viernes, 7 de febrero de 2014

SOBREVIR CADA DÍA UNA RUTINA MUY DIFÍCIL

El temporal y la nada.
Parece, España, una ancianita terminal ingresando en un hospital holandés.
El temporal, por lo menos, aporta un nuevo tema de conversación, y eso es algo muy de agradecer. Las discusiones sobre el referéndum golpista del nacionalismo le acechan a uno en cualquier parte, y la ilusión sediciosa se expande gracias al aburrimiento que provoca, que hasta Los Morancos se quedan sin gracia cuando les preparan una encerrona sobre el tema. Por eso aconsejo, fervientemente, hablar del temporal. Además, no va a pasar nada. Lo dice la prensa gubernamental, o sea la mayoría, porque gracias a la crisis del modelo periodístico el cuarto poder ha sucumbido a la trinidad que ya formaban los otros. Después de Montesquieu han enterrado a Zola. Y dicen que, como todo va a seguir igual, los profetas del desastre y los agoreros van a hacer un ridículo espantoso cuando las aguas vuelvan a su cauce: Catalunya será una nación Euskadi será una patria de capucha y chapela, Andalucía una fiesta subvencionada no se sabe bien por quién, Castilla ni está ni se la espera, y lo demás muy bien, gracias, con el PP desatando su furia contra una jueza que legitima los escraches, en contraste con la cortesía que dispensaron a los otros magistrados, los que pusieron a cientos de criminales en la calle.
El temporal, sí, nos salva. Porque para que todo aparentemente siga igual es necesario que media España continúe hablando del tiempo. La izquierda -la del gobierno y la otra- ha cambiado el no pasarán -que les funcionó de pena- por el no pasa nada, que parece que les va algo mejor. Y así, sin darnos cuenta, como quien oye las olas contra el ayuntamiento de Bildu, los oyarzábales del pesebre van rindiendo a la nación, que les importa un ardite, porque ellos se deben sólo al partido.
Parece, España, una ancianita terminal ingresando en un hospital holandés, con los hijos y los nietos fuera esperando la eutanasia y el reparto, a dentelladas, de lo que quede del patrimonio. Claro que sucede que cuando las naciones mueren así, a traición, no suelen dejar testamento, y todas las lágrimas que no se han vertido por la anciana se vierten después en las cainitas disputas por la herencia. Pero hasta entonces, tranquilos, podemos seguir disfrutando de la nada, de que no pase nada, me refiero, y de que todo siga igual. Todavía llueve, eso sí, y mucho.

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