La eficiencia y el ahorro
Alemania exporta mensajes de austeridad de sus políticos.
Ursula von der Leyen, ministra de Defensa del Gobierno de Merkel, duerme desde que era titular de Familia en un sofá cama al lado de su despacho cinco días de la semana. El resto lo dedica a la vida con los suyos en un pueblecito cerca de Hannover, a 280 kilómetros de Berlín. Para los que piensen que su holgado sueldo, de 17.000 euros brutos mensuales, da para alquilar un apartamento, Ursula aclara que no lo hace únicamente por ahorrar, sino para ser más eficiente en su trabajo. Tres ministros más han seguido su ejemplo, aunque una de ellos ha puesto de su bolsillo cama, armario, ducha y cocina, lo que visto desde aquí no deja de ser un detalle con el contribuyente, acostumbrados como estamos a una forma de actuar radicalmente distinta de nuestros políticos.
Alemania ha querido ser siempre sinónimo de eficiencia. En algunos momentos de la historia, propinando a los demás una patada en el culo, hay que decirlo. Ahora sus ministros y ministras, a tono con el estilo que predica la canciller, insisten en acentuar la austeridad. Eficiencia y austeridad. Queda por saber dónde se sitúa exactamente la delgada línea roja entre el ahorro y la tacañería, tratándose como se trata en este caso, y en algunos otros de diputados que utilizan los albergues juveniles para dormir, de una forma personal de administrar los sueldos o las dietas de cada cual. Ya se sabe, la tacañería es cuestión de carácter, mientras que el ahorro acostumbra a ser un asunto de previsión o de necesidad.
Merkel presume ante la manirrota Europa del sur de conjugar el credo luterano con los tiempos austeros de la RDA. En el viejo Estado alemán los jerarcas comunistas vivían plácidamente en el selecto distrito berlinés de Pankow. Otros aprendieron, como la canciller, a obsesionarse con el ahorro en medio de las carencias. Digamos que Merkel ha adquirido, en cierto modo, el derecho a sentirse tacaña con su dinero y cuidadosa con el de los demás.
Este último es un escrúpulo inexistente en la clase política española. Para comprobarlo, sólo hay que echar un vistazo a las dietas de ministros y diputados. Y a lo que hacen con ellas.
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