Testimonio del adoctrinamiento: Bullying ideológico en los campus «indepes»
Jordi, licenciado en Derecho por la UAB accede a relatar a ABC su experiencia en el sistema educativo catalán.
Pisé por primera vez el campus de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en (septiembre) de 2014, el año de la primera consulta independentista.Bajé del ferrocarril impaciente, con los nervios y la ilusión de un primerizo, ansioso por materializar mi sueño de estudiar Derecho. Ese sentimiento idealizado que llevaba años alimentando empezó a desvanecerse cuando llegué a la plaza cívica, punto neurálgico del campus, y topé con un enorme cartel de bienvenida con el lema «Independencia y Socialismo», reforzado con el dibujo de una hoz y un martillo. Fue el primer impacto visual que tuve al pisar la universidad y debo decir que no me sentí bien recibido. Mi intranquilidad aumentó al ver que las consignas independentistas estaban por todos lados. Solo había una i deología reivindicada, la separatista. Fue entonces, cuando intuí que podría tener problemas. Soy una persona a la que no le gustan las imposiciones.
Lo que viví ese año, en el que se celebró la consulta del 9-N, y en los años posteriores, en los que el proyecto independentista ha tomado cuerpo, superó todos mis temores iniciales. Todo lo que he sufrido ha sido por no seguir el dictado del pensamiento dominante en las aulas e intentar ejercer mi derecho ala Educación. Quien niega que hay fractura social por el procés miente. Los campus son un hervidero de independentistas y las universidades han dejado, por desgracia, de ser espacios neutros en los que poder expresarse con libertad.
Uno de los episodios que más me impactaron lo viví poco después de la consulta independentista del 9 de noviembre de 2014. El campus estaba revuelto con piquetes en varias facultades. Fue el primer día en que sufrí acoso. Un grupo de estudiantes independentistas montó un piquete para impedir las clases. Yo simplemente intenté dialogar con ellos y hacerles ver que tenía todo el derecho a ir a clase; el mismo que ellos tenían de ausentarse para protestar por una causa que ellos consideran justa. Intenté dialogar con los alborotadores, pero después de dos horas de intentarlo apareció la decana de la Facultad, y yo ingenuo pensando que me apoyaría y condenaría la actitud de los allí presentes, en vez de eso, me recomendó/me invitó a que me fuera de ahí pues su actitud empezaba a ser agresiva.
«Me insultaron y escupieron»
Aguanté sus insultos y también me escupieron. No daba crédito a lo que me estaba ocurriendo. Fue la antesala de un «bullying ideológico», la advertencia de que se avecinaban tiempos difíciles para todos aquellos que, como yo, nos resistíamos a acatar la imposición ideológica. Desde entonces, las reivindicaciones independentistas han sido la tónica en las aulas de mi Facultad, la de Derecho, y en otros espacios centrales del campus.
Los ánimos se caldearon tras el 9-N. Los estudiantes separatistas, abanderados por el Sindicatos de Estudiantes de los Países Catalanes (Sepc),imponían, y siguen haciéndolo, sus consignas en las aulas y en el campus universitario. Muchos, como yo, no comparten sus postulados pero optan por el silencio.Los que levantan la voz son represaliados e injuriados. Hubo incluso agresiones a compañeros de Sociedad Civil Catalana (SCC) –ahora organizados en el movimiento «S’ha Acabat»– que intentaban exponer sus ideas libremente en el recinto universitario. Siempre me he sentido muy arropado por ellos, aunque éramos y seguimos siendo muy pocos, tanto alumnos como profesores, los que nos hemos posicionado en la resistencia.
El conflicto en la UAB estalló en los días previos y posteriores a la consulta del 9-N. Hubo protestas y violentos piquetes en varias facultades. Me sorprendido el modo totalmente antidemocrático que utilizaban los huelguistas para imponer sus protestas. Un estudiante independentista se erigía como portavoz de todos e imponía al profesor que debía hacer huelga.
Yo me oponía en solitario, pero, al final, todos me decían que «el problema era mío». Durante todo ese tiempo el equipo de gobierno de la Universidad ha estado ausente y se ha limitado a emitir comunicados puntuales donde nunca se posicionaba del lado de los alumnos que veíamos pisoteados nuestros derecho y libertades. Los profesores tampoco se han plantado, con excepciones contadas. En algunos casos, las consignas llegaron a colarse en las aulas.
