Conocido como «Cerillito» por su escasa estatura, el ferrolano está rodeado de curiosas anécdotas que marcaron su forma de vivir y de actuar.
Francisco Franco no solo destacó por escribir notas en los documentos oficiales con bolígrafo rojo (un detalle que ha desvelado ABC en las últimas horas). Su vida, por el contrario, está llena de curiosidades y anécdotas que, a pesar de constituir una parte pequeña de su existencia, le forjaron como militar y como jefe del Estado. Entre las mismas destaca que, durante su infancia, fue maltratado habitualmente por un padre alcohólico. Posteriormente, no obstante, logró ser un héroe de guerra y acabó pareciéndose en algunas cosas a Felipe II, pues terminó coleccionando reliquias de santos y se veía a sí mismo como un caballero cruzado contra las «hordas rojas».
Una infancia dura
Desde que llegó al mundo en tierras ferrolanas (su casa todavía se conserva como una reliquia en el mismo casco antiguo de la ciudad), la vida de Francisco Franco no destacó precisamente por su sencillez. El gran valedor de esta verdad -tan grande como la misma Ría frente a la que el futuro Jefe del Estado vivía- era su padre, Nicolás Franco. Y es que –entre viaje y viaje- este hombre solía maltratar a su hijo tanto físicamente (a base de correazos, vaya), como a nivel psicológico.
Este último caso era –si cabe- el que más dolor causaba en el niño, pues los reiterados insultos de su progenitor venían a reforzar unos comentarios que Francisco escuchó durante toda su infancia debido al timbre de su voz. Un tono que el historiador e hispanista Paul Preston define como «débil, ceceante y decididamente agudo». Todo ello, unido a su escasa envergadura, provocó que pronto se ganase el mote de «Cerillito» o Paquito. Los niños, que pueden ser muy crueles.
A pesar de ello, no hay que restar importancia a la violencia desplegada por su progenitor, pues en una ocasión llegó a romper el brazo a su hijo mayor cuando le «cazó» masturbándose. Así lo afirma la escritora Pilar Eyre en su obra «Franco confidencial: una historia de ambición de poder, intrigas de palacio e intimidades reservadas». En ella, la española también es partidaria de que Francisco tuvo que sufrir una infancia absolutamente traumática debido a un «padre maltratador» al que, a día de hoy, hubiese perseguido la ley por ser tan bárbaro con sus pequeños.
Quizá fuese por esa infancia tan complicada por la que Franco se fue curtiendo y empezó a obsesionarse por demostrar su valor. En una ocasión, por ejemplo, Francisco –hasta el chambergo de que su hermana Pilar se burlase de él llamándole «cobarde»- cogió una aguja de coser, la calentó, y se la clavó en su propio brazo sin apartar la mirada de sus ojos. Con todo, el futuro jefe del Estado también era como cualquier otro chaval, y disfrutaba con cosas tan nimias como armar el belén o jugar con las espadas de madera que los Reyes Magos le traían en Navidad.
A su vez, era –como explica el hispanista George Hill- el más «normal» de los tres hermanos varones (a saber: Nicolás, el propio Francisco y Ramón): «Nicolás fue un chico listísimo, aunque muy mal estudiante […] Paco fue siempre muy corriente cuando niño […] dibujaba muy bien y en eso tenía mucha habilidad […] pero era un chico corriente. No se distinguía ni por estudioso ni por desaplicado». Se podría decir que –curiosamente- todos le definían como el más templado de los pequeños. El menos «trasto» de todos ellos.
¿Héroes de guerra?
Francisco pasó sus siguientes años entre golpes, las jugarretas de sus hermanos y la visión de una España en decadencia que perdía –entre otras cosas, con los últimos de Filipinas- los retales de lo que había sido su gran Imperio. Así, hasta que sumó 14 veranos a sus espaldas. Fue entonces cuando accedió a la Academia de Infantería de Toledo. Todo iba a cambiar. O eso creía él. Y es que, las primeras semanas sufrió las novatadas de los veteranos y las burlas de sus compañeros por su baja estatura, su vocecilla y su bigotín. No cabe duda de que, aquellos días, se sintió tristemente como en casa.
