“Rusia sigue usando métodos de la URSS para controlar el poder”
La historiadora relata en su último libro la hambruna que asoló Ucrania en los años treinta. "Hay que conocer estas tragedias porque pueden volver a suceder".
La historiadora y periodista estadounidense Anne Applebaum, columnista de The Washington Post y experta en Europa del Este, compartía este jueves la principal conclusión a la que ha llegado después del gran esfuerzo de documentación y escritura que le ha supuesto La hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania, el libro que acaba de publicar Debate en español y en el que documenta y argumenta a lo largo de casi 600 páginas que la crisis alimentaria que acabó con la vida de 3,9 millones de personas en 1932 y 1933 fue producto de una decisión política consciente y criminal. “Este tipo de acontecimientos trágicos pueden producirse en cualquier parte. Si se da la combinación adecuada de políticas e incentivos económicos, puedes hacer a la gente que haga cosas terribles en casi cualquier país. Así que creo que es importante volver a estas historias para comprender que todo eso puede suceder otra vez y que sucederá otra vez…”. Y añade: “La historia no se repite exactamente del mismo modo, pero los seres humanos no cambiamos tanto”.
Una lección que bien puede servir hoy: “No quiero comparar la Europa contemporánea con el estalinismo, porque no sería justo, pero sí creo que estamos viendo en algunos países europeos partidos políticos antidemocráticos que intentan mantener el poder eliminando la prensa independiente, la independencia judicial”, dijo este jueves en el Aspen Institute de Madrid, durante una entrevista con EL PAÍS. La autora habló de peligros desde la extrema izquierda y la extrema derecha, del “drama que está ocurriendo en Venezuela” y de una Rusia contemporánea cuyos dirigentes no renuncian a algunos de los usos de la URSS. “La Rusia contemporánea está dirigida por gente que admira e imita a la Unión Soviética. Quizás no quieren recrearla exactamente, pero recuerdan perfectamente los métodos que usaban para controlar el poder, y están utilizando algunos de ellos, otra vez, en nuevos contextos”.
Applebaum, de 54 años, es una gran conocedora del Este —vive en Polonia desde hace tiempo junto a sus dos hijos y a su marido, Radek Sikorski, político conservador que fue ministro de Defensa y de Exteriores y que ha presidido el Parlamento polaco— y de la historia de la URSS, sobre la que ha escrito tres libros: además de este último, El telón de acero, sobre la destrucción de Europa del Este entre 1945 y 1956; y Gulag, que le valió el Pulitzer.
En este último libro sobre la hambruna ucraniana explica sus motivaciones: reunir y hacer accesible al público occidental un episodio crucial de la historia de Ucrania —“que es una parte importante de la política europea ahora mismo”— y seguir intentando responder a preguntas muy parecidas a las que recorren toda su obra: “¿Por qué la gente colaboró y aceptó esta clase de malvados regímenes?, ¿por qué colaboraron en los gulag?, ¿por qué en 1948 se unió al Partido Comunista?”.
Aunque confiesa que no tiene una respuesta clara, en el caso de la hambruna ucraniana explica que se sumaron varias circunstancias, pero sobre todo, años “de propaganda del odio" —se describía a estos kulaks, los campesinos ricos, como enemigos del pueblo que estaban deteniendo el progreso”— y una población “asustada y hambrienta”. El contexto que dibuja el libro es el siguiente: las requisas de comida ordenadas por los líderes del Partido Comunista, cada vez más duras, sumadas a otras medidas, como la prohibición del comercio y de viajar en busca de alimento, agravaron de tal manera la crisis alimentaria que siguió a la colectivización forzosa de las explotaciones agrícolas de la URSS, y se alcanzó esa cifra brutal de 3,9 millones de muertes por hambruna entre 1932 y 1933. Se calcula que murieron unos cinco millones de personas en toda la URSS.
Simultáneamente, se estaba produciendo una represión contra los intelectuales y dirigentes ucranianos, lo que refuerza la idea de la autora de que Stalin intentaba acabar con cualquier ansia de independencia en una zona especialmente beligerante desde el inicio de la revolución en 1917 y a la que Moscú no podía renunciar por su condición de granero de la incipiente potencia comunista. Así, frente a aquellos autores que siguen defendiendo que aquello fue producto de una serie de errores, Applebaum responde que las evidencias señalan que Stalin, aunque sabía que la gente estaba muriendo, siguió adelante con las medidas que lo agravaron todo: “La hambruna no fue causada por el caos ni por fallos, sino por culpa de las requisas, así que eso solo pudo ser intencional”.
