Retrato de una clase media en horas bajas.
La crisis estrechó el grupo intermedio de la pirámide social: en España es más pequeño que en otros países desarrollados y los jóvenes tienen más dificultades para mantenerse. La caída salarial y el precio de la vivienda son sus principales trabas.
Los interminables pasillos por los que un día deambularon los Nobel Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa son algo muy parecido al hogar de Violeta Durán. Aquí, en la inmensa Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, transcurre la mayor parte de los días de esta investigadora de 26 años que se devana los sesos tratando de averiguar la relación entre los ictus y el sistema inmune del cuerpo humano. Durán pertenece a esa minoría de jóvenes con una altísima cualificación que podrían gozar de buenas condiciones laborales en el extranjero. Pero ella prefiere quedarse en España. Pese a los costes inherentes a esta decisión.
La desigualdad nace por los fallos del sistema educativo y del mercado laboral
“La investigación aquí no te permite tener un plan de vida. A la estabilidad, con suerte, se llega a los 40 o 45 años”, asegura. “Si tuviese un trabajo normal, ya habría sido padre. Pero con la temporalidad de nuestros contratos no hay manera”, tercia el también investigador Manuel Heras, de 33 años.
Durán y Heras son dos ejemplos de ciudadanos que en la mayor parte de los países de nuestro entorno engrosarían ese concepto tan volátil de “clase media”. Pero ellos —que hoy tienen contrato, pero arrastran como una losa la incertidumbre absoluta sobre el mañana— se ven totalmente ajenos a esa etiqueta. No tanto por unos salarios más o menos próximos a la media —ella gana, con un contrato predoctoral, 1.000 euros al mes; él, con uno postdoctoral, 1.400—. Ni siquiera porque hayan perdido un 20% de poder adquisitivo desde el inicio de la crisis en 2008, según calculaba un informe de la Federación de Jóvenes Investigadores-Precarios. Sino sobre todo porque para ser parte de la clase media deberían contar con unas expectativas de mejora que ni tienen ni confían en tener. “No somos clase media. No podemos acceder ni a una vivienda ni a una familia ni a una seguridad indispensable para entrar en ese grupo”, concluye Heras.
Su caso refleja las dificultades de los jóvenes investigadores españoles. Pero no solo. También ejemplifica el estrechamiento de una clase que se puede definir por criterios técnicos —contar con unos ingresos que supongan entre el 75% y el 200% de la renta mediana de un país: en España, según los datos del INE, equivale a ganar entre 9.942 y 28.406 euros— o por otros más subjetivos, como la pertenencia a un grupo social caracterizado por una cierta comodidad material y confianza ante el futuro. Como resaltaba la OCDE en un estudio reciente, los españoles se enfrentan cada vez a más problemas para considerarse parte de este grupo clave para construir el Estado del bienestar tras la II Guerra Mundial.
El informe Bajo Presión: la clase media exprimida ofrecía hace dos semanas un diagnóstico lúgubre sobre el deterioro de las condiciones de vida de aquellos que no son ni ricos ni pobres. “Los ingresos de la clase media apenas han crecido en muchos países de la OCDE. El coste de elementos esenciales de su estilo de vida, como la vivienda y la educación superior, han crecido más que los ingresos. Y la inseguridad laboral ha aumentado. Hoy, la clase media parece cada vez más un barco en aguas turbulentas”, aseguraba el texto.
“No soy clase media. No puedo acceder a un piso”, dice una joven investigadora
El estrechamiento de la clase media afecta a todos los miembros de la OCDE, pero España sale especialmente mal parada. Porque mientras en este club de 36 países las clases medias reúnen a un 61% de la población, en España el porcentaje cae al 55%, acumulando a más personas en los extremos del escalafón: tiene más pobres (un 16% de la población) y más ricos (12%) que los países de su entorno.
España sale perdiendo en la comparación con la media de la OCDE. Pero el saldo de los jóvenes españoles también resulta negativo respecto a las generaciones anteriores. Así, un millennial (es decir, los nacidos en los años ochenta y noventa del pasado siglo) tiene un 50% de probabilidades de haber crecido en un hogar de clase media, mientras que los baby-boomers, los que eran veinteañeros en los años setenta y ochenta, ese porcentaje subía al 60%, según el organismo que encabeza Ángel Gurría.
