Si bien no existe un tiempo estipulado para que culmine el proceso biológico de reducción natural del cuerpo, se calcula que son necesarios entre 30 y 40 años para que sea eliminada «la humedad» y el mal olor del cuerpo. Los detalles de la estancia se guardan con hermetismo desde hace siglos.
El Real Monasterio de El Escorial nació en su origen con la intención, más allá de conmemorar la victoria de San Quintín sobre los franceses, de servir de sepulcro para los reyes y familiares de la dinastía Habsburgo. En 1573, Felipe II hizo trasladar así al templo los restos de su padre, Carlos I, y de otros Habsburgo para ser reunidos en un primitivo sepulcro que, casi un siglo después, Felipe IV sustituiría por la actual y vistosa Cripta Real. No en vano, el Panteón Real y el de los Infantes, que ha servido como lugar de descanso para los restos mortales de la gran mayoría de miembros de la Familia Real española, tanto de la dinastía de los Habsburgo como de los Borbones, tiene una estancia previa siempre envuelta de misterio: el pudridero, donde los cuerpos deben esperar aproximadamente 30 años a su momificación.
Los guías del Palacio Monasterio de El Escorial suelen dotar de un tono misterioso a su voz al mencionar que existe una sala contigua al Panteón de los Reyes, con suelo de granito y techo abovedado, que hace las veces de pudridero y que en la actualidad permanece ocupado por los restos mortales de varios Infantes, entre ellos Don Jaime de Borbón, y por los Condes de Barcelona.
El pudridero de El Escorial, con dos estancias diferencias, uno de ellos para Reyes y otro para Infantes, se encuentra en el subsuelo de la basílica, a pocos metros del lugar de los sepulcros reales. Los monjes agustinos, que sustituyen a la Orden de los Jerónimos del periodo de Felipe II desde 1885, se encargan de custodiar tres pequeñas salas sin luz cuyo paso está limitado solamente a ellos. Si bien no existe un tiempo estipulado para que culmine el proceso biológico de reducción natural del cuerpo, se calcula que son necesarios entre 25 y 40 años para que sea eliminada «la humedad» y el mal olor del cuerpo. La función final del pudridero, en cualquier caso, es reducir el tamaño de los cuerpos para que se adapten a los minúsculos cofres de plomo que, en el caso de los Reyes, ocupan apenas un metro de largo y 40 centímetros de ancho.
¿Cómo es el pudridero por dentro?
Pese al limitado número de personas que tiene permiso para acceder a estas estancias, distintos cronistas del templo han descrito al detalle el lugar con la intención de romper el misterio.
«Las puertas que están en el segundo descanso de la escalera conducen a los pudrideros, cuyo uso explicaré para desvanecer las muchas patrañas que sobre ellos se cuentan. Son tres cuartos a manera de alcobas, sin luz ni ventilación ninguna. Luego que se concluyen los Oficios y formalidades de entrega del Real cadáver que ha de quedar en uno de los panteones, el prior, acompañado de algunos monjes ancianos, baja al panteón donde ha quedado el cadáver llevando consigo los albañiles y algunos otros criados. Estos sacan de la detisú o terciopelo que la cubre la caja de plomo sellada que contiene el cadáver, y la conducen junto al pudridero. Mientras los albañiles derriban el tabique, los otros abren cuatro o más agujeros en la caja de plomo, la colocan dentro del cuarto o alcoba sobre cuatro cuñas de madera que la sostienen como dos o tres pulgadas levantadas del suelo, y en el momento los albañiles vuelven a formar el tabique doble que derribaron. Allí permanecen los cadáveres 30 o 40 o más años hasta que consumida la humedad y cuando ya no despiden mal olor son trasladados al respectivo panteón», relata con precisión quirúrgica fray José de Quevedo, bibliotecario del monasterio, en el libro «Historia del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial».
En la actualidad, el Pudridero de los Infantes guarda los cuerpos de Don Jaime de Borbón –el segundo de los hijos del Rey Alfonso XIII, Don Luis Alfonso de Baviera y Borbón –nieto de Alfonso XII– y Doña Isabel Alfonsa de Borbón y Borbón –también nieta de Alfonso XII–. No están ya los del Infante Alfonso de Borbón-Dos Sicilias –padre del fallecido Don Carlos– y los del Infante Alfonso de Borbón y Borbón –hermano de Don Juan Carlos–, que han sido los últimos en abandonar el Pudridero de los Infantes para ocupar su tumba permanente entre los mármoles blancos del Panteón de los Infantes, el lugar destinado a Príncipes, Infantes y Reinas que no fueron madres de Reyes. Allí todavía quedan 24 tumbas vacías.
