domingo, 6 de abril de 2014

LA RABIA YA LA TENEMOS NOS FALTA LA IDEA,UN ORTEGA Y GASET

La generación del 14: la España de la rabia y la idea
INTELECTUALES SIGLO XX, ORTEGA Y GASET POR LA IZQUIERDA SENTADO,AZORIN,BAROJA ,PÉREZ DE AYALA ETC ¿DONDE ESTÁN LOS ACTUALES?
En la segunda década del siglo XX, jóvenes intelectuales liderados por Ortega y Gasset señalan un nuevo proyecto de futuro.
Entre 1905 y 1910 ha visto España surgir una generación nueva, una juventud más sabia, más austera y más disciplinada que lo que ha sido mi generación». Ramiro de Maeztu escribió estas palabras de autocrítica esperanzada en la revista «Europa», una de las publicaciones que encauzaron, en esos años, la propuesta de modernización política, reformismo social y toma de conciencia nacional.
Eran tiempos marcados por el desahucio del orden liberal europeo y la crisis de la civilización occidental, que alcanzó su paroxismo en las trincheras de la Gran Guerra y el ciclo de violencia revolucionaria, sucesor del conflicto bélico. Con la protesta del 98 irrumpió en nuestro país un nuevo tipo de intelectual, caracterizado por su compromiso social y su confianza en la transformación de la política, siempre que ésta se pusiera en manos de quienes podían asegurar la regeneración moral de naciones en decadencia.
Si en otros países había prevalecido un impulso regenerador, en España se desataría un proceso de verdadera nacionalización, de construcción de un auténtico pueblo capaz de ejercer su soberanía y defender un sistema constitucional con el que pudieran identificarse todos los ciudadanos. Los hombres que propugnaban esta idea de España, como lo hacía Maeztu, deseaban superar los tecnicismos regeneracionistas, pero también el gesto romántico, el ademán airado y los límites literarios en que se agotó la mocedad de la generación del 98.
Superar no debe traducirse como desdén o renuncia a aquellos sentimientos que permitieron alzar la voz en defensa de una realidad española amenazada. Suponía un ejercicio de control emocional, una vez acusado el golpe del Desastre y tomada la decisión de actuar colectivamente para impulsar la recuperación nacional.
Lo que ha concluido es el examen técnico o la exaltación lírica. Lo que comienza, a veces, con los mismos protagonistas o con hombres más jóvenes que se van uniendo a la tarea, es la movilización de una elite, decidida a formular un proyecto político ambicioso, no reducido al estrecho horizonte de una remodelación administrativa. En revistas como «Faro», «Europa» o «España», viveros de la mejor inquietud nacional, aquellos intelectuales nunca confundieron el pragmatismo con una técnica de gobierno carente de convicciones. Todo ellos deseaban encarnar el liberalismo definido por Ortega en 1908 como un ideal que «no es fantasía ni ensueño: es la anticipación de una realidad futura».

Años de transición europea

En el debate que había de cruzar esos años capitales, Unamuno, Maeztu y Machado pudieron templar sus armas en compañía de Ortega, Pérez de Ayala, Gómez Hidalgo, Araquistain, Azaña, Zulueta o Azcárate, a quienes se incorpora un Pérez Galdós venerable, símbolo de la entusiasta defensa de la tradición liberal española. Porque lo que caracteriza a estos hombres no es su fecha de nacimiento, sino su conciencia histórica común, madurada en el trance decisivo de unos años de transición europea.
La convivencia no siempre será fácil, y Ortega tomará el mando de una generación, incómoda ya con las tribulaciones místicas de un nacionalismo unamuniano al que costaba plantear la solución del problema de España en una perspectiva europea. Maeztu pondrá su escritura al servicio del liderazgo de Ortega, cuyas ideas denunciará tan ásperamente en el futuro. Y Antonio Machado, el poeta del 98, el autor de «Campos de Castilla», añadirá, en sucesivas ediciones, poemas menos dados al ensimismamiento del paisaje y más empeñados en despertar la razón histórica del pueblo que lo habita.
Ortega y Gasset dio forma definitiva a las sucesivas experiencias editoriales de aquella juventud, a la que se identifica por la fecha de la más célebre de sus intervenciones públicas, «Vieja y nueva política», de marzo de 1914. No deja de tener relevancia que, poco antes de la catástrofe europea y de la crisis de la Restauración, un pensador, un filósofo con voluntad de acción asumiera la tarea de señalar el camino que debía tomar un proyecto político. Ni Ortega ni sus compañeros habían sido ajenos a las vicisitudes de los partidos como lo prueban las esperanzas puestas en Canalejas, Melquíades Álvarez o Lerroux. Pero la amplitud de la convocatoria no se resigna solo a sustituir los exhaustos partidos dinásticos por las nuevas opciones republicanas.

Una puesta en forma

La ambición generacional es mucho más honda. Y, aparte de esa conferencia ya centenaria, Ortega la revelará en su primer libro, «Meditaciones del Quijote», también de 1914, en el que aboga por integrar la tradición ideológica española, sensorial e impresionista, y la del norte de Europa, conceptual y reflexiva. La tarea es, al mismo tiempo, política y cultural, labor de educación, de puesta en forma del pueblo español. Habrá que rechazar el idealismo fantasioso del Quijote, siempre y cuando no se acepte la aborregada pasividad de Sancho Panza como ejemplo de realismo. Esta síntesis es la que propondrá también Maeztu, cuando reclame «colocar nuestra inteligencia sobre la emoción y sistematizar nuestra conciencia», y cuando recuerde, al elogiar la actitud de la nueva generación, que «el quijotismo triunfa cuando los quijotes, idealistas esforzados, se disciplinan y reparten el trabajo».
Esa labor de respeto a una tradición, de afirmación esperanzada de una empresa, es lo que Ortega calificó de lealtad a una circunstancia histórica. «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo». Por tanto, solo podemos salvarnos a sabiendas del lugar que ocupamos en un tiempo preciso, con sus propias exigencias. Ante el público congregado en el teatro de la Comedia, lo expresó de forma rotunda y brillante : «Esta nueva política… no puede reducirse a unos cuantos ratos de frívola peroración ni a unos cuantos asuntos jurídicos, sino que la nueva política tiene que ser toda una actitud histórica».

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