lunes, 2 de septiembre de 2019

TAPEAR CON UN BORBÓN CUESTA 1.000 EUROS.

lujo madrid

Tapear con un Borbón cuesta 1.000 euros


Los ricos que visitan Madrid pueden comer con nobles, visitar el Prado en solitario o disponer del mejor cortador de jamón del mundo a golpe de tarjeta de crédito.

Hay una forma de conocer Madrid al alcance de muy pocos. Visitar en soledad el Museo del Prado, recibir clases de cocina de un reputado cocinero, asistir a una corrida de toros privada, contratar al mejor cortador de jamón del mundo para una cena íntima o irse de tapas con una prima del Rey son algunos de los planes que los ricos que visitan la ciudad pueden hacer suyos a golpe de tarjeta de crédito.
Este viajero, separado del resto de turistas por el cristal de lo exclusivo, recibe una atención personal constante. Es el que viaja en jet privado o al que las aerolíneas agasajan por megafonía dándoles las gracias por volar en primera en la zona de embarque. En el negocio del lujo se le conoce como high-net-worth, gente con chófer en la puerta, que recibe asistencia de un concierge y a quienes les muestran la ciudad reputados paisajistas y catedráticos de historia.
Maite Pinado, profesora de historia del arte, no olvidará nunca a la neoyorquina que contrató para ella sola El Prado. Conseguir esa quietud en uno de los museos más importantes del mundo cuesta 4.300 euros. La mujer dedicó toda la hora a una sala, la de Las Meninas. Era el sueño de su vida estar ante este cuadro. En un momento dado rompió a llorar. Pinado, colaboradora de protocolo en el museo, también ha acompañado en estas visitas exclusivas a rostros conocidos como el del cineasta Martin Scorsese, que limitó su visita a ver tres crucifixiones, las de Velázquez, Goya y El Greco. Gastó cinco minutos en cada una. En total, un cuarto de hora. Y también recuerda a un importante coleccionista chino que se paraba en todas las obras: “¡Hasta en las de Guido Reni! ¡En esas todo el mundo pasa de largo!”.
No muy lejos de la pinacoteca se encuentra la suite real del hotel The Westin Palace. Una semana en esa habitación cuesta más de 18.000 euros. Incluye recogida en un jet privado en el país de origen del turista, una cena en un restaurante dos estrellas Michelín y una visita a elegir, arquitectónica o de compras. Uno de los días se organiza una cena en un lugar inédito, donde nunca antes se haya hecho. Los huéspedes tienen a su completa disposición un estilista que los peina y maquilla a diario. Como pinceles, hacen un tour por un el Madrid de Ava Gardner.
“Madrid está en su momento. El 20 del 20 es su año. Abren Four Seasons, Mandarin Oriental (antiguo Ritz) y el W. Seguramente el Museo de las Colecciones Reales también se inaugura el año que viene. Son muchas cosas pasando a la vez. La oferta de lujo se multiplicará”, avanza Virginia Irurita, fundadora de la agencia de viajes de lujo Made for Spain and Portugal.
Irurita ofrece viajes a medida con la precisión de un sastre. No hay dos iguales. A un matrimonio judío interesado en mostrar a sus hijos el reverso del Holocausto les concretó una charla con una nieta de Ángel Sanz-Briz, el diplomático español que salvó a miles de húngaros de la muerte. Su hazaña no tiene nada que envidiarle a la de Oskar Schindler. Para los que sienten curiosidad por el Madrid de la nobleza, organiza una ruta detapas con una Borbón. Dos horas de palique palaciego cuestan 1.000 euros.
En una ocasión, una multimillonaria norteamericana de viaje entre Sevilla y Granada quiso hacer una parada. El chófer se detuvo en el bar de un pueblo castellano. La mujer congenió con los señores que andaban por allí jugando al dominó y bebiendo carajillos. Se pasó la tarde jugando a la máquina tragaperras. “Ha sido uno de los cinco mejores días de mi vida”, escribió en la reseña de sus vacaciones.
El perfil del visitante de lujo en Madrid tiene una renta per cápita de 197.000 euros, según la Asociación Española del Lujo. La capital concentró el 22% de las ventas de este tipo de artículos en 2018, por detrás de Barcelona y Marbella. La asociación, en su memoria anual, señala que la evolución del mercado le ha lleva a definir cinco tipos de consumidores: Seniors Bombers (tercera edad activa); Adultescentes (adultos con síndrome de Peter Pan); Masstigio (nuevos ricos); Bobo´s (burgueses bohemios); y Dinkis (doble sueldo sin hijos).
Para atraerlos, los operadores también les ofrecen unas horas de clases de cocina con los chefs estrella de los mejores restaurantes españoles. Las empresas no facilitan nombres, dicen que trabajan en estricta confidencialidad. Un crítico gastronómico consultado dijo haber oído algo respecto pero no supo concretar quién se dedicaba a este negocio.
