domingo, 18 de octubre de 2015

DE RAZA LE VIENE AL GALGO

Foto: José Daniel Lacalle Larraga, José Daniel Lacalle Sousa y Daniel Lacalle.

                 José Daniel Lacalle Larraga, José Daniel Lacalle Sousa y Daniel Lacalle.



Lacalle vs. Lacalle: la verdadera historia de España

Cuatro generaciones de la familia Lacalle resumen la historia de este país. Liberales, franquistas, comunistas y requetés. Dos de ellos sacan libro con visiones antagónicas. España en sentido puro.

La vida es una paradoja. O una vereda circular que gira sobre sí misma, como se prefiera. Llena de contradicciones e incoherencias. Y si no que se lo pregunten a la familia Lacalle, en la que hay más ingenieros que letrados, lo cual no deja de sorprender en un país acostumbrado a extraer sus élites en el mundo de la abogacía. Probablemente, una herencia envenenada de la Restauración y de sus célebres despachos de influencias.
El abuelo, José Daniel Lacalle Larraga (1897), fue teniente general durante la dictadura franquista y ministro del Aire. Ingeniero aeronáutico, en su expediente político figura el haber sido uno de los 59 procuradores del búnker que en el tardofranquismo se negaron a hacerse el harakiri disolviendo las Cortes. Y en su brillante hoja de servicios en apoyo del régimen (fue uno de los primeros pilotos militares de España) figura que mandó al comienzo de la guerra una columna de requetés.
Probablemente, heredera de aquellos carlistas que su padre, a quien denominaban el cojo de Cirauqui, combatió a sangre y fuego antes de marchar a Filipinas acompañando al general Moriones, célebre unionista y liberal de los de antes. Cuando serlo llevaba aparejado el destierro. O la muerte. El patriarca de la saga fue uno de los pocos supervivientes de una célebre matanza que hicieron los carlistas en dicha población.
El hijo, José Daniel Lacalle Sousa (1939), fue un destacado dirigente del PCE, aunque ya no milita desde hace tres o cuatro años. Hoy, todavía, es uno de esos intelectuales 'orgánicos' de vasta cultura y arraigada erudición que durante mucho tiempo iluminaron a varias generaciones de economistas y sociólogos analizando el comportamiento de la clase obrera en sus diversas formas, incluyendo a los nuevos actores del teatro social, como los profesionales y técnicos, una variante del moderno proletariado.
Nadie como Lacalle Sousa ha desentrañado las transformaciones sociales que han sufrido los trabajadores en el siglo XX español. Estuvo en la cárcel de Carabanchel mientras su padre se sentaba en el Consejo de Ministros, lo cual revela una España convulsa llena de contradicciones.
Lacalle Sousa estuvo en la cárcel de Carabanchel mientras su padre se sentaba en el Consejo de Ministros, lo cual revela una España fratricida
El nieto, Daniel Lacalle Fernández (1967) es, como saben los lectores de este periódico, un firme militante de la causa liberal. Exactamente igual que su bisabuelo, Tirso Lacalle Yabar, el cojo de Cirauqui, localidad vecina de Estella (Navarra) y epicentro de la tercera guerra carlista. En los libros de texto aparece, sin embargo, como un personaje intransigente y algo fanático que debió hacer algo de fortuna en Filipinas de la mano del general Moriones, a donde marchó tras convertirse en la bestia negra de los carlistas. Participó, como liberal, en la Asamblea de Tafalla de 1917, que supuso la muerte política del carlismo en la comunidad foral.
Cuatro generaciones y una sola realidad. La España compleja y demasiadas veces cainita que asiste ensimismada a sus propias miserias mirándose permanentemente el ombligo. Pero también con una innata capacidad para superar periodos aciagos y ofrecer luz allí donde antes había oscuridad.
José Daniel Lacalle, el padre, lo expresa con lucidez en su último libro*: “El lugar de trabajo se ha convertido en el verdadero campo de batalla”, asegura. Su hijo, Daniel Lacalle, tiene a las puertas otro* (saldrá en noviembre), en el que afronta el drama del desempleo. ‘Acabemos con el paro’, se titulará. Dos formas distintas de entender el mundo.
El padre de los Lacalle tiene una cosa clara. Su tesis, al contrario de lo que habitualmente se imagina, es que durante la crisis se ha reavivado la lucha de clases
El tiempo desentrañará lo que le espera al futuro. Pero el padre de los Lacalle tiene una cosa clara. Su tesis, al contrario de lo que habitualmente se imagina, es que durante la crisis se ha reavivado la lucha de clases, enterrada por muchos de forma precipitada. Aunque sea de forma soterrada. Al fin y al cabo, sostiene con lucidez: “El conflicto existe porque los intereses de los trabajadores y de los empleadores no coinciden, y lo que es bueno para los unos a veces es costoso para los otros”.

