Una mínima porción del turismo se empeña temporada tras temporada en arrastrar nuestra reputación, nuestra imagen, nuestros negocios e incluso nuestra convivencia, por el fango más repugnante. Excesos de alcohol, sexo y drogas que en la sociedad digital se convierten en trending topics, y que convierten a este destino, a los ojos del mundo entero, en el paradigma del turismo más detestable, sucio e insano. Con los últimos escándalos se ha tocado fondo. Es hora de decir muy alto que no queremos a este turismo, que no nos compensa. Que, si ‘eso’ se ha convertido en el nicho de mercado elegido por una serie de empresarios para pasar una temporada más a costa de todos, pueden llevarse su nicho a otro lado. Es hora de actuar, de no darles opción, para que los que busquen este tipo de vacaciones, sencillamente, no puedan encontrarlas aquí.
Antes de empezar a bombardear esta crónica con comentarios insultantes, entrecomillen el párrafo anterior y sepan que su autor íntegro es Gabriel Escarrer Jaume, vicepresidente y consejero delegado de Meliá Hotels International. Escarrer hijo, para que nos entendamos. Ya advierto que de repente están ustedes en posición de firmes. Los más avispados habrán notado que la soflama tenía una calidad muy superior a la habitual en esta sección, pero no nos detengamos en aspectos estilísticos. El padre padrone o figlio figlione de la hostelería mundial de masas ha escrito este verano, bajo el título de “No les dejemos hundirnos”, el alegato más contundente contra el turismo basura pronunciado hasta la fecha.
Baleares recibe 13 millones de visitantes anuales, frente a los 60 de España entera. Una estimación conservadora puede cifrar en diez millones el número de turistas basura que sobran en nuestro país, porque su visita genera más gastos económicos y de imagen que beneficios. Sin embargo, los sucesivos Gobiernos cifran el éxito en el aumento indiscriminado de visitantes
Estamos en el verano de la inflexión. Un vídeo de difusión viral en que una irlandesa practica una felación a varios jóvenes en un pub de Magaluf disparó las señales de alarma. De repente, Baleares no es el paraíso obligatorio para Justin Bieber, Orlando Bloom, Leonardo DiCaprio, Bruce Springsteen o Tom Hanks, sino la cumbre del balconing y de los espectáculos pornográficos. Las luminarias de Hollywood han sido arrinconadas por el anónimo veinteañero que se desploma sobre el asfalto, porque el alcohol le ofreció un cálculo equivocado sobre la distancia a la piscina del hotel.
Los pragmáticos se escudan en que el mundo no censa a diez millones de royals y de vips consumidores de Roederer, por lo que Mallorca necesita del turismo basura para sobrevivir. Esta avidez era errónea a medio plazo, que acaba de cumplirse. Los turistas basura superan en protagonismo mediático a las celebridades. Los grandes periodistas europeos viajan a la isla para radiografiar Magaluf en vez de Puerto Portals. No soportaremos ni un reportaje más en que el Sunday Times o el Bild se deleiten hablando de vómitos, asfalto resbaladizo y vahos alcohólicos.
No es un problema exclusivo de Baleares: el tricentenario de la rendición de Barcelona coincide con la capitulación de las Ramblas barcelonesas a los turistas, que las han despojado de cualquier valor local. Zweig ya se quejaba de que “el aroma de lo específico parece evaporarse” décadas antes de que los hoteleros mallorquines inventaran el turismo de masas, pero la actual fascinación por el feísmo desequilibra una delicada convivencia al borde del abismo.
Repetimos, sobran diez millones de turistas basura en el conjunto estatal. Mallorca no puede tener suites hoteleras a tres mil euros con vistas a Magaluf ni compatibilizar el turismo de masas con las felaciones de masas y la sede de las vacaciones regias. Felipe y Letizia han tenido que sortear los “excesos” denunciados por Escarrer, además de veranear con una Reina de verdad al lado, un gesto oportuno por si las coronas se tuercen.
A menudo se confunde a Baleares con Mallorca, pero nadie mezcla a Mallorca con Ibiza, que ya ha logrado el reciclaje del turismo basura gracias al genio innovador de un Matutes peleado a muerte con el presidente autonómico José Ramón Bauzá. El hotelero hiperactivo podría dar más de una lección al impávido Rajoy. En el orbe turístico, el precio es el mensaje, por lo que el jefe supremo ibicenco se ha limitado a multiplicar las facturas de sus Ushuaia o Lío. En síntesis, aunque un experto en mercadotecnia y un decorador de interiores –por citar dos profesiones intercambiables– sabrán ofrecer una explicación más complicada.
Ibiza y Formentera son hoy las islas más caras del Mediterráneo. La noticia de “Neymar viaja a Ibiza” estriba en el destino, no en el futbolista que se beneficia del efecto halo de su lugar de descanso, valga el eufemismo. Las Pitiusas se han regenerado ahondando en su leyenda.
No es un problema exclusivo de Baleares: el tricentenario de la rendición de Barcelona coincide con la capitulación de las Ramblas barcelonesas a los turistas, que las han despojado de cualquier valor local
Mallorca también es una isla temática, pero su cóctel de las mayores fortunas y los mayores bebedores del universo, valga la redundancia, se basa en la ficción de los compartimentos estancos. El aislamiento mutuo ha saltado por los aires. Mallorca es el destino turístico que presenta un mayor abanico de precios, hasta un factor diez entre veraneantes pobres y veraneantes ricos. Escarrer ha advertido que esa situación no perdurará, tras mudarse astutamente del vagón de tercera al de primera. La isla que un día era despreciada por los clasistas alemanes como el paradero de las putzenfrauen, o señoras de la limpieza, aspira hoy a un equilibrismo que estalla en un vídeo de felaciones.
Los hoteleros mallorquines no han satisfecho una demanda, han creado una necesidad. Tras pisotear un paisaje insular devastado en amplias zonas, han exportado su industria al Caribe con mención especial de Cuba y Santo Domingo, a Cancún y otras fajas mexicanas, a Indonesia y Tailandia. Sólo Zara en la actualidad y los grandes conquistadores en el pasado se les pueden comparar. Fidel Castro no ponía una piedra hotelera sin la consultoría de los mismos Escarrer de antes.
La historia practica aquí jugarretas, porque el general mallorquín Valeriano Weyler fue el creador de los campos de concentración, en el volcánico territorio cubano de finales del XIX. Un siglo más tarde, España sigue doliente pero los descendientes de aquel militar han sembrado el planeta de campos de diversión. En los nuevos guetos, los turistas son cebados con un régimen de todo incluido, como ocas de foie en una granja. Este año, han aflorado las costuras de la industria, que deberá replantearse la eliminación de los diez millones de plazas de turismo basura.
Algunas evidencias resisten a la historia. Cuando Alemania llama Club Med a los países latinos subsidiados, la acepción es literal en el caso de Mallorca, pues aquella empresa pionera de vacaciones nació en Alcúdia en 1950, con un camping de dos centenares de tiendas del ejército americano. Contaba con una ducha para trescientas personas; el Magaluf actual es babilónico por comparación. Aquellos 2.500 visitantes se han multiplicado por cinco mil, y eso no hay isla que lo resista.
COMENTARIO:
Todos los españoles sensatos estamos de acuerdo, hay un tipode turismo que desprestigia y es poco rentable El problema tiene
fácil y rápida solución, si quieren Otra vez, lo de siempre en este país, la pereza de los responsables de la política y la pelea con las autonomías
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