Todos los esfuerzos que la Unión Soviética hizo después para ocultar aquel espantoso episodio —conocido como Holodomor—, a lo que contribuyeron algunos periodistas occidentales y sus Gobiernos, que tenían otras prioridades, pueden estar detrás de la controversia que sigue generando este tema, señala: “Algo que se mantiene en silencio durante tanto tiempo es difícil de creer”. Y también la huella que sigue marcando, todavía, la sociedad ucraniana: “Hay una profunda división entre la gente y el Estado, que ven cómo un elemento extranjero que no tiene nada que ver con ellos, que es corrupto... Incluso ahora, con una genuina democracia, no hay mucha confianza en las instituciones estatales”.
Pero lo que ocurrió entonces no da claves únicamente sobre el presente de aquel país. También ayuda a comprender esa tendencia que ella denomina “Estado de un solo partido”, que es “una forma muy exitosa de mantener el poder”. “En nuestras democracias definimos la élite por medio de ciertos modos de competición —política, económica o meritocrática—, pero el Estado de un solo partido lo define de otra manera, por la cual pasan a formar la élite quienes sean más leales, más patriotas, más cercanos al ideal del Estado y esto es muy atractivo para la gente a la que no le gusta la competición, porque no son buenos en ella o piensan que está trucada o porque no es moralmente aceptable”, explica.
Y pone el ejemplo de la Polonia en la que vive, donde describe una sociedad fracturada, en la que una parte —entre ellos, algunos de sus “antiguos amigos” que hace años se reunían bajo la etiqueta común de derecha conservadora— reclama su derecho a gobernar “porque son más patriotas, se han mantenido más cercanos a interpretaciones más correctas de la historia. Y aunque no sean tan buenos en la competencia para ganar elecciones. Por ello, para mantenerse en el poder necesitan eliminar la independencia judicial y de los medios”. Y añade:
“Creo que hemos dado por muerta demasiado rápida la idea de la autocracia. Es algo muy atractivo para la gente y ofrece a algunas personas un camino para triunfar que no tendría en otro sistema”.
En definitiva, Applebaum describe una situación en la que la cuestión es: “¿Tenemos partidos políticos e instituciones suficientemente fuertes para luchar contra todo ello? Y no lo sé”.
Lo que nos convierte en humanos
De todos los documentos, de todos los testimonios que Anne Applebaum ha recopilado en su libro, la autora señala especialmente un grupo de fotografías, “realmente terribles y conmovedoras”, tomadas por un ingeniero austriaco, las únicas que se conservan sobre lo que ocurrió durante la gran hambruna en Ucrania. “No son importantes porque enseñen masas de gente muriendo, sino porque enseñan cómo la muerte se convirtió en algo completamente normal. Había cuerpos tirados en la calle y la gente andaba alrededor sin fijarse”, explica.
De hecho, añade que le costó especialmente escribir un capítulo en el que trata de explicar “qué significa realmente morirse de hambre”. Cuenta que le dedicó mucho tiempo a pensar en cómo afecta a la mente de las personas, a su comportamiento, que en aquel caso incluyó canibalismo, robos, crímenes... “Creo que casi todo lo nos hace humanos, nuestro comportamiento, nuestras relaciones sociales, dependen de este elemento básico, de que tengamos comida cada día. Y que cuando quitas eso, somos apenas humanos, nada en nosotros es igual, nuestras personalidades, nuestro comportamiento...”.
TODAS LAS DICTADURAS SON MALAS PERO LAS DEMOCRACIAS CORRUPTAS TAMBIÉN.
De hecho, añade que le costó especialmente escribir un capítulo en el que trata de explicar “qué significa realmente morirse de hambre”. Cuenta que le dedicó mucho tiempo a pensar en cómo afecta a la mente de las personas, a su comportamiento, que en aquel caso incluyó canibalismo, robos, crímenes... “Creo que casi todo lo nos hace humanos, nuestro comportamiento, nuestras relaciones sociales, dependen de este elemento básico, de que tengamos comida cada día. Y que cuando quitas eso, somos apenas humanos, nada en nosotros es igual, nuestras personalidades, nuestro comportamiento...”.
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