La historia que Inglaterra guarda bajo llave: ¿descubrió Australia un español?
Dos siglos de la navegación española en el Mar del Sur pasaron de golpe a manos inglesas, a pesar de que la activa propaganda británica quiso hacer creer a todos que los descubrimientos que llegaron posteriormente eran obra de su ciencia
La historia de los primeros europeos que bordearon Australia permanece guardada bajo llave por la historiografía dominante. Luis Váez de Torres, García Jofre de Loaisa, Juan Fernández o Pedro Fernández de Quirós son hoy nombres desconocidos, cuando faltan dos años para que el mundo anglosajón se vuelque en la conmemoración de los 250 años del descubrimiento y cartografía de Australia por el británico James Cook, el héroe aclamado con cientos de libros.
El navegante británico recorrió en 1770 a bordo del buque Endeavor –recientemente descubierto frente a las costas de Rhode Island– la costa australiana dibujando sus perfiles y desembarcó el 29 de abril en un lugar bautizado como Botany Bay, al sur de la actual Sídney. Cook nombró a aquella tierra Nueva Gales del Sur e inició la colonización de una las posesiones más preciadas del Imperio británico. Secundado por John Hawkesworth, el escritor de moda en aquel periodo Cook fue presentado ante el mundo como un héroe nacional y un navegante inspirado casi por Dios.
Como glosa en un excelente artículo en ABC José María Lancho, abogado experto en patrimonio histórico, el entorno del británico se cuidó mucho en ocultar la indudable vinculación que hubo entre el descubrimiento de 1770 y el saqueo inglés en 1762 de Manila, donde se encontraba el centro documental y cartográfico más importante del Pacífico.
Dos siglos de la navegación española en el Mar del Sur pasaron de golpe a manos inglesas, a pesar de que la activa propaganda británica quiso hacer creer a todos que los descubrimientos que llegaron posteriormente eran obra de su ciencia. Alexander Dalrymple, un espía y cartógrafo que había participado en el saqueo de Manila, reconoció en sus escritos la nula aportación inglesa en los primeros sesenta años del siglo XVIII a la geografía del Pacífico. Asimismo, el espía pasó horas estudiando el denominado Memorial de Arias, un texto que incluye el viaje de un piloto español llamado Juan Fernández. En 1576, este navegante ibérico cruzó el Pacífico desde Chile en una latitud de 40º constante hasta alcanzar una tierra que, según Dalrymple, se trataría del continente Austral.
Resulta algo más que una coincidencia que las instrucciones que Cook recibió del Admirazgo insistieran precisamente en que se dirigiera a esa latitud: «Debe dirigirse hacia el Sur para descubrir el Continente antes mencionado hasta que llegue a la Latitud de 40°».
Como recuerda José María Lancho, Cook mantuvo este rumbo hasta alcanzar Nueva Zelanda y, al comprobar que solo era una isla, continúa hasta Australia. Hoy no cabe duda de que Juan Fernández alcanzó Nueva Zelanda en 1576, de hecho, se descubrieron en 1952 un morrión y una espada castellanas en un río neozelandés; y de que el holandés Abel Tasman lo hizo en 1642, pero sí las hay al respecto de por qué portugueses, españoles y holandeses se frenaron allí donde Cook perseveró. Mas, cuando está claro que el británico se valía de cartografía acumulada por España durante 200 años.
Españoles hacia las tierras de los vientos sureños
Los españoles del siglo XVI aún creían en la teoría aristotélica de que en la parte más meridional del planeta existía un gran continente que hacía las veces de contrapeso para las masas de tierra conocidas. En 1531, el cartógrafo francés Oronce Fine estableció en sus mapas el imaginario continente al que denominaba Terra Australis, palabra latina que significa tierra del sur o más exactamente, de acuerdo a la traducción latina «tierras de los vientos sureños». De ahí la irresistible atracción que provocaba para algunos navegantes dar con aquella tierra mítica.
En 1982, Roger Hervè, conservador de la Biblioteca Nacional de París, publicó un estudio en el que defendía que Australia y Nueva Zelanda habían sido descubiertas a mediados del siglo XVI por estos españoles y portugueses ávidos de fantasía. El francés defendía su teoría en que la conocida Colección Dieppe albergaba un mapa de mediados del siglo XVI, escrito en lengua castellana, en el que aparecía dibujada Australia a la perfección y con indicaciones en la costa con cabos, ensenadas y otros accidentes.
