Donald Tusk, tras la reunión del Consejo Europeo en Bruselas del 29 de junio
Más, mejor Europa.
El envite populista exige una respuesta urgente.
Desde su fundación, este diario ha tenido como seña de identidad su decidida apuesta por el proyecto europeo. Conscientes de que España solo podría progresar de la mano de sus vecinos, y sabedores de que el marco europeo ofrecía la más firme garantía para que los derechos y libertades a los que aspiraban los españoles que salían del franquismo pudieran realizarse, este diario se ha situado siempre del lado de los que, a cada paso, han exigido “más Europa”.
No hemos cambiado. Seguimos exigiendo “más Europa”. Con, si cabe, mayor firmeza. Pero sobre todo, “mejor Europa”. El proyecto europeo, pese a los innegables avances realizados, dista mucho de haber arribado a un destino satisfactorio. Al contrario, precisamente en un momento en el que su existencia es más necesaria que nunca, se encuentra sometido a muy graves tensiones. Se ha repetido hasta la saciedad que el proyecto europeo necesita de crisis para avanzar. No es cierto. Mal gestionada, una crisis como la actual, en la que se encadenan de forma muy peligrosa factores políticos, económicos y de seguridad, muy bien podría desbaratar, diluir o incluso abrir la puerta a un desmantelamiento del proyecto.
Hacer frente con éxito al populismo eurófobo que se extiende a nuestro alrededor exige algo más que el habitual coro de lamentos acerca del desconocimiento de la gente corriente sobre los logros del proyecto europeo, con su habitual traducción en inútiles campañas de comunicación que solo llegan a los ya convencidos. Derrotar al populismo requiere dos cosas: hechos palpables y un liderazgo capaz. De las dos anda escaso el proyecto europeo.
El proyecto europeo necesita que sus líderes estén a la altura de los desafíos que afronta
En cuanto a los hechos, estamos ante un desafío económico de primer orden: hacer funcionar la unión económica y monetaria al servicio del crecimiento y empleo. Sin ellos no será posible sostener los niveles de bienestar que definen a Europa como un espacio único en el mundo en cuanto a prosperidad, derechos y libertades y cohesión social. Justo porque sabemos que la percepción de un Estado del bienestar en retirada, la precarización del empleo y la emergencia de nuevas y profundas desigualdades constituyen el principal alimento del populismo es por lo que tenemos que avanzar decididamente en la dimensión cívica y social de la UE. Para muchos, el proyecto europeo ha quedado vinculado al desempleo, la desigualdad, los recortes, los bajos salarios y las diferencias entre clases sociales y territorios. Mientras no se rompa esa asociación y Europa no vuelva a ser una bandera del progreso social, los populistas seguirán teniendo argumentos que ofrecer a un electorado ansioso por su futuro.
Pese la urgencia de avanzar, los planes para completar la unión económica y monetaria y dotar al euro de los instrumentos fiscales y de gobierno adecuado están paralizados. Resistirse, como hace el bloque liderado por Alemania, a emplear estímulos fiscales para incentivar el crecimiento justo cuando los tipos de interés y la calificación crediticia de entidades como el Banco Europeo de Inversiones lo permitirían, y hacerlo solo sobre la base de prejuicios ideológicos y morales, es una estrategia suicida.
Sin crecimiento, empleo ni políticas sociales será imposible derrotar al populismo
En lo referente al liderazgo, no podemos sino lamentar la falta de visión de los principales líderes europeos, cada uno arrinconado en su pequeña esquina política. El referéndum británico ha ofrecido la mejor prueba de que tan o más amenazante que la existencia de políticos oportunistas, que no dudan en manipular los datos y las emociones para construir un relato que dibuja a la Unión Europea como un ente a la vez anquilosado y amenazante (o lo uno o lo otro, cabría exigir si se esperara un mínimo de coherencia por parte de estos nuevos demagogos), es la existencia de unos líderes que no solo titubean ante los populistas sino que parecen aceptar su lógica nacionalista y sus reglas del juego.
De Merkel a Hollande, pasando por Juncker o Tusk, las ideas sobre cómo salir de esta crisis brillan por su ausencia.Los populistas se han envuelto en la bandera de la democracia, la libertad y el derecho de los pueblos a decidir sobre su futuro. Ofrecen, como se ha visto en Reino Unido, una visión idílica en la que es posible disfrutar de todas las ventajas que ofrece un mundo globalizado y a la vez reivindicar la soberanía, cerrar las fronteras y expulsar a los extranjeros. Pero detrás de toda esa mercadotecnia no hay otra cosa que los nacionalismos de siempre, excluyentes y chovinistas, que dibujan sociedades cerradas al exterior y empobrecidas moralmente.
El proyecto europeo debe protegerse, pero debe hacerlo inteligentemente. Debe ser firme, negándose a diluir los logros alcanzados para apaciguar a los populistas. Pero también debe ser flexible, mostrando su capacidad de relanzar el proyecto europeo sobre la base de pactos que generen prosperidad y seguridad para la ciudadanía.
A POR UNA EUROPA NUEVA CON UN EUROPARLAMENTO QUE FUNCIONE Y TRABAJE.
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