar parados. Y a la vez todo apunta a que, además, no va a crecer tanto la población. Desde luego no como solía antes de la crisis. Las entradas de inmigrantes son casi tan robustas como en la fase previa de la burbuja. Pero las salidas de españoles son mayores que antes. Y el movimiento natural de la población, el saldo entre nacimientos y muertes, acumula ya cuatro años de decrecimientos. El invierno demográfico, la expresión acuñada por el académico de Lovaina Michel Schooyans, parece haber llegado.
Un crecimiento más débil
El Banco de España ya revisó hace unos años el potencial que tiene la economía para crecer a medio y largo plazo. Lo sitúa alrededor del 1,25% anual para los próximos años frente al 3% de otras fases. También lo hizo el FMI. Y lo justifican principalmente por una demografía que acusa el envejecimiento y la baja natalidad. El banco subrayó entonces que, además, se estaban acabando las ganancias fruto de añadir al mercado laboral nuevas generaciones de mujeres.
En definitiva, una vez se termine la recuperación de parados, se va a crecer menos. En estos momentos se está viviendo un enfriamiento coyuntural por el parón del comercio mundial. Pero también hay en marcha una ralentización estructural por una demografía que ya no favorece.
Aun así, hay una buena noticia: si se sustrae el efecto de la población, en términos per cápita la economía está creciendo igual que en la anterior bonanza. Y lo hace sin que se esté produciendo una burbuja de crédito o un desequilibrio con el exterior.
Sin embargo, no todo es positivo. Ni mucho menos. Una economía que crece en términos per cápita pero que en su conjunto crece poco suele padecer muchas aflicciones. Es el caso de Japón, cuyo PIB por habitante en la población entre 18 y 65 años avanza a ritmos muy elevados, señala Jesús Fernández-Villaverde, catedrático de la Universidad de Pensilvania (EE UU).
El tamaño importa cuando se habla de pagar la deuda, las pensiones o de incentivar la inversión, recuerda Fernández-Villaverde. Cuanto más grande sea la producción total, más fácil será hacer frente a la deuda pública. Cuantos más trabajadores coticen, mejor se podrán pagar las pensiones: si la factura por prestaciones crece al 8% como ocurre ahora, la economía incluyendo la inflación debería alcanzar ese ritmo para que se puedan sufragar sin generar déficits. Sin embargo, en la actualidad el PIB está creciendo a la mitad si se suma la inflación. En esta cuestión el tamaño de la población trabajando se antoja un punto crucial.
Dificultades para las empresas
La inversión de una empresa suele aumentarse en función de lo que engorda la demanda de su mercado. Al deteriorarse la creación de hogares, habrá industrias que se resientan. Negocios como los electrodomésticos, por poner un ejemplo, tienen ventas por reposición en el hogar o por la constitución de una nueva familia. Las ventas por estas últimas se frenarán. Y, en consecuencia, también la inversión empresarial.
A mayor crecimiento del PIB y de la inflación, menos dolorosos son los ajustes en las empresas. Si el mercado de una compañía crece mucho, basta con congelar salarios y gastos para recobrar competitividad. Por el contrario, cuando el crecimiento es bajo, el margen es menor y obliga a recortar. Lo cual es siempre más traumático. Y tiene graves consecuencias sobre la desigualdad al perderse empleo en lugar de salario.
Este escenario obliga a exportar más, afirma Ricardo Martínez Rico, presidente de Equipo Económico. Y ello a pesar de que otras economías desarrolladas se enfrentan al mismo problema y también compiten por vender fuera. Otra herramienta es elevar la productividad. España podría avanzar mucho acercándose a la productividad de los mejores países, apunta el director de Fedea, Ángel de la Fuente. Por ejemplo, mejorando la educación.
Sin embargo, el historial de productividad de España es muy pobre. “¿Y cuántos países han sido capaces de mantener incrementos de la productividad del 2% durante tiempo? Ninguno”, dice Fernández-Villaverde. Y añade: “La productividad mejora mucho justo después de hacer las inversiones que se necesitan. Pero una vez hechas, luego es todo a fuerza de innovación. Y así no se consiguen aumentos tan fuertes”.
También tiene consecuencias a la hora de estimular la economía. Frente a una reducción de la población, sirven de poco la política monetaria o la fiscal, argumenta Fernández-Villaverde.
El otro instrumento es la política migratoria. La Autoridad Fiscal y el FMI hablan de aumentos importantes de la inmigración para ayudar a sostener las pensiones. Pero esa solución plantea otros interrogantes: “¿Cuánta inmigración será políticamente aceptable?”, se pregunta el catedrático de Pensilvania
PORQUE NO HAY DINERO
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