El conjunto más bajo del escalafón es el que más ha pagado la crisis
Un vistazo a otra fuente de datos alumbra las heridas que la Gran Recesión ha dejado en una clase social que se vanagloriaba de ser el motor de las economías avanzadas, y cuya vitalidad servía incluso como termómetro de la calidad de la democracia. La crisis en España se ha superado a través de una importante devaluación salarial que se ha cebado, una vez más, en los más jóvenes.
Así, según los datos del INE, la ganancia media anual por trabajador aumentó en el periodo 2008-2018 un tímido 6%. Pero este avance esconde retrocesos en todas las franjas de edad por debajo de los 40 años. Los de 20 a 24, por ejemplo, perdieron casi 2.000 euros al año (o, lo que es lo mismo, un 15% de su sueldo) en una década negra para los trabajadores españoles.
El otro gran obstáculo de las nuevas generaciones para integrarse en la ansiada clase media es el acceso a la vivienda, que en las últimas décadas se ha ido haciendo más y más difícil. Como recuerda la OCDE, los hogares de rentas medias dedicaban en 1995 un 24% de sus gastos al deseado pisito. 20 años más tarde, este porcentaje había escalado hasta el 33%. A finales de los ochenta, para comprar una vivienda bastaba con la renta bruta disponible de un hogar durante tres años. Ahora, esta ratio que calcula el Banco de España está en 7,4. Es un nivel muy elevado, aunque aún lejos de los nueve años que alcanzó en el punto álgido de la burbuja inmobiliaria.
Y, sin embargo, como recordaba Julio Embid en su libro Hijos del hormigón, los mayores pagadores de la crisis no fueron las clases medias, sino las que estaban justo por debajo en el escalafón social. La diferencia está entre los que podían irse dos semanas de vacaciones —aunque quizás ahora lo hagan con mayores dificultades— y los que no. “Los grandes empobrecidos han sido las clases trabajadoras. Las clases medias son las que se las han apañado para sobrevivir. Son las que no han tenido que cambiar radicalmente su modo de vida”, resume Embid.
Las crecientes dificultades de los que están en el centro de la pirámide social pueden analizarse a través de un indicador que en España no ha dejado de empeorar en los últimos años: el índice de Gini, que mide la desigualdad de una sociedad.
Pero, según recuerda el experto de BBVA Research Rafael Doménech, en España la evolución de la desigualdad está íntimamente ligada al ciclo económico y al mercado laboral. Es decir, que aumenta cuando las cosas van mal, sí. Pero que también disminuye cuando van bien. “El máximo nivel de desigualdad, alcanzado en 2014, es muy parecido al de 1994, en el pico de la crisis anterior”, explica.
“Pese al enorme esfuerzo que se ha hecho en este país para mantener los pilares básicos del Estado del bienestar, es obvio que tenemos un problema de desigualdad muy grave”, continúa Doménech. El responsable de Análisis Macroeconómico de BBVA Research desglosa este punto negro en dos factores básicos: un problema de igualdad de oportunidades, que se arrastra desde la infancia por un sistema educativo que hace de España el país con mayor fracaso escolar de la UE, y un mercado de trabajo ineficiente y poco equitativo que genera una tasa de paro en un promedio altísimo, del 16%. “Pese a estas desventajas de partida, las políticas redistributivas logran unos efectos bastante aceptables”, matiza el también catedrático de Economía en la Universitat de València.
En ¿Cómo somos? Un retrato robot de la gente corriente, el profesor de Sociología de la Complutense Ignacio Urquizu traza una radiografía bastante ajustada del español medio. Y lo primero que llama la atención es que no encuadra al ciudadano medio, el más habitual en la sociedad española, en la etiqueta de clase media. “La mayoría de la sociedad se ubica en la categoría de obrero, especialmente cualificado. Si indagamos en el nivel de formación de los españoles, [...] en torno al 40% tiene un nivel medio-bajo”, escribe Urquizu.
Porque, al margen de criterios económicos o educativos, la clase media es también un concepto aspiracional. Y no ha de coincidir necesariamente cómo cada uno se vea con lo que digan los indicadores objetivos. En España, a diferencia de otros países de su entorno, hay más personas que entran en la categoría de clase media de las que se identifican como tales, según la OCDE.