Así recordaba él mismo aquella etapa: «Comenzaba el duro calvario de las novatadas. Triste acogida que se ofrecía a quienes veníamos llenos de ilusión a incorporarnos a la gran familia militar. La mala impresión que me produjo este abuso y contrasentido se conservó durante toda mi vida, cuando hubiera sido tan fácil asignar a cada alumno un padrino entre los antiguos, que se ocupase de tutelarlos, guiarlos y protegerlos».
Como sucediera en el hogar que había ocupado cerca de la Ría, Franco se terminó hartando de todo aquello y, en una ocasión, tiró un candelabro a la cabeza de uno de aquellos «abusadores», además de repartirle una buena somanta de tortazos. Aquello le valió el respeto de sus compañeros. Pronto fue trasladado a África, donde España se enfrentaba a fusil y cañón contra los rifeños. Una guerra para muchos sin sentido en la que Cerillito se convirtió, decididamente, en un hombre.
El joven sorprendió a todos ascendiendo a general de brigada a los 33 años y combatiendo siempre en primera línea de batalla. No tenía problemas en atacar a la cabeza de la formación y cargar a bayoneta calada. Parecía inmune a las balas hasta tal punto que se decía que tenía «Baraka» o, como explican David Zurdo y Ángel Gutiérrez en su obra «La vida secreta de Franco», esa «suerte divina» que emana de los «elegidos».
Dicha fortuna continuó en 1936 cuando, ya como capitán y durante un duro enfrentamiento contra los rifeños en los alrededores de Ceuta, fue herido en la «región lateral del abdomen», como posteriormente rezaría en el informe. Aquel día, todos estaban de acuerdo en que la suerte se había acabado y Paquito se marcharía al otro barrio. Sin embargo, logró resistir. Y todo ello, a pesar de que pidió confesión por sentir que le quedaba poco en este mundo. Como curiosidad, de aquella jornada siempre guardó una cartera de piel policromada que sus hombres quitaron al líder del contingente marroquí que casi acabó con su vida.
No obstante, son muchos autores los que también afirman que aquel disparo acabó con uno de sus testículos. Entre los que apoyan esta teoría se encuentran la citada autora española y el escritor José María Zavala. Este último afirma en su obra «Franco con Franqueza» que era monórquido. Es decir, que sólo tenía un testículo. Lo atestigua en base a una conversación que mantuvo con Ana Puigvert, nieta del urólogo Antonio Puigvert (famoso por conocer los entresijos de la familia del futuro jefe de Estado). Sin embargo, el español es sumamente crítico con Eyre, y es partidario de que Cerillito jamás sufrió otra enfermedad que le atribuye la escritora: una fimosis anular severa que le habría provocado grandes dolores al mantener relaciones sexuales.
Cartas de amor
Mientras pisaba el norte de África, Francisco también probó de primera mano el sabor de «l’amour». Su primera novia en aquellas lejanas tierras marroquíes fue una tal Sofía Subirán. Una mujer que hasta los periódicos definían por entonces como sumamente bella y que, cuando no quería pasar los ratos muertos con Cerillito (al que calificaba, por cierto, de algo sosarrias y de «patosillo») le decía que su «papá le iba a reñir». Así definía a Paquito: «Era muy fino. Atento, todo un caballero. […] Tenía mucho carácter y era muy amable. […] Demasiado serio para lo joven que era».
Francisco solía salir corriendo «como si le persiguieran los rojos» cuando veía llegar al padre de Sofía. Y a la misma, le escribió centenares de cartas de amor desde el frente. Lo mismo, exactamente, que hizo Napoleón Bonaparte con su amada Josefina. En ellas, el español mostraba el mismo tono empalagoso que el galo: «He recibido en el día de hoy su postal que mucho me ha alegrado, aunque creo que en ella se equivoca, pues yo la quiero bastante por no decir muchísimo». Al final, ambos dejaron aquella relación.
El futuro jefe del Estado se casó finalmente con Carmen Polo. Una mujer con la que mantuvo durante mucho tiempo correspondencia secreta. ¿La razón? Que los padres de la chica no veían con buenos ojos que el progenitor de Francisco fuera un libertino. Al final, no obstante, ambos contrajeron matrimonio. Y lo hicieron apadrinados por los monarcas españoles ya que, para entonces, Francisco era conocido como un reputado héroe del Tercio de Extranjeros. Un militar famoso en toda la Península.
