¡LA DEMOCRACIA ESTÁ EN PELIGRO SI LOS POLÍTICOS SIGUEN EN LA MISMA DINÁMICA.¡
La sociedad intuye que las arcas de los partidos sigue nutriéndose de un oscuro trasiego de maletines. De los pocos condenados hasta la fecha por estas prácticas, sólo pasaron por la cárcel los recaderos de turno, nunca los cerebros. Y de esos polvos vienen los actuales lodos que enfangan la España que no levanta cabeza: respecto a sus asuntos, los políticos tienden a sentirse impunes, con leyes hechas a la carta para eludir penas o minimizarlas. Tienen interiorizado, como diría el castizo, que un bombero jamás pisa la manguera a otro bombero, y actúan en consecuencia, sin enmendarse.
En 1989, el PSOE de Felipe González decidió sofisticar su método para llenar la caja al descubrir que sus acarreadores sisaban dinero por el camino. Las alarmas saltaron cuando un banquero avisó de que había aportado 24 millones de pesetas para una campaña y sólo 12 llegaron a la sede central de Ferraz. ¿Habrá ocurrido lo mismo en el PP con los encargados de la recaudación? ¿Eso puede explicar las abultadas fortunas, imposibles de amasar aun contando con la generosidad con la que los populares parecen compensar a sus dirigentes?
Así nacieron Filesa, Malesa y Time Export, sociedades pantalla del PSOE diseñadas para evitar el dinero negro y las fugas, que facturaban a bancos y a empresas por la elaboración de informes ficticios. Lo cuenta con pelos y señales uno de los implicados, Alberto Flores, a quien, según propia confesión, a cambio de prestarse como testaferro le designaron administrador de una cadena de emisoras, Radio Blanca, relacionada con los socialistas. A Flores le cayeron diez años, cumplió nueve meses y fue indultado por Aznar.
Los partidos gastan muy por encima de sus posibilidades. Las subvenciones públicas y los cargos pagados por todos no les alcanzan para acomodar su entramado y saldar campañas electorales. Pero no acaban de entenderlo, ni son capaces de recortar un céntimo cuando les toca hacerlo en casa. No hay más que ver estos días el esperpento de los diputados regionales asturianos, incapaces de reformar un sistema de ingresos indefendible por el que cobran kilómetros que no hacen y manutenciones injustificadas, encima sin declarar al fisco.
Forzado por los acontecimientos y los avances del «caso Bárcenas», Rajoy ha dado dos pasos adelante, los mínimos para dejar vías de escapatoria. El Presidente admite haber cometido un error al confiar en «un falso inocente» y que el PP pagó «remuneraciones complementarias». Eso dista mucho de asumir responsabilidades y queda por determinar con qué dinero y a quiénes se entregaron los sobresueldos, pues pudiéramos estar, como mínimo, ante una gran estafa moral a los españoles. Rajoy sigue escrupulosamente un guión que trazó hace meses: aguardar a lo que descubran las investigaciones e intentar que la mejora de la economía redima sus culpas. Difícil resultará que no salga escaldado, pero actúa como si tuviera la certeza de que hay antecesores que tienen más que perder.
Nadie está libre de golfos y hasta Angela Merkel alcanzó la cima porque el jefe de su grupo fue decapitado por financiación fraudulenta. El cáncer no es la corrupción, sino la actitud de las sociedades ante ella. Un ministro inglés dimite porque le pillan intentando escamotear una multa. Otro alemán lo deja por copiar en su juventud una tesis. Existen corruptos porque hay corruptores que tampoco pueden salir airosos: la ciudadanía tiene que empezar a exigir cuentas a esas élites extractivas que merodean las administraciones para escosarlas.
Es sorprendente cómo Foro Asturias aprovecha cualquier cosa para clavar rejones al PP excepto en lo que atañe a Bárcenas. El representante en el Congreso del partido fundado por Cascos hizo acrobacias el jueves para eludir el asunto. Criticó a Rubalcaba por el Gobierno socialista asturiano y los desmanes del arecismo, y a Rajoy por la elección de candidato autonómico popular en 2010. Del titular de la cuenta suiza con 50 millones de euros, que trabajó a las órdenes del ex ministro de Fomento durante una década, nada de nada. En lo sustancial, tras el debate parlamentario, estamos como estábamos: desconociendo todavía si nos hallamos ante una red podrida para engrasar un partido, para engordar la faltriquera de unos pocos o para ambas cosas. Eso sin perder de vista, aguas abajo, la trama Gürtel, el último eslabón de la cadena, en la que muchos de los personajes en cuestión se repiten.
«He explicado lo que yo sé. No tengo constancia de irregularidades», remató el Presidente en su última réplica a los oradores de la oposición. No cabe interpretarlo como un cerrojazo: si llega el momento, quizá pretenda argüir que los enterados eran otros. A los jueces les toca averiguar la verdad y determinar los hechos delictivos. Eso no obsta para que, mucho antes, los políticos finiquiten de una vez esta pantomima y barran tanta basura, en el PP y en el PSOE, con Naseiro o con Correa, en la «operación Marea» o en los monolitos de IU, con los ERE en Andalucía o con los Pujol y los Palau en Cataluña, atacando la verdadera causa del mal: las gigantescas estructuras clientelares de los partidos. La regeneración y el fin del descrédito empezarán ahí.
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