Nos preocupa Cataluña porque la queremos
Muchas cosas hemos tenido que hacer mal unos y otros.
Tras la pseudoconsulta realizada el 9-N nos sigue preocupando la situación a la que se ha llegado en Cataluña, en relación con los sentimientos de muchos catalanes respecto a su vinculación con el resto del reino de España. En algunas decisiones y comportamientos nos tenemos que haber confundido todos a lo largo de las últimas cuatro décadas, desde que iniciamos juntos, los españoles de toda procedencia, el camino hacia la recuperación de la libertad, para llegar a la situación actual.
En la primera Diada celebrada en libertad, así como cuando el presidente Tarradellas, con aquel “Ja soc aquí” en la Plaza de Sant Jaume, puso de manifiesto que la recuperación plena de la autonomía —y con ella el reconocimiento del derecho a la autonomía para todos los pueblos de España— estaba ya muy próxima, no hubo gritos independentistas ni banderas estelades. La Constitución que plasma ese reconocimiento fue ratificada por los catalanes de forma abrumadora y en proporción aún mayor que por parte de otros españoles, e igualmente logró un apoyo abrumador el Estatut derivado de aquélla; lo que permitía albergar la fundada esperanza de que, al menos por lo que respecta a Cataluña, habíamos logrado resolver el largamente enquistado conflicto territorial. Las manifestaciones multitudinarias de los tres últimos Once de Septiembre, con sus proclamas y gritos independentistas, subrayan que algo ha tenido que hacerse mal.
Algunos pueden pensar que fue el “café para todos” lo que empezó a enturbiar las perspectivas de una solución definitiva al problema de las nacionalidades, por considerar que un número excesivo de autonomías venía a difuminar el carácter diferenciador que suponía el autogobierno. No queremos pensar que la insatisfacción proviniera de la negativa a querer que otros pudieran llegar a gozar de competencias análogas, sino que la generalización del proceso autonómico, a juicio de algunos, devaluaba su “hecho diferencial” como nacionalidad.
Otros podrán decir que los problemas actuales se derivan de la cesión de las competencias en educación, o de la supuesta discriminación lingüística, o de privilegios no compartidos en la recaudación y administración de las comunidades autónomas.
Creemos que las causas principales son otras y que tienen que ver con la pasión política de la tensión nacionalista. Pero insistimos en que muchas cosas hemos tenido que hacer mal unos y otros. Al margen de la responsabilidad que tienen también algunos políticos catalanes que han aprovechado la crisis económica como alibi para exacerbar un agravio comparativo por una supuesta apropiación de su riqueza, los otros españoles tenemos que hacer nuestro propio examen de conciencia para asumir nuestra responsabilidad en un divorcio, o tentativa de divorcio, que siempre es traumático y producto de un desamor o sentimiento de desamor.
Se han producido actuaciones colectivas que son fáciles de interpretar como “catalanofobia”, que no ejercemos ni compartimos la mayoría de los españoles y que han hecho sentirse a muchos catalanes como “no queridos” y “empujados” a marcharse. Por ello es necesario que a cuantos nos preocupa Cataluña, porque la queremos, porque la sentimos como parte esencial de la España democrática y plural construida por todos y en la que cabemos todos, nos movilicemos y hagamos explícito ese sentimiento hacia todos los catalanes. Nos duele profundamente que un número creciente de catalanes piensen que deben romper sus lazos seculares con el resto de España.
Reivindicamos la Cataluña abierta y plural en la que el sentido común y el diálogo han sido las claves de su convivencia y cultura, que no debe, no puede ser arrastrada por nadie hacia posiciones irreconciliables. Si juntos, con los catalanes, caminamos un día por los senderos que nos llevaron a la recuperación de la libertad y a establecer un marco de convivencia democrático que, a pesar de sus imperfecciones, ha resultado satisfactorio durante varias décadas, juntos también podemos y debemos ejercitar ese buen sentido y ese diálogo, bases de la modernidad, para seguir construyendo el hogar común donde todos y cada uno de los pueblos de España se sienta cómodo.
Algunos pueden pensar que fue el “café para todos” lo que empezó a enturbiar las perspectivas de una solución definitiva al problema de las nacionalidades, por considerar que un número excesivo de autonomías venía a difuminar el carácter diferenciador que suponía el autogobierno. No queremos pensar que la insatisfacción proviniera de la negativa a querer que otros pudieran llegar a gozar de competencias análogas, sino que la generalización del proceso autonómico, a juicio de algunos, devaluaba su “hecho diferencial” como nacionalidad.
Otros podrán decir que los problemas actuales se derivan de la cesión de las competencias en educación, o de la supuesta discriminación lingüística, o de privilegios no compartidos en la recaudación y administración de las comunidades autónomas.
Creemos que las causas principales son otras y que tienen que ver con la pasión política de la tensión nacionalista. Pero insistimos en que muchas cosas hemos tenido que hacer mal unos y otros. Al margen de la responsabilidad que tienen también algunos políticos catalanes que han aprovechado la crisis económica como alibi para exacerbar un agravio comparativo por una supuesta apropiación de su riqueza, los otros españoles tenemos que hacer nuestro propio examen de conciencia para asumir nuestra responsabilidad en un divorcio, o tentativa de divorcio, que siempre es traumático y producto de un desamor o sentimiento de desamor.
Se han producido actuaciones colectivas que son fáciles de interpretar como “catalanofobia”, que no ejercemos ni compartimos la mayoría de los españoles y que han hecho sentirse a muchos catalanes como “no queridos” y “empujados” a marcharse. Por ello es necesario que a cuantos nos preocupa Cataluña, porque la queremos, porque la sentimos como parte esencial de la España democrática y plural construida por todos y en la que cabemos todos, nos movilicemos y hagamos explícito ese sentimiento hacia todos los catalanes. Nos duele profundamente que un número creciente de catalanes piensen que deben romper sus lazos seculares con el resto de España.
Reivindicamos la Cataluña abierta y plural en la que el sentido común y el diálogo han sido las claves de su convivencia y cultura, que no debe, no puede ser arrastrada por nadie hacia posiciones irreconciliables. Si juntos, con los catalanes, caminamos un día por los senderos que nos llevaron a la recuperación de la libertad y a establecer un marco de convivencia democrático que, a pesar de sus imperfecciones, ha resultado satisfactorio durante varias décadas, juntos también podemos y debemos ejercitar ese buen sentido y ese diálogo, bases de la modernidad, para seguir construyendo el hogar común donde todos y cada uno de los pueblos de España se sienta cómodo.
Firmantes: José Luis Abellán (filósofo), Julián Ariza (sindicalista), Pedro Bofill (exeurodiputado), Rafael Calvo Ortega (catedrático), Francisco Cruz de Castro (pintor), Demetrio Madrid (expresidente de la Junta de Castilla y León), José María Martín Patino (sacerdote), Miguel Martínez Cuadrado (exdiputado), Juan Monserrat (expresidente de las Cortes de Aragón), Carlos Sánchez-Reyes (expresidente de las Cortes de Castilla y León).
COMENTARIO:
Lo del adoctrinamiento en los colegios la señora Rigau lo denominó “crear sentido de pertenencia”. Si ya la política es sucia, cuando se utiliza a los niños para la causa es repugnante. Una educación bilingüe como lo es la sociedad catalana, exenta de contenidos ideológicos ¿es tan difícil entender?. Qué fácil es reclamar justicia al tiempo de pisotear los derechos del otro.
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