Para los interesados en conocer la España de grana y oro, las ganaderías abren sus puertas. Sobre todo para turistas mexicanos con mucho dinero. Diego Carretero, ganadero salmantino de la ganadería Matías Carretero, tiene acondicionada una plaza para tentar becerras y machos. Se ha dado el caso de gente que quería ver matar a un toro y se ha concertado una especie de pase privado. Un novillo de unos 400 kilos cuesta 1.800 euros. Carretero ha llegado a tratar con un señor que contrató a cuatro para una tarde. Los toreros o aspirantes a tomar la alternativa lo ven como una oportunidad para practicar. Si el mismo turista tiene experiencia y arrojo, como es el caso de un ganadero mexicano que viene todos los años de visita, él mismo agarra el capote.
La corrida privada más extravagante ocurrió una década atrás. Dos empresarios rusos querían ver una faena entre semana. Llamaron a las oficinas de Las Ventas y allí les dijeron que solo había corridas los domingos. Un ganadero avispado se ofreció a organizarles una en exclusiva. ¿El precio? 36.000 euros. Alquiló la plaza de toros de El Casar, en Guadalajara. Se hizo el paseíllo con banda de música y la presencia de una pareja de la Guardia Civil, como dios manda. Los rusos disfrutaron del espectáculo en un palco de honor enmoquetado en rojo, flanqueados por dos azafatas y una intérprete. Un servicio de catering se ocupó de que no les faltara de nada. Se abrieron las puertas de la plaza para darle color a las gradas.
“Se llenó de jubilados y curiosos”, recuerda el torero Jesús de Alba, uno de los dos que lidió aquella mañana. Entusiasmados, los visitantes se llevaron las banderillas y los trajes de luces de los matadores. Uno era el vestido de faena de Alba, el otro de Fandiño, que murió hace dos años en Aire-Sur-l’Adour (Francia) tras ser corneado en el costado. Se fue convertido en mito del toreo. En un baúl de Moscú puede que esté guardado el traje lleno de polvo que se enfundó aquel día, cuando apenas empezaba su carrera.
Con igual pasión que un torero, Florencio Sanchidrián maneja los cuchillos. Considerado el mejor cortador de jamón del mundo, recibe a menudo el encargo de turistas que quieren probar el producto estrella español. Ha cortado para Obama y el Papa, una publicidad que lo ha hecho muy conocido, sobre todo en Estados Unidos. Una de sus catas cuesta entre tres y cuatro mil euros. Si la hace para una pareja en una cena romántica corta de cuatro jamones de distinta denominación de origen. Cada plato va acompañado de un vino de su mismo año. En ocasiones echa mano de un sumiller. Este tipo de público VIP le pide que no haga fotos y guarde su anonimato.
El paisajista Eduardo Mencos (con sombrero), en una pradera con un grupo de turistas.
Hay clientes que quisieran acompañar la velada con música pero él prefiere el silencio. “Hago una cata intelectual. Es algo muy técnico. Sacar el aroma de un jamón requiere los cinco sentidos. Le desnudo el alma a la pata. El jamón es un papel en blanco y el cuchillo, un lápiz. En cada loncha hay que escribir un poema”, dice Sanchidrián por teléfono. Se toma muy en serio su oficio. Un día creyó haber tenido un mal día y, con mucha ceremonia, pidió perdón a su público. “No estuve a la altura del jamón”, recuerda.
Ese afán de perfección también lo persiguen el paisajista Eduardo Mencos y su esposa, Anneli Bojstad, la encargada de organizar al milímetro los tours de su marido. Mencos lleva a turistas a jardines que él mismo ha creado y a otros históricos, como el Alcázar de Sevilla o La Granja en Segovia. Sus clientes son sobre todo anglosajones. "Para ellos el auténtico lujo es almorzar en una casa particular con los propietarios o conocer rincones escondidos y auténticos de nuestro país", explica por correo electrónico.
Los australianos, dice, trabajan con mucha antelación sus viajes. En ocasiones con años de anticipación. Y no escatiman en ningún gasto. Bojstad supervisa personalmente los hoteles, restaurantes y casas por las que van a pasar. "Son viajeros experimentados, preparados. Lo contrario al turista de sol y playa. Saben mucho de España, de su cultura, sus jardines. Hay que darles rigor y profundidad", continúa. En una ocasión, un australiano que había recorrido los mejores palacios y jardines durante tres semanas reconoció que lo mejor de su viaje había sido una larga siesta que se había echado en una pradera de Extremadura. Con el sonido de los cencerros y las ovejas de fondo.
TODO ES CUESTIÓN DE DINERO Y DE FALTA DE DIGNIDAD DE LOS SIVERGÜENZAS COMEDORES.

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