¿Qué hacemos con tantísimo dinero?
Una idea sugestiva: que el BCE priorice comprar bonos de empresas verdes, sostenibles
El BCE compra desde ayer no solo bonos públicos, sino también de grandes empresas, a razón de 80.000 millones mensuales. Hasta marzo de 2017, su programa de expansión cuantitativa (quantitative easing, QE) habrá desembolsado más de 1,6 billones de euros.
Aunque empezase tarde respecto a EE UU y a Reino Unido, que lanzaron sus QE desde 2008 y 2009, el BCE ha logrado un resultado común: evitar la recaída en la recesión, amortiguar los efectos de la crisis, aunque aún no ha despertado a la inflación. Veremos en un año hasta qué grado.
¿Qué hacer con tantísimo dinero; se puede usar mejor? Siempre: se puede acompañar el objetivo del relanzamiento económico con el de “acometer un cambio estructural que permita la transición a una economía sostenible”, como propone Green money: reclaiming quantitative easing, un paper de renovada actualidad del profesor británico Víctor Anderson para el grupo Verdes/Alianza Libre Europea.
¿Cómo? “Trasladando más y mejor este dinero a la economía real y eficiente desde la perspectiva medioambiental”, resume su introductor en España, el eurodiputado Ernest Urtasun (Iniciativa). ¿Mejor? El balance de su colega británica Molly Scott sobre la QE de Reino Unido critica que en buena parte se haya ido al saneamiento financiero de los bancos y a mantener dividendos de las grandes empresas, “sin poner en cuestión el poder extraordinario de las finanzas”.
Se trataría pues de comprar bonos no principalmente de bancos y grandes corporaciones, sino de empresas privadas, Gobiernos locales y regionales y el tercer sector que demuestren “que usarán el dinero del BCE en objetivos sostenibles”, escribe Anderson.
¿Cómo, otra vez? Priorizando inversiones por subsectores, en favor de la rehabilitación residencial energéticamente eficiente, transporte público, reciclaje, proyectos de energías renovables, agricultura ecológica o descontaminación del suelo. Los estándares exigidos a esas inversiones serían sus impactos positivos en las emisiones de gas, uso del agua, de metales y del propio suelo. La pretensión es activar la demanda y crear empleo, a la par que se reequilibra paulatinamente el modelo de crecimiento en favor de otro más sostenible.
Lo más polémico de la propuesta, que el grupo pretende vehicular próximamente, es su arquitectura de gobierno. El BCE conservaría la competencia de decidir la cantidad de dinero empleado y su calendario. Pero utilizaría como “vehículo especial” financiero suyo al Banco Europeo de Inversiones (BEI), que se ocuparía de aplicarlo, financiando los bonos de empresas y entidades interesadas.
Hasta aquí, es un esquema convencional de gobernanza, susceptible de congregar consensos. Pero Anderson y Scott le añaden un elemento heterodoxo: el comité ejecutivo del vehículo especial en el interior del BEI sería designado por la Eurocámara. A la crítica de politización inadecuada responden que “el sector privado sí que ha sido campeón de la mala asignación de recursos”. Viva el debate.
EL DINERO TENDRÍA QUE LLEGAR AL CIUDADANO Y NO TANTO A LOS BANCOS.
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