Forma sesgada
Una de mis profesoras, curiosamente, la que impartía la materia que más me gustaba nos hizo leer su libro «El derecho a decidir » y después nos invitó a pasar uno a uno por su despacho para comentarlo. La obra es una defensa velada a la celebración de la consulta independentista. No podía dar crédito a lo que me estaba ocurriendo en una universidad pública en la que debe favorecerse el debate y la pluralidad ideológica. Esa misma profesora centró, posteriormente, el grueso de una asignatura a debatir sobre la aplicación del155. El debate se planteaba de forma sesgada y tendenciosa y estuvo en todo momento monopolizado por los detractores de la aplicación del mencionado articulo en Cataluña tras la declaración unilateral de independencia.Firmas para echarnos
A esas alturas de curso, los independentistas me tenían perfectamente identificado. Me habían escupido, insultado e intimidado en tantas ocasiones que me resulta complicado recordarlas. Fue entonces, cuando dieron un paso hacia adelante y se dedicaron a colgar listas (con mi nombre y el de otros compañeros no independentistas) para pedir firmas con el objeto de que nos expulsaran como asociación del campus por no estar de acuerdo con las tesis independentistas. Llegando hasta el punto de difundir una imagen por el campus y las redes sociales donde me señalaban a mi y a otros compañeros que habíamos sido muy críticos con la ideología independentista. Simplemente por exponer nuestras ideas y no asentir a todas sus consignas. Fue uno de los momentos más difíciles que he vivido durante todos estos años.
Es duro entrar en tu facultad y ver (tu nombre en una lista en la que piden tu expulsión «por fascista») a compañeros de clase firmar la lista donde piden la expulsión de la asociación de la que formas parte “por fascista”. (Me apeaba del ferrocarril cada mañana con temor a que me reprendieran por cualquier tontería). Siempre que caminaba por el campus tenía que estar atento por si me encontraba con alguno de estos radicales, pues sabía que muchos de ellos querían darme un susto para que dejara de defender aquello en lo que creía. Sobre todo cuando un amigo me dio un consejo y me dijo que tenía que ir con mucho cuidado porque sabía que existía una lista elaborada por estos radicales donde aparecía mi nombre y mis datos, junto al de otros compañeros.
«¡Déjalo ya!», me decía mi familia y mis amigos. «No puedes hacer nada», me aconsejaron algunos profesores en el plano personal. Pese a ello, en ningún momento me ha pasado por la cabeza desistir ante la injusticia. No pienso tirarla toalla; no solo pienso en mí sino en muchos otros compañeros que se mantienen en silencio ante la presión separatista y no están de acuerdo con ellos. Pese a mi sólido convencimiento personal, reconozco que ha habido desagradables episodios en mi resistencia que me han hecho reflexionar. Uno se produjo cuando tras el 1-0 cuando me opuse a un piquete y empezaron a insultarme y amenazar mi integridad física.«¡Te vamos a reventar!».
Insultos personales
«¡Te vamos a reventar!», me dijeron los universitarios. Mi temor aumentó cuando vi que tenían algunos de mis datos personales. «Tu padre es un hijo de puta porque es militar. Es un fascista de las fuerzas armadas», me gritaron en una de sus acciones. Mis amigos se preocuparon cuando un día apareció una pegatina con consignas contra mi persona en la puerta del domicilio familiar y también en el local donde yo impartía, a nivel personal, actividades de ocio. Los insultos personales se intensificaron también en las redes. Pensé que habían cruzado una línea peligrosa, solo eso.
El «bullying» escolar es similar al «bullying» ideológico en los campus. Aquí no te acosan para robarte el bocadillo sino para coartar tu derecho al librepensamiento y a la libertad de expresión. Es una situación grave que lleva años produciéndose en las universidades catalanas. Ni el Govern ni las autoridades académicas han hecho nada hasta ahora para detenerlo. Es más, cuando se posicionan siempre lo hacen porque se ven obligados al trascender a los medios de comunicación y siempre del lado de los independentistas, con comunicados quitándole importancia a los acontecimientos violentos que suceden en las universidades.
El conflicto que ha estallado estos días en la calle tras la sentencia del procés lleva años cociéndose en silencio en los campus catalanes. Muchos de los que ahora salen a generar el caos en la ciudad son los mismos que coartan nuestras libertades en los campus universitarios.
ESA ES LA DEMOCRACIA QUE QUIEREN IMPLANTAR LOS RADICALES.
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