En el invernadero de la globalización, los bloques políticos acaban de resucitar la guerra fría. Pese a la movilización de tropas, es poco probable un conflicto armado a las puertas de Europa. En el siglo XXI de los mercados, la amenaza disuasoria no son ya los misiles balísticos sino las sanciones comerciales. Pero, al igual que en un hipotético conflicto nuclear a gran escala, en las guerras económicas no hay vencedores: pierden todos. Rusia es el almacén de gas de Europa: la cuarta parte de la energía consumida por los europeos tiene el gas como sustento; un tercio de ese gas es ruso, que para más inri en un alto porcentaje llega desde el gasoducto que atraviesa Ucrania. Si Rusia cierre el grifo del gas, perdemos todos. Y ellos también.
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