Este traslado de los Infantes y de los Reyes del pudridero al Panteón se celebra en la intimidad y bajo un protocolo muy estricto. Asisten un miembro de la comunidad agustiniana, otro de Patrimonio Nacional, un arquitecto –que se encarga de dirigir el desmontaje del murete del Panteón Real–, dos operarios y un médico, que se limita a testimoniar que el proceso de descomposición ha finalizado.
Por su parte, el Pudridero Real se encuentra hoy ocupado por los padres de Don Juan Carlos: Don Juan de Borbón y Doña María de las Mercedes, que descansan en el Monasterio desde abril de 1993 y enero del 2000, respectivamente. Una vez que los cuerpos de los Condes de Barcelona sean trasladados a sus sepulcros, el Panteón de Reyes estará completo, a menos que se realice una ampliación.
A excepción de Felipe V, que recibió sepultura en la Colegiata del Real Sitio de La Granja de San Ildefonso junto a su segunda esposa, de su hijo Fernando VI, que fue enterrado según su deseo con su esposa Bárbara de Braganza en el convento de las Salesas Reales, así como los ajenos José I Bonaparte y Amadeo de Saboya; todos los Reyes de la historia de España desde 1558 permanecen enterrados en El Escorial.
¿Un error de Felipe II, o uno de Felipe IV?
La fecha en la que se habilitó el pudridero es complicada de precisar, pero desde luego no fue en el reinado de Felipe II, sino con la creación del Panteón Real, inaugurado en 1654, estando Felipe IV en el trono. De esta forma, la Octava Maravilla del Mundo construida por Felipe II, irónicamente, habría fallado con estrépito en su cometido principal como tumba de Reyes, puesto que el conocido como «los infiernos» (el sepulcro donde quedaban enterrados los cuerpos al principio) era estrecho y sombrio. O al menos eso es lo que pensó su nieto, Felipe IV. En una carta enviada por Felipe IV al prior Fray Nicolás de Madrid, disponiendo el traslado de los cuerpos al nuevo panteón, el Rey explica por qué creía que su abuelo había cometió un error así: «Siendo la intención del Rey mi señor, y mi abuelo, cuando edificó esta Real Casa, quiso que fuese allí su Sepultura, la de sus gloriosos Antecessores, y la de sus Sucessores; pero no dejó señalado competente sitio para este».
La Cripta Real levantada para solucionar el aparente descuido de Felipe II fue construida por Juan Gómez de Mora, el arquitecto de la Plaza Mayor de Madrid, y consta de 26 sepulcros de mármol dispuestos en siete columnatas a ambos lados del altar, que fueron ocupados por los antepasados de Felipe IV. Sin embargo, ahora que es necesaria más que nunca una ampliación del Panteón, algunos autores han cuestionado que la decisión de Felipe IV de trasladar los cuerpos fuera la más correcta. El principal cronista de la época, el padre Sigüenza, cuenta como Felipe II sí precisó el lugar, pues quiso «hacer un cementerio de los antiguos donde estuviesen los cuerpos reales sepultados y donde se les hiciesen los oficios y misas y vigilias, como en la primitiva Iglesia se solían hacer con los mártires».
El arquitecto Juan Rafael de la Cuadra Blanco, que abordó ampliamente el tema en una Tribuna Abierta de ABC del 29 de octubre de 1998, defiende que «Carlos I dejó claro en su testamento que quería estar medio cuerpo debajo del altar y medio debajo de los pies del sacerdote. Y su hijo, Felipe II, cumplió su deseo».
Si se devolviera a Felipe II, a Carlos I y a sus esposas, las Reinas Ana de Austria e Isabel, a su primitivo enterramiento se corregiría, según los defensores de esta teoría, «un error histórico, y quedarían cuatro tumbas libres para enterrar a dos generaciones más». Ese lugar original donde Felipe II quiso enterrar a sus padres, a sus tías, a tres de sus mujeres y a su hijo Don Carlos fue una pequeña bóveda bajo el altar y bajo las estatuas orantes del presbiterio, y ligeramente encima del Panteón de Reyes, los «Infiernos» mencionados.
DEBÍAN SE SUBIR AL CIELO DIRECTOS, SI FURA POR RIQUEZA Y BOATO,NO ME COGE EN LA CABEZA ESTAS COSTUMBRES ANACRÓNICAS Y MÁS PROPIAS DE SIGLOS ATRÁS, DONDE LA IGNORANCIA ERA LA MADRE DE LA SUPERSTICIÓN.
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