sábado, 24 de noviembre de 2018

LOS GRAFITEROS SE PASAN DE LA RAYA.

Grafitis en un tren de cercanías en la estación de Plaza de Cataluña, en Barcelona.

Los grafiteros se pasan de la raya.


Las últimas acciones de dos grupos de Madrid y Barcelona, que han sorprendido por su violencia, se investigan como pertenencia a grupo criminal y desórdenes públicos.

“Os estaba esperando, sabía que ibais a venir a por mí”, les dijo a los agentes cuando entraron por la puerta de su casa. Tiene 24 años, es estudiante de Bellas Artes en Madrid y en su tiempo libre hace tatuajes. En su coche encontraron una maleta de botes de pintura y la cazadora que llevaba el día de los hechos, según grabó una de las cámaras de seguridad del metro. Es uno de los grafiteros más activos de la capital de España, de quien la Policía prefiere omitir hasta sus iniciales para no darle más publicidad. Y es también uno de los ocho jóvenes detenidos el pasado jueves en Madrid por parar el tren subterráneo en la estación de Las Rosas y grafitear los vagones la noche del viernes del puente de Halloween.
Entre las 46 personas que participaron en esa acción —contadas una a una en un vídeo de la empresa que pudo ver EL PAÍS— había tres que venían “de fuera de la capital, incluso de fuera de España”, señalan fuentes policiales.
Todo apunta a que estaban coordinados por alguien. “Por el gran número de participantes, y porque cinco de ellos pulsaron el botón de la puerta hidráulica de emergencia del metro mientras los otros 41 esperaban en la salida correspondiente, que da a un descampado al otro lado de la M-40”, argumentan los investigadores de la Unidad Móvil de la Policía. “Estaba todo sincronizado”.
Solo dos días más tarde, en Barcelona, un grupo de 34 escritores, como se autodenominan ellos, paraba otro suburbano para pintar parte de un convoy repleto de viajeros, a quienes posteriormente se enfrentaron los asaltantes, llegando a lanzar pintura de espray a una mujer embarazada, según la denuncia presentada por la afectada ante los Mossos d'Esquadra.
Entre las 46 personas que participaron en esa acción —contadas una a una en un vídeo de la empresa que pudo ver EL PAÍS— había tres que venían “de fuera de la capital, incluso de fuera de España”, señalan fuentes policiales.
Todo apunta a que estaban coordinados por alguien. “Por el gran número de participantes, y porque cinco de ellos pulsaron el botón de la puerta hidráulica de emergencia del metro mientras los otros 41 esperaban en la salida correspondiente, que da a un descampado al otro lado de la M-40”, argumentan los investigadores de la Unidad Móvil de la Policía. “Estaba todo sincronizado”.
Solo dos días más tarde, en Barcelona, un grupo de 34 escritores, como se autodenominan ellos, paraba otro suburbano para pintar parte de un convoy repleto de viajeros, a quienes posteriormente se enfrentaron los asaltantes, llegando a lanzar pintura de espray a una mujer embarazada, según la denuncia presentada por la afectada ante los Mossos d'Esquadra.
Ambas actuaciones —que los expertos relacionan solo por la rivalidad por el prestigio que existe entre los grupos y el mimetismo que hay entre ellos— suponen un salto cualitativo en las acciones habituales de los grafiteros, que “solían actuar en grupos de cinco, seis o siete individuos, de manera discreta”, coinciden los responsables policiales de las Unidades de Transporte de ambas capitales. Después huían de la zona tras lograr su objetivo (y fotografiarlo) sin dejar rastro y sin enfrentamientos.
Los responsables de estas investigaciones se declaran sorprendidos por la violencia empleada por los grafiteros: “Han llegado a agredir a los vigilantes y le han plantado cara a los policías. Da la impresión de que ha entrado gente más joven, que no tiene ni el respeto ni los principios de los clásicos”, justifican. “Hasta ahora no había sucedido nada parecido”, rematan.
“Pintar en el metro de Madrid da caché porque implica mucho riesgo por el alto grado de vigilancia que tiene el suburbano, más aún si se hace parando un tren en marcha con viajeros dentro. Probablemente, por eso participaron incluso chavales de fuera de España”, apunta uno de los investigadores de la llamada Operación Leonardo, que hasta el momento se ha saldado con nueve detenidos, aunque se esperan nuevos arrestos esta semana. “Madrid, Barcelona, Hamburgo, Londres, Milán, el prestigio aumenta a medida que añaden capitales y dificultades a su firma, como lograr firmar vagones antiguos, por ejemplo, protegidos y retirados de la circulación”, completa el agente.
En Barcelona, donde los Mossos calculan que hay 30 grupos muy activos, aún no han detenido a nadie relacionado con ese último incidente, aunque en el momento lograron “retener” a un menor, según fuentes de los Mossos. “Si no hay cara, no hay identificación”, es el lema de los grafiteros que actúan a rostro cubierto o bajo firmas colectivas y que también se enmascaran en las redes sociales, sobre todo en Instagram, donde exhiben sus acciones, en el límite con el vandalismo porque afectan siempre a mobiliario o espacios urbanos.
Desde que en 2015 se modificó el Código Penal, la Policía apenas podía investigar esta tipología delictiva: “La última reforma convirtió estas acciones en una falta administrativa por ‘deslucimiento de bienes’ que apenas nos permitía abrir una investigación”, aseguran los agentes especializados en esta materia. “Para acusar de un delito de daños necesitábamos el informe pericial de la empresa afectada, en el que se realiza una valoración de los desperfectos sufridos y el coste aproximado de su reparación”, explican. “Por ejemplo, los desperfectos de la acción llevada a cabo en el metro de Las Rosas están valorados en 10.000 euros”, concretan.
Los últimos años han sido, por tanto, casi de impunidad para los grafiteros. Sin embargo, estas últimas acciones en Madrid y Barcelona han cruzado una raya más gruesa. Ahora se les acusa, además de un presunto delito de daños, de desórdenes públicos, atentado contra la autoridad y pertenencia a grupo criminal. “En el caso de Madrid, las últimas acciones han servido para que la empresa de Metro nos aporte los informes periciales, que hasta ahora nos denegaban —en contra de lo que hacía Renfe, por ejemplo—, y eso nos va a permitir acusar a más gente. Ahora lo van a tener de nuevo más difícil para eludir la Justicia”, explican los investigadores.
Policías y grafiteros tienen una relación de viejos conocidos. Se siguen, se encuentran y se reencuentran. “Se acaba estableciendo una especie de relación de amor-odio”, aseguran los agentes que hablan con ellos. No en vano, no son pocos los escritores que dedican muchos de sus grafitis a los agentes que les persiguen con un “ACAB”: “[All Cops Are Bastards, en sus siglas en inglés]. Todos los policías son unos bastardos”.
TODO ESTO ES CULPA DE LA SOCIEDAD  ADULTA POR DOS RAZONES LA MAL EDUCACIÓN QUE LES HEMOS DADO Y LUEGO EL DESCONTROL DE MIGRANTES Y SIN TECHO DESPERDIGADOS POR EL PAIS, SIN OTRO OBJETIVO QUE HACER EL GAMBERRO.

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