Marxismo y globalización

Una argumentación, como se ve, sencilla, basada en el marxismo más primitivo (en el sentido biológico del término). Y que el propio José Daniel Lacalle resume en una frase lapidaria: “Las clases y la lucha de clases no solamente existen, sino que el análisis de clases marxista y el materialismo histórico son herramientas prácticamente imprescindibles para el conocimiento de la realidad social”. 
A través de esa herramienta única que está detrás de innumerables revoluciones, Lacalle llega a una conclusión: la globalización lo que ha hecho es favorecer una creciente fragmentación de la clase obrera. Hasta el extremo de que el antagonismo 'clásico', el conflicto derivado del hecho de que unos son dueños de los medios de producción y otros son los que generan las plusvalías, ha sido superado por eso que se ha venido en denominar 'dualidad'. Pero dentro de la misma clase trabajadora.
A un lado, los empleados con contrato indefinido y salarios más altos; al otro, los trabajadores en precario con peores sueldos. Daniel Lacalle recuerda con amargura que en una ocasión los trabajadores de Construcciones Aeronáuticas (CASA), donde trabajaba como ingeniero, se pusieron en huelga, pero no contra el patrón, lo cual hubiera sido lo razonable, sino contra el comité de empresa que había propiciado esa dualidad.
Es decir, los asalariados entre sí son quienes luchan ahora por el mismo ‘botín de guerra’, lo que favorece la proliferación de brotes de xenofobia. Los inmigrantes son quienes consumen buena parte de las prestaciones sociales y son a la vez quienes aceptan trabajos con peores sueldos. La novedad, y aquí está su aportación, es que si antes se asumía que en los periodos de crisis económica el número de huelgas se desplomaba, sin duda por miedo a perder el empleo, lo que ha sucedido en España en los últimos años sería justo lo contrario.
Lacalle cuestiona con datos -desde luego en el caso español- que la conflictividad laboral tenga una vinculación directa con las oscilaciones del ciclo económico. Es decir, aumenta durante los periodos de auge y disminuye con las recesiones. La globalización, en su opinión, ha roto ese carácter procíclico de la conflictividad laboral, como lo demuestra el hecho de que en España cada año ha habido más huelgas durante la crisis.

Posición defensiva

Algunas, incluso, de carácter general. Sin embargo, como asegura Lacalle, no han servido para nada. Fundamentalmente, porque las cúpulas -otra cosa es el papel de los sindicatos y de sus afiliados- no han sabido qué hacer al día siguiente de la revuelta por falta de proyecto. “Han tenido una posición defensiva”, afirma con la distancia que dan sus 80 años.
Todo ello se ha traducido en el surgimiento de fenómenos como el 15-M o las mareas, que han acabado por sustituir y hasta desplazar a los representantes clásicos de los trabajadores: las centrales sindicales o los partidos de izquierda. Incluso, esa masa sin fronteras y de perfiles variados y difusos como son las clases medias ha perdido referencias ideológicas al percibir en sus propias carnes cómo se recortaba el Estado de bienestar sin que nadie lo impidiera.
Muchos trabajadores, por su precariedad laboral, no están en condiciones de hacer huelgas. Sólo las pueden arrancar los asalariados sindicalizados
“Las clases medias”, sostiene el ingeniero Lacalle, “se han dejado arrastrar y han perdido su posición de ventaja en esta crisis, lo que explica el deterioro de algunos servicios públicos esenciales, como la sanidad o la educación”.
Y al final esa rabia, esa angustia por un futuro incierto para ellos y sus hijos, asegura, se ha canalizado a través de las mareas de profesionales y técnicos, epítome de las clases medias. Son ellas, las mareas, el prototipo del conflicto laboral del siglo XXI.
Muchos trabajadores, por su propia precariedad laboral, no están en condiciones de hacer huelgas. Solo las pueden arrancar los asalariados sindicalizados, pero, al menos, pueden participar en movilizaciones callejeras detrás de una pancarta, afirma Lacalle. Y así es como muchos profesionales de la medicina o del sistema educativo o incluso pensionistas se echaron a la calle en los últimos años.
El futuro amenazaba con quedar reducido a escombros. Ni siquiera las élites, asegura Lacalle, han sabido entender lo que ha pasado. No es extraño. Al fin y al cabo, como afirma con cierta decepción, “el trabajador intelectual se alinea casi siempre con quien va a ganar”. Con los poderosos.
Muchos años antes que él, Julio Caro Baroja recordaba* que a su tío Pío, un pesimista recalcitrante y ciertamente divino, le gustaba cómo definía a España el geólogo Lucas Mallada -otro ingeniero-. España, sostenía el padre de la paleontología patria, es un país ramplón y hasta vulgar. El adjetivo, desde luego, es ocioso para los Lacalle.
 
COMENTARIO:
Cuanto tópico. En España el progresismo defiende a las castas funcionariales, sindicales y políticas de lo publico frente al bienestar de los ciudadanos. Y el neoliberalismo se ha convertido en un anarquismo económico. El bien común es la suma del bienestar de todos los ciudadanos. No lo que decidan los políticos.



 






 

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