Roger Hervè señalaba como protagonista de la odisea una carabela al mando de Francisco de Hoces que había perdido el rumbo dentro de la expedición que García Jofre de Loaisa dirigió en 1525 para colonizar las Islas Molucas. Este barco llamado San Lesmes habría navegado hacia el sudoeste, comandada por el capitán Diego Alonso de Solís, que sustituyó a Francisco de Hoces por estar gravemente enfermo, hasta llegar a Nueva Zelanda y después al sur de Australia, donde naufragó supuestamente en la zona de las dunas de Warnambool. Tras improvisar una embarcación, sus tripulantes recorrieron según esta teoría la costa australiana hasta el Cabo de York, donde los portugueses les apresaron y asesinaron por violar los términos del Tratado de Tordesillas. Otros investigadores llevan el viaje hasta Melbourne.
A su vez, los círculos católicos australianos difundieron en el XIX que el verdadero descubrimiento de Australia había ocurrido poco después de las aventuras del San Lesmes y de Fernández. Así apuntaban a un portugués al servicio de la Corona española llamado Fernández de Quirós, que en tiempos de Felipe III se había dirigido desde El Callao hacia el oeste, con tres navíos y trescientos tripulantes. Después de llegar al archipiélago de Santa Cruz, navegó rumbo sudeste hasta llegar al archipiélago de las Vanuatú. Allí Quirós vio una gran tierra que denominó en un principio Cardona, con una hermosa bahía, pero más tarde nombró como «Austrialia del Espíritu Santo», en recuerdo de la casa de Austria que reinaba en España.
Meses después de este descubrimiento que probablemente eran solo unas islas lejos del nuevo país, el portugués envió a uno de sus hombres, el almirante Luis Váez de Torres, hacia Filipinas. Torres atravesó el mar del Coral, cruzó el estrecho de Endeavour y avistó la costa septentrional australiana en octubre de 1606 hasta llegar a un mar libre de arrecifes. Este paso quedó denominado geográficamente para la historia como estrecho de Torres.
Su viaje siguió hacia islas desconocidas por los europeos pertenecientes a la actual Indonesia, como las de Váez de Torres (Aiduma); Navaja (Adi); Bahía Bermeja (Karas); San Simón y San Judas (Panjang, Ekka y Batu); Las Cinco Hermanas (Pisang); Archipiélago (Schuldpad) y Buenas Nuevas (Yef Fam). Desde Manila, Torres escribió una carta al Rey de España fechada el 12 de julio de 1607 donde brevemente narró su viaje. Después de escribir esta carta se desconoce el resto de su vida y nunca se aclaró cuánto de cerca estuvo de la costa australiana.
La conspiración del silencio
Quirós sí tuvo tiempo y voz para relatar ampliamente su viaje en los siete años que permaneció en Madrid a su regresi en 1607. Su obra fue la que llegó a manos de la Armada británica y más tarde de James Cook, el que pasó a la historia como descubridor de Australia. Porque, llegara o no a poner pies sobre ella, lo cierto es que la expedición de Quirós y de Torres allanó el camino al descubrimiento de las tierras del sur y, como poco, la hazaña británica es deudora de toda una empresa largamente perseguida primero por españoles y portugueses y, más tarde, por holandeses.
La historiografía anglosajona, sin embargo, ha minimizado sistemáticamente la aportación ibérica al descubrimiento de Australia y ha afirmado siempre, sin duda, que Quiró únicamente alcanzó las Nuevas Hébridas, unas islas al norte de lo que hoy es Australia. Niegan, además, que el portugués reclamara la soberanía para España de las tierras del sur, a pesar de que el 14 de mayo de 1606 escribió a Felipe III afirmando que había tomado «posesión de todas estas tierras que dejo vistas y estoy viendo, y de toda esta parte del sur hasta su polo, que desde ahora se ha de llamar Australia del Espíritu Santo». Una afirmación que haría ilegal la posterior llegada de Cook, como así lo entendió el Imperio español al dar instrucciones para arrestar al inglés por invadir aguas que le pertenecían a España.
En su libro «The Spanish in Australia», Albert Jaime Grassby definió en 1983 todas estas omisiones en la historia oficial del país como un auténtica «conspiración del silencio»: «El silencio continúa hoy en las universidades australianas, donde a los estudiantes se les fomenta y se les permite, por profesores y textos, mirar solamente los aspectos que fueron presentados en Londres y que se refieren exclusivamente a materias internas. Esto es parte del enfoque etnocéntrico desequilibrado que se ha hecho a la historia australiana, que la ha mantenido, por tanto tiempo, inadecuada».
PODRÍA SER VERDAD.
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