sábado, 1 de marzo de 2014

EL POLÍTICO IDEALIZADO

El político sobrevalorado

Antes que el servicio público está el servirse a uno mismo.

Tendemos a sobrevalorarlo todo. Empezando por los políticos a los que consideramos piezas clave en la solución a nuestros problemas. Primer error; el político, que tiene como uno de sus pretextos el servicio público, lo primero que piensa es en servirse a uno mismo. Cualquier otra consideración es secundaria para él. Esto, salvo honrosas excepciones, sucede en todo el escalafón. Sin embargo, las expectativas son a veces tan colosales que acaba creyéndose providencial.
Berlusconi, que en la actualidad pugna por volver al primer plano, ha sido un caso extraordinario, hasta el punto de proyectar su imagen al infinito. En la década de los noventa del pasado siglo se presentó como el hombre nuevo de la Segunda República, surgiendo de las cenizas de la corrupción a todos los niveles llamada Tangentopoli. Ése fue el reclamo: el hombre nuevo. La verdad, sin embargo, era que se metía en política para salvar sus negocios porque los jueces ya lo tenían en el punto de mira.
En una coyuntura bochornosa y de descrédito, Berlusconi convenció a los italianos de que él era distinto de los demás. Para empezar no se trataba de un político dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de vivir de la política, sino de un empresario al que el éxito le había sonreído. Los italianos le creyeron sin sospechar entonces que iba a terminar comportándose como el más profesional y artero de los políticos, utilizando, además, los múltiples recursos a su alcance empresarial, la televisión, etcétera, para sus fines. El mesianismo, junto con las grandes dotes de embaucador, lo unió a la facilidad para enarbolar ante la derecha el espantajo comunista. Sus negocios, al final, acabaron por pasarle factura.
La situación, ya digo, es extrapolable. A escala y sin tener que alejarse demasiado, cambiemos Italia por Asturias. El empresario por el político rebotado, el anticomunismo por la decadencia, los negocios por las comisiones. Mantengamos el mesianismo y el aforamiento, y verán qué sale.

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