Como explica Urquizu al teléfono, dentro de la clase media hay muchas clases, dependiendo de una multitud de factores económicos y educativos. “Puedes pertenecer a las nuevas clases medias de profesionales liberales como abogados o arquitectos. O a los que se dedican a los sectores tradicionales, como agricultores con grandes terrenos. Y también puedes ser clase media por tu nivel educativo, pero que tus condicionantes económicos sean los de un escalafón más bajo”, continúa. Es el caso de los jóvenes del principio de este reportaje. Porque, como protesta Violeta Durán, “¿cómo vamos a considerarnos de clase media si en la investigación es imposible tener la seguridad de que vas a poder seguir con tu carrera laboral?”.
El incierto impacto de la revolución digital
La disrupción tecnológica ha llegado a nuestras vidas con un impacto aún difícil de calibrar en aspectos como la calidad del trabajo o la desigualdad. “Es un riesgo que está ahí. Sin control y sin políticas adecuadas, la automatización y la sustitución de determinadas actividades pueden derivar en una polarización del mercado de trabajo, con ocupaciones muy rutinarias en los salarios medios, la creación de empleos manuales con bajos salarios y una minoría de trabajos muy especializados de altos salarios”, asegura Rafael Doménech, de BBVA Research.
La pregunta que Doménech y otros investigadores se hacen sobre si la automatización ha incrementado la desigualdad no ha ofrecido aún una respuesta definitiva. A primera vista, destaca que los países más avanzados en la carrera digital suelen presentar unas menores tasas de desigualdad.
Países como Corea del Sur, muy arriba en digitalización, presentan unas bajas tasas de desigualdad (medidas a través del índice de Gini), equiparables a las de Alemania. En el extremo contrario, Brasil, Argentina y Turquía arrojan malos resultados en una y otra variable. Pero no está claro que esto responda a una relación directa de causalidad.
De la misma forma, los estudios elaborados por Doménech también sugieren que a mayor avance tecnológico e intensidad del proceso de robotización, menor será la tasa de paro; con Corea otra vez como alumno más destascado y con Grecia como farolillo rojo. Estos estudios apuntan que la revolución digital está impulsando nuevas actividades, así como haciendo crecer la demanda en los sectores menos innovadores.
Por último, cuando se analizan la renta per cápita, la desigualdad y el desempleo en el grupo de países más desarrollados, los resultados son ambiguos. Estados Unidos está bien colocado en términos de renta, pero con un alto nivel de desigualdad; mientras que Islandia, Suecia, los Países Bajos y Dinamarca destacan en los dos indicadores.
En comparación con el resto de países de la OCDE, España, sale mal parada tanto en renta como en desigualdad. “El reto supone avanzar rápido en la transformación digital sin que eso suponga retroceder en desigualdad o en aumentos de la tasa de paro”, concluye el investigador de BBVA Research.
LA CLASE MEDIA BAJA HA DESAPARECIDO.
La pregunta que Doménech y otros investigadores se hacen sobre si la automatización ha incrementado la desigualdad no ha ofrecido aún una respuesta definitiva. A primera vista, destaca que los países más avanzados en la carrera digital suelen presentar unas menores tasas de desigualdad.
Países como Corea del Sur, muy arriba en digitalización, presentan unas bajas tasas de desigualdad (medidas a través del índice de Gini), equiparables a las de Alemania. En el extremo contrario, Brasil, Argentina y Turquía arrojan malos resultados en una y otra variable. Pero no está claro que esto responda a una relación directa de causalidad.
De la misma forma, los estudios elaborados por Doménech también sugieren que a mayor avance tecnológico e intensidad del proceso de robotización, menor será la tasa de paro; con Corea otra vez como alumno más destascado y con Grecia como farolillo rojo. Estos estudios apuntan que la revolución digital está impulsando nuevas actividades, así como haciendo crecer la demanda en los sectores menos innovadores.
Por último, cuando se analizan la renta per cápita, la desigualdad y el desempleo en el grupo de países más desarrollados, los resultados son ambiguos. Estados Unidos está bien colocado en términos de renta, pero con un alto nivel de desigualdad; mientras que Islandia, Suecia, los Países Bajos y Dinamarca destacan en los dos indicadores.
En comparación con el resto de países de la OCDE, España, sale mal parada tanto en renta como en desigualdad. “El reto supone avanzar rápido en la transformación digital sin que eso suponga retroceder en desigualdad o en aumentos de la tasa de paro”, concluye el investigador de BBVA Research.
LA CLASE MEDIA BAJA HA DESAPARECIDO.
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