El poder de las reliquias
Además del militar y el amoroso, el tercer campo en el que Francisco Franco destacó fue en el religioso. Desde su infancia fue un ferviente católico y, ya en la poltrona, el poder le permitió disfrutar como un niño coleccionando todo tipo de reliquias relacionadas con el cristianismo. De esta forma emuló al monarca Felipe II, quien –como explica nuestro compañero César Cervera en su primer libro «Los Austrias. El imperio de los chiflados»- se emocionaba cada vez que recibía un nuevo hueso de santo en su residencia de El Escorial.
Entre las más destacadas, Franco contaba en sus manos con el brazo incorrupto de Santa Teresa. Así lo afirman los autores de «La vida secreta de Franco», quienes determinan que Francisco poseía la extremidad superior izquierda de la religiosa y la atesoraba en el interior de un relicario como si de oro se tratase. Para ser más concretos, el edificio que servía de mausoleo para esta reliquia era la habitación privada de Paquito en el Pardo. En su interior, nuestro protagonista se arrodillaba frente al cristal de la urna para orar.
«Franco oraba en el reclinatorio del mueble que albergaba el brazo en su interior. Este mueble se hallaba a la derecha de su cama, junto a la pared, un poco adelantado. Desde el lecho, Franco podía ver de soslayo, en todo momento, el brazo de Santa Teresa de Jesús. Tenía gran devoción por ella, se sentía protegido por esa veneración. Además, su admirado Felipe II se carteó con la santa. La defendió en varias ocasiones y la sacó de más de un entuerto con la Inquisición», determinan Zurdo y Gutiérrez. A día de hoy, la reliquia se encuentra a buen recaudo bajo suelo sagrado, cedida por Carmen Polo tras la muerte del dictador.
En este sentido, Franco se parecía también a Adolf Hitler. Uno de los dictadores que más esfuerzos pusieron en hallar reliquias como el Arca de la Alianza o la Lanza de Longinos. Aunque el líder nazi no lo hacía por culto, sino para usar su poder en contra de sus enemigos. El antiguo jefe del Estado español, por el contrario, adoraba aquellos objetos por su implicación religiosa.
En misa y repicando
Otro de los episodios más curiosos de Franco en lo que a sus creencias se refiere es que, mientras ejercía el poder en España, un grupo de creyentes solicitó al Vaticano que fuese ordenado cardenal. Una propuesta que lógicamente, fue obviada. «En diciembre de 1957, un nutrido grupo de ciudadanos españoles tuvo la “osadía” de pedir a la Santa Sede que Franco fuese nombrado cardenal. A pesar de no haber sido ordenado sacerdote y estar casado con una mujer», explican los expertos españoles. Según parece, arguyeron que el dictador había hecho tanto por la religión, que se merecía sin duda aquel honor.
Lo que probablemente desconocían es que, años antes (durante la Guerra del Rif), Franco había recurrido a las artes ocultas para saber cuál era su porvenir. Algo sumamente criticado entonces por la religión. Concretamente, el entonces militar había recurrido a una pitonisa que se hacía llamar Mersida (Mercedes Roca, de origen bereber) con el objetivo de conocer su destino, el de sus personas queridas y el devenir de la contienda. «En todo caso, eso no significa que creyera en lo que le decía», añaden los escritores españoles.
Este hombre, a su vez, era el mismo que estuvo a punto de conseguir una bomba atómica, el mismo que casi fue asesinado por los miembros de falange (los cuales le consideraron un traidor a los principios del movimiento) y el mismo que, como señala Zavala en su obra, firmaba sentencias de muerte mientras desayunaba: «En cierta ocasión, Sáinz Rodríguez pudo ver cómo el Caudillo mojaba bollitos en el chocolate mientras trasladaba carpetas de su escritorio a un sillón que tenía a su derecha, y otras al sofá de la izquierda. Los expedientes del sillón derecho contenían sentencias de muerte que debían ejecutarse sin demora; los otros quedaban aplazados para consideración posterior.
LA CRUELDAD NUNCA SE PUEDE NI SE DEBE JUSTIFICAR.
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