viernes, 16 de septiembre de 2016

UNA ROTONDA PARA CADA CORRUPTO

Francisco Camps, Juan Cotino, Jaime Mayor Oreja y Rita Barberá en Valencia.
Una rotonda para cada corrupto.
Una modesta proposición para no olvidar a quienes esperaban ser recordados con una calle, una plaza o una biblioteca, y que hoy son repudiados.
Avenida de la Alcaldesa Rita Barberá. Plaza de Manuel Chaves. Paseo de José Antonio Griñán. Colegio Público "Francisco Camps". Carrer de Jordi Pujol. Instituto de Educación Secundaria "Rodrigo Rato". Polideportivo "Jaume Matas". Albergue Municipal para Personas sin Hogar "Ana Botella". Hospital Universitario "Infanta Cristina". Estación de Metro "Juan Cotino". Aeropuerto "Carlos Fabra".
Así iba a ser el callejero y el nomenclátor de edificios públicos dentro de unos años. Siguiendo la costumbre de recordar a quienes gobernaron, en proporción a su importancia: para algunos una avenida principal, un hospital o un parque; para la mayoría una callecita en las afueras o una biblioteca de barrio. A poco que se fueran retirando o muriendo, verían reconocida su tarea. Alguno hasta esperaría ser homenajeado en el extranjero.
Así iba a ser, pero algo se torció para los del primer párrafo. Basta con mirar la prensa de ayer mismo: Barberá atrincherada en el Senado, Chaves y Griñán camino de la inhabilitación o el trullo, Camps en el caso Taula, Botella señalada por la Fiscalía por malvender los pisos a los buitres… Y así un día y otro, desde hace años.
Algo se torció para ellos, y para muchos otros: cientos de casos de corrupción investigados en los últimos años, incluidos tantos alcaldes de pequeños municipios que, tras el típico escándalo urbanístico, se quedarán sin calle en su pueblo.
La mayoría disfrutan en vida otro tipo de posteridad, el reverso de la que esperaban: la imputación judicial en vez de la plaza con su nombre; la detención y prisión provisional en lugar del colegio o la biblioteca; el repudio de los mismos ciudadanos que iban a homenajearles; la expulsión del partido que ya no pondrá su nombre a una sede.
El único consuelo para nosotros es que se hayan destapado sus miserias antes de tener calle, plaza o colegio. Que ya sabemos lo que cuesta luego borrar un nombre infame, tras décadas con el callejero tomado por franquistas. Cuando pensábamos que la democracia nos dejaría una colección de hombres y mujeres decentes con los que redecorar nuestras calles, resulta que tampoco. Aunque las excepciones sean muchas y valiosas, cargamos con toda una generación de gobernantes (sobre todo de ciertos partidos y especialmente en ciertos territorios) a los que nadie se atreve a dedicarles ni una esquina de callejón, no sea que al día siguiente salgan en el telediario.
Pero yo tampoco los condenaría al olvido. A los gobernantes corruptos los incluiría en el callejero, sí, para que nos acordemos de ellos, y sobre todo se acuerden sus votantes. Le pondría una rotonda a cada corrupto. Con estatua, incluso. No una rotonda céntrica y bonita, sino una de entre las cientos de rotondas inútiles que tenemos por todo el país, rotondas desangeladas y sin vecinos, memoria de los años del ladrillazo. Así cada vez que la rodeemos con fastidio nos acordaremos de aquel presidente, consejero o alcaldesa que nos la pegó.
(Agudeza visual: en el listado del primer párrafo hay un lugar que sí existe, y que ahí sigue junto a muchos otros edificios públicos homónimos, por mucha vergüenza que haya causado la señora que le da nombre).
PARA QUE NO CAIGAN EN EL